Un final que se convirtió en principio

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Debía estar allí. Su corazón sentía que ella estaba allí. Nunca antes había pensado que aquel podría ser la cárcel del amor de su vida; el lugar que había sido testigo de su romance eterno también había presenciado cómo ella sufría cada día más que el anterior. Aquella playa era el recuerdo de la primera vez en la que hablaron, cuando aún eran dos muchachos que sabían poco de la vida. Lo tenía muy presente siempre y ahora todavía más. Era consciente de que no sabían cuánto tiempo les quedaba, ni siquiera si aún tenían alguna esperanza de hallarla allí. Así que respiró hondo y corrió por la arena, sintiendo cada paso como si fuera uno menos para estrecharla entre sus brazos. Su destino era cabaña de manera, antigua y casi derruida. Siempre les había recordado a un barco pirata, con cortinas rotas como velas y un fantasma como capitán. Solían escabullirse de cualquier sitio para estar allí. Era perfecto: tranquilo, aislado, romántico. Todo lo que Fugitiva quería y que él le prometió en su día. Ahora estaba allí, encabezando la tripulación que rescataría a su damisela del malvado pirata.

M y Jane apenas habían hablado desde que comenzaron la búsqueda; en cambio, la chica rubia que se había presentado como Bell no paraba de hacerle preguntas. Peter solo respondía escuetamente. Su único pensamiento en aquel momento era el amor de su vida.

El suelo chirrió bajo sus pies. Todo estaba tal y como lo recordaba: muebles de maderas ocultos por sábanas blancas y capas de polvo y utensilios de pesca recubriendo las paredes. Peter miró a sus compañeros y les pidió silencio. Acababan de entrar en la guarida del lobo. Si no se confundía, había una trampilla bajo la alfombra. M se adelantó y bajó por las escaleras de mano, apresurándose hacia el interior del sótano. Al principio, la penumbra lo invadía todo. Poco a poco, los ojos cansados de Peter consiguieron vislumbrar una figura pequeña en una esquina de la habitación. Ninguno de ellos lo pensó dos veces y corrieron hasta él. La poca luz que existía en la habitación dejaba entrever unos rizos sucios, sin brillo, que caían desordenados por la espalda. Tenía una camiseta larga, que lucía como vestido, manchada con decenas de colores distintos. Peter podía ver un pequeño moretón bajo su ojo, que permanecía cerrado. Aquel que le hubiera hecho eso iba a pagar por ello.

—Wendy, Wendy, por favor —su voz acabó como un susurro ahogado mientras la sostenía entre sus brazos—. No me dejes.

No pudo evitarlo y sus dedos corrieron por su perfil, dibujando sus labios y las arrugas que se formaban a la hora de sonreír. Aquello debió hacerle cosquillas porque Wendy soltó un suspiro y entreabrió los ojos.

—Peter... —abrió aún más los ojos, extrañada, y con la poca fuerza que le quedaba, exclamó— ¡Peter! —tosió fuertemente y en un susurro dijo— Mi niño perdido, has venido a salvarme.

—Prometí que siempre lo haría, Wendy.

Y dicho esto, la besó por todo lo que habia pasado hasta llegar allí, hasta ella. Wendy vio a su hermano y lo abrazó mientras las lágrimas escapaban de sus ojos. También se unió Bell, que lo único que podía decir esta vez era “mi amapola, mi amapola”. Incluso Jane, que la veía por primera vez, la abrazaba fuertemente. Wendy no se sostenía por su propio pie, así que Peter la cogió entre sus brazos y la llevó hasta el exterior. La tumbó en la arena y le preguntó:

—¿Dónde has estado todo este tiempo, Wendy?
—Es una historia muy larga —dijo en un susurro— y debéis saber que no siempre he hecho lo correcto, pero ahora quiero corregir mis errores. Y el primero eres tú, Peter. Supongo que para encontrarme, leíste algunas de mis cartas. Yo apenas tenía 17 años cuando me fui y mis ganas de volar eran mayores que las que me pedían que me quedara contigo. Te amaba, lo hacía con todo mi corazón. Pero creía que conmigo no serías feliz. Por eso me marché. No sabes cuánto lloré las primeras noches. No podía dormir sin sentir tu brazo rodeando mi vientre. Aquellos tres años que pasamos juntos fueron los mejores de mi vida. Y... —Wendy paró unos segundos y luego miró fijamente a Peter— no sabes cuánto lamento haberme marchado.

Fugitiva |Wattys2015|Where stories live. Discover now