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El encierro de los demonios

Una oscura capa lo cubría de pies a cabeza. No solo lo camuflaba con la oscuridad, también le permitía ocultar sus armas entre las prendas. El otoño había llegado, mala época, ya que el suelo estaba cubierto de hojas y no le ayudaba a ser silencioso.

A cierta distancia, Enlai observaba cómo su hermano Shun se abría paso entre las cañas de bambú en dirección a la aldea. No dejaba de maldecir el entorno sin apartar su mirada. Le hubiera gustado ser él quien hiciera de señuelo y quien estuviera en ese instante caminando entre las enormes cañas de bambú, pero su hermano podía ser muy persuasivo y cabezota. Además, era el único que percibía cuándo no se encontraba bien para luchar y, tras una larga discusión, ahí estaban él de vigilante, y su hermano menor haciendo de señuelo.

Angustiado, Shun, se detuvo. Estaba a escasos metros de abandonar el bosque. Las enormes cañas se inclinaban hacia él, como si quisieran abrazarlo, a la vez que las hojas anaranjadas y verdosas cubrían el suelo como una gran alfombra, impidiéndole ser sigiloso. Parte del plan era llamar la atención para que los demonios de la zona salieran de sus escondrijos, pero estaba aterrado. Él no había elegido ese destino, no deseaba custodiar a esas bestias para que no acudieran a la Tierra, pero los años le habían enseñado que no importaba lo que quisiera. ¡Tenía magia y debía usarla!

Tras abandonar el bosque, anduvo por un sendero hasta detenerse frente al puente que servía de entrada a la población. Por el momento, todo parecía en calma. La aldea no aparentaba tener vida, ya fuera humana o demoniaca, y siguió.

Caminaba por una calle asfaltada con piedra y construcciones bajas, casas de tejas azules con tejados terminados en punta. Aún colgaban restos de farolillos rojos en las puertas de muchas viviendas, aunque también se veía el destrozo en las puertas de estas; desgarros, sangre... no importaban los años transcurridos, el rastro de los demonios seguía presente.

—Estoy ubicado —Shun escuchó la voz de su hermano. Ambos llevaban auriculares con los que poder comunicarse—. Aún podemos echarnos atrás y volver otro día. ¡No tienes por qué hacerlo!

—Ya, como si tuviéramos elección —protestó Shun extrayendo un cuchillo de sus prendas y tomándolo por la hoja—. Un día sin que estas cosas nos vean es una victoria para ellos. Debemos machacarlos día sí y día también para ganarnos su respeto.

—¡Vamos a cambiarnos! —exclamó Enlai—. Yo haré de cebo. Estás irascible y de mal humor, eso no ayuda en nada. Estos bichos no nos respetarán si estamos muertos. Ayer les dimos una buena paliza... hoy... hoy deberíamos estar celebrándolo.

—Error, hermanito, nunca debemos descansar. Además, ya es demasiado tarde. ¡Me he cortado! Pronto mi sangre los atraerá —añadió Shun, girándose y mirando al tejado de una de las viviendas que quedaban a su derecha. Ahí estaba Enlai; a diferencia de él, no llevaba capa, aunque también iba vestido de negro y, por supuesto, armado. Le hizo un gesto con la mano provocando que algunas gotas cayeran al suelo—. Prosigo, me adentro en el pueblo...

—¡Eres un niñato inconsciente! No deberías haberlo hecho. Vamos, da media vuelta, estoy seguro de que nuestra victoria de ayer los ha asustado y no van a regresar —susurró Enlai que, con sigilo, seguía moviéndose por el tejado sin perderlo de vista.

—¡Hasta a ti te han sonado a mentira tus palabras! —exclamó Shun, soltando una carcajada—. Relájate, Enlai, no siempre tienes que ser tú el que vaya en primera línea de combate. Somos los últimos protectores de los portales, debemos protegernos y...

—¿Sucede algo? ¿Qué has visto? —preguntó ansioso.

—No, nada, nada, estoy bien, solo me preguntaba, ¿por qué hacemos esto? —quiso saber, sin dejar de avanzar por la triste aldea que no hacía mucho acuñó vida humana. Aún había rastro de ello; una muñeca de trapo tirada en medio de la calle, restos de una cometa y, no muy lejos, puestos de comida y otros enseres—. Enlai, ¿por qué no paramos? Estoy tan cansado... ¡deberíamos centrarnos en proteger los portales y no venir a este mundo a enfrentarnos a ellos! Están aquí encerrados, son cientos de miles, ¡matarlos va a ser una tarea imposible! —le hizo saber.

Protectores I. El sellado de los PortalesWhere stories live. Discover now