22. Amores que matan

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El verano estaba llegando a su fin y Joan quiso festejarlo de la debida manera. Siendo los últimos días antes de separar caminos para iniciar la esperada y temida experiencia universitaria, decidió despedirse con una exhuberante fiesta de karaoke en su casa. Además, sus padres se habían ido de viaje y olvidaron cerrar la bodega del hogar bajo llave, y ese era otro gran motivo para celebrar.

Lisa estaba principalmente entusiasmada. Aquella reunión significaba su reinserción oficial en la vida de Joan. La separación de esta pareja había corrido de boca en boca muy rápido por el pueblo y, desde entonces, recibía comentarios deprimentes de vecinos deseándole una pronta recuperación, de familiares preguntándole cuándo llegaría el próximo novio, y de chicas tanteando la posibilidad de liarse con él. Pero ese día los verían nuevamente de la mano, siendo más felices que nunca, y dejarían de hostigarla.

—Me alegra que se hayan reconciliado. Hacen una muy bonita pareja —los felicité cuando arribamos al lugar y Joan la recibió con un apasionado beso.

—Y todo es gracias a ti —me dijo Lisa, aún abrazada a él—. Si no me hubieras incentivado a aclarar el malentendido, es probable que nunca hubiésemos hecho las paces.

Sonreí a medias. Sus palabras no terminaban de complacerme, no porque ella había dicho algo malo, más bien, porque yo había hecho algo malo. Intercambié una mirada rápida con Joan y noté que también se sentía incómodo.

—¡Oigan, esto es una fiesta! Dejemos las charlas emotivas para después —sugirió y nos abrió paso al interior de la casa.

La sala principal se había transformado en un auténtico bar de karaoke. Los muebles estaban arrimados contra las paredes, despejando así una enorme pista con un escenario de madera improvisado especialmente para la ocasión. En la mesa arrinconada del lado izquierdo, se inauguró una especie de barra con una gran variedad de bebidas alcohólicas, a destacar los vinos Fischer.

—Joan, ¿estás seguro de que sea una buena idea dejar a Luca a cargo de la barra? —inquirí al ver a este preparando el trago que le había pedido una chica para luego beberlo por sí mismo.

Un chillido proveniente de un parlante nos distrajo de ese problema para hallar otro.

—Olvídate de Luca. Tener a Noemi de DJ es la verdadera interrogante —dijo Lisa.

Mis dos amigas no se habían reconciliado. La primera aún resentía haber visto a su primo sufrir por mal de amores, y la segunda estaba dolida de que la otra haya esparcido el falso rumor que la involucraba a ella y a Emmett. Sin embargo, encontraron la manera de interactuar civilizadamente, y eso lo demostraron cuando se acercaron a saludarse.

—¿Qué hace alguien sin oído musical ocupándose de la música? —atizó Lisa.

—¿Qué hace alguien sin moral acostándose con mi primo? —contraatacó Noemi.

¿"Civilizadamente" dije? Olvídenlo.

Para ser justos con Noemi, ella no estaba al tanto del secreto de Lisa. La pelirroja pretendió contarle el motivo por el cual abandonó el atletismo y el juicio que esto desencadenó, pero nunca encontró el momento adecuado, y con ello me refiero a un momento donde la chica no la estuviera mirando como toro furioso a un pañuelo rojo.

Arrastré a Lisa hacia otro lado antes de que Noemi pudiera clavarle sus cuernos.

—Tienen que encontrar la manera de convivir. Puede que ya no sean cercanas, pero sigue siendo familia de tu novio —le dije al llegar a la mesa de aperitivos.

—Es imposible lidiar con ella —refunfuñó y tomó un bastoncito de zanahoria, el cual se lo reemplacé por una patata frita—. ¿Pero sabes qué? Es para mejor. Ahora sé con seguridad quiénes son mis amigos.

Las chances de estar contigo [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now