6. Un pedido... de auxilio

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A la mañana siguiente, decidí llegar al fondo de la cuestión. El comportamiento evasivo de Emmett la noche anterior y su repentina huida del restaurante fue una evidencia indudable de que tenía algo con -o en contra de- Laila Durand. Me levanté de la cama, seguí el aroma a café con canela que emanaba de la cocina y le di el beso de los buenos días antes de decirle:

─Se conocen, ¿cierto?

Él procedió a volcar azúcar dentro de una taza llena y revolver su interior. Fue innecesario aclarar a quién me refería; ambos sabíamos qué clase de conversación tendríamos al despertar.

La tetera comenzó a chillar y tuve que apagar yo misma el fuego porque Emmett, aun teniendo la hornalla al alcance de un estiramiento, no se percató del ruido. Volvió en sí cuando la tostadora disparó las dos rodajas de pan que puso minutos atrás. Coloqué otras dos en la máquina, unté las recién cocidas con mermelada de fresa, las adherí una a la otra y le di un mordisco resonante al sandwich improvisado.

─Ya no es alguien importante en mi vida, si es eso lo que te preocupa ─respondió a secas.

─¿Preocuparme? No. ¿Sorprenderme? Tal vez. Pudiste haberme dicho algo anoche.

─¿Cuándo? ¿Querías discutir frente a todos?

─¿Por qué asumes que íbamos a discutir?

─Es lo que estamos haciendo ahora.

Esperé en silencio hasta tragar el último bocado de la tostada. Emmett aprovechó para humedecer, con un sorbo de café, la garganta que ya comenzaba a arderle.

─Mi intención no es interrogarte, ni mucho menos hacerte pasar un mal momento, pero ayer tú me hiciste pasar uno y prefiero resolverlo contigo antes de que se vuelva a repetir. ¿Quieres contarme qué problema tienes con ella?

─Honestamente, no.

─De acuerdo ─musité, algo dolida por la indiferencia con la que respondía─. Lo único que te pediré es que te acostumbres a tenerla cerca. Laila seguirá en nuestras vidas porque le gusta Dexter y el sentimiento es mutuo. ¿Estás dispuesto a tolerarlo?

─Estoy obligado a hacerlo. Después de todo, es tu hermano, y si decide estar con ella, tendré que ver su estúpida cara en cada encuentro familiar. ─Emmett se apoyó de la mesada y dejó caer la cabeza con abatimiento. Me acerqué por detrás y lo envolví con mis brazos─. Creí que se había ido para siempre ─agregó entre titubeos─. Esperaba que así fuera.

Mis manos, que se cruzaban por su pecho, estaban colocadas estratégicamente a la altura de su corazón. Necesitaba asegurarme de que su ritmo cardíaco no se acelerara; significaría el advenimiento de un ataque de pánico. Hacía tiempo que no padecía uno, y parte del mérito se lo atribuía a él mismo por haber avanzado en sus sesiones de terapia; la otra parte, al medicamento que le habían recetado. El problema era que ninguno de ellos garantizaba una recuperación inmediata ni absoluta. En el fondo, siempre temí que recayera, y esperé que la reaparición de Laila no le diera motivos para hacerlo.

─Si algún día quieres hablar sobre esto, puedes contar conmigo ─susurré y apoyé los labios en su espalda para acalorarla con mi respiración.

Emmett cubrió mis manos con la suya y las presionó contra su pecho.

─Gracias ─dijo al voltear hacia mí y darme un beso tímido─. Te aseguro que no tienes nada de qué preocuparte.

La tostadora volvió a sonar y nos hizo dar un brinco en el lugar. Preparé otro sandwich de mermelada de fresa y se lo obsequié a Emmett a modo de reconciliación. Él la recibió con gratitud y le dio un pequeño mordisco en el extremo de la rodaja. Algo me decía que no estaba tan hambriento.

Las chances de estar contigo [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now