19. Baldazo de agua

5.2K 444 84
                                    

Volver a la casa de mi familia fue un tanto... extraño. Me había acostumbrado a la rutina que compartía con los hermanos Leroy y, además, mudarse de regreso al hogar del que tardé años en salir me pareció un retroceso enorme. Por fortuna, mis padres ya habían emprendido viaje hacia la aventura de sus años dorados con su casa rodante. Por lo tanto, solo me quedaba una compañera de piso: mi hermana menor, Daniela.

En un principio, evalué la posibilidad de vivir con Dexter, pero dadas las circunstancias, me pareció mejor respetar su espacio personal. Después de todo, él, tanto como yo, estaba sufriendo las secuelas de una ruptura, y lo que menos necesitaba era tener a una niña llorona usurpándole el departamento las veinticuatro horas del día.

Pasaron dos semanas desde que vi a Emmett por última vez. Mi miedo a cruzarlo era tal que decidí esconderme en el único lugar de nuestro pequeño pueblo donde no podría verme: entre las cuatro paredes de mi vieja habitación. Las llamadas a mi teléfono eran incesantes, pero las ignoraba cada vez que su nombre se reflejaba en la pantalla del móvil. Noemi también había intentado comunicarse, aunque le dejé en claro que no quería saber nada de nadie, y lo mismo le di a entender a Lisa, a pesar de que viajó kilómetros desde su universidad para venir de visita.

La única conversación de más de cinco minutos que mantuve en todo ese tiempo fue con Dexter respecto a la pastelería. Acordamos, por voto unánime, no trabajar por un tiempo, y colocamos un cartel en la puerta de la tienda que anunciaba "¡Cerrado por vacaciones!" con nuestro modesto intento de evitar que el verdadero motivo de nuestra ausencia se expandiera por todo el barrio.

Un día, Daniela irrumpió en mi cuarto sin previo anuncio y me quitó la cobija que me cubría de un tirón.

—¡Oye! ¡¿Qué hacés?! —le reproché, mientras me estiraba a recuperar la manta.

Ella, en consecuencia, la desechó al suelo a una distancia considerable de mi cama.

—¿La quieres de vuelta? Levántate y búscala —me desafió.

Entendí de inmediato lo que estaba intentando hacer y me rehusé a obedecer.

—¿Crees que soy una maldita rata de laboratorio? Déjame en paz —dije y giré sobre la cama para darle la espalda.

—Te estás pudriendo en ese colchón, Caeli.

—Ese es mi problema.

—¿Cuándo fue la última vez que te bañaste o comiste? Ni siquiera tocaste la cena que te preparé anoche. —Fue a mi escritorio a levantar el plato lleno del que ya se estaban adueñando un par de moscas—. Este lugar es un asco. Ni siquiera desempacaste, solo sacaste tu ropa de la maleta y la revoleaste por doquier. ¡Y por todos los santos, ventila! ¡Huele a muerto aquí! —No esperó a que yo lo hiciera, directamente trepó sobre mi cama para alcanzar las ventanas y abrirlas de par en par.

—¡Sal de aquí! ¡No eres mamá para decirme qué hacer!

—¡Más vale que no! Porque si mamá estuviera aquí, se la pasaría hablando de lo maravilloso que es Emmett y por qué mereces que lo perdones. Yo no estoy para esas cursiladas, ni mucho menos para permitirte que pierdas tu tiempo por un hombre.

—Se nota que nunca has estado enamorada —murmuré con los labios pegados a la almohada.

—Menos mal, porque viéndote así, se me quitaron todas las ganas. Vamos. —Me tomó de los brazos y comenzó a tironear.

Forcejeé en la dirección contraria, pero mi vaga energía perdió contra los sesenta kilos de pura fibra que acumulaba mi hermana en sus clases de artes marciales. Terminé cayendo al suelo y fui arrastrada a la ducha, a la que me metió con un empujón. Luego, sin importarle que estaba vestida, abrió el grifo.

Las chances de estar contigo [EN LIBRERÍAS]Where stories live. Discover now