Introducción

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Un pequeño Enlai de once años hacía un gran esfuerzo por controlar las lágrimas a la vez que untaba sus doloridas costillas con el ungüento que había preparado. A unos metros estaba Shun, de cuclillas frente a una charca, intentando pescar renacuajos. Lo había seguido tras salir de la vivienda una vez su tío le propinó una paliza tras descubrirlo teniendo sexo con su madre.

Desde entonces, decenas de pensamientos lo atormentaban:

Impotencia por no haber detenido ningún golpe. No importaba cuánto había entrenado con su padre o los demás protectores, fue incapaz de detener a Duwei.

Confusión por la situación en la que había encontrado a su madre y a su tío.

Y en especial, culpa. No quería mentir a su padre, pero tras recibir la paliza de Duwei tenía miedo de su amenaza y acabar con la garganta rebanada. Así que, mientras decidía cómo afrontar su vida a partir de ahora, ahí estaba, junto a Shun, ocultos entre las enormes cañas de bambú.

—¡Lo logré! —exclamó Shun, que feliz, se giró hacia su hermano. Tenía las manos unidas; en ellas agua y varios renacuajos nadando—. ¡Es la primera vez que lo consigo! Me he mantenido muy, muy quieto, el agua estaba muy fría, pero he aguantado.

—Lo has hecho muy bien, ahora devuélvelos al agua para que puedan crecer.

Shun asintió, se giró e hizo lo ordenado por Enlai. Agachado frente al agua extrajo un pañuelo de su kimono y lo mojó para después volver junto a su hermano y posarlo sobre el labio hinchado.

—¿Qué ha pasado? —preguntó el pequeño.

—He hecho enfadar al tío, nada más, pero no podemos decírselo a padre ni a madre...si preguntan, ha sido en los entrenamientos.

Shun asintió a pesar de lo confundido que estaba. Las mentiras no formaban parte de su vida y le extrañaba que Enlai le pidiera que guardase un secreto. Aun así, no dijo nada y le ayudó a untar sus magulladuras. Después, tomó asiento junto a él, apoyó la cabeza sobre su hombro y no hubo más palabras. No regresaron a casa para la merienda, permanecieron en el bosque, donde cazaron dos conejos, que tras preparar en el fuego, comieron. Durante un día solo estuvieron ellos; se bañaron en el rio, descansaron a la sombra de las cañas hasta que la noche les alcanzó donde una enorme luna de sangre ocupaba el cielo.

Era hora de volver a casa; Enlai lo sabía, además, Shun estaba agotado y dormitaba junto a él. Tras subirlo a su espalda comenzó a caminar hacia su hogar; tenía miedo de mirar a su padre y que descubriera que tenía un secreto, por supuesto también temía a Duwei. Su amenaza había sido muy clara: si hablaba de que lo había visto, acabaría en un nido de diablillos.

De repente un grito rompió la calma del silencio y paralizó a Enlai, además de despertar a Shun. Más chillos no tardaron en unirse al primero, además del tintineo de las armas al estrellarse unas con otras.

Tras dejar a Shun en el suelo, los hermanos corrieron en dirección al pueblo, aunque ninguno llegó a abandonar el bosque. Desde la protección que les ofrecía las cañas observaron a la decena de demonios que había tomado la población.

¡Estaban perdidos! Había una veintena de protectores muertos, entre ellos sus padres. Solo podían hacer una cosa: ¡huir!

Protectores 2. La rotura de los portalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora