2🤎. La tradición

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Farid

La carretera es piedra y polvo, lo tradicional. Aun así, no me acostumbro de los incomodos baches y anomalías en el camino.

Observo a una que otra persona en la calle o está asomada desde su casa y brindo un pitido en forma de saludo o le saludo directamente con la mano.

Me estaciono en el bordillo de la casa del chico que coloca la luz, pito unas tres veces con pausas para que salga en caso de que se encuentre.

En lapso de segundos está afuera y se acerca al lado de mi ventanilla.

—Hola, Farid.

—Hola, Rommel. Demás esta decir porque estoy aquí.

—Deja voy a buscar la caña.

Al momento que regreso con ella la amarró al carro.

—¿Sabes dónde ha sido el daño? —negó.

—Supongo que en el poste de la casa de Khayla, es donde siempre se daña el fusible.

—¿Tienes uno o tenemos que ir a comprar? —dije refiriéndome a los fusibles.

—Tengo dos —escuché dos y rápidamente arranqué el carro. —La vez pasada compré tres. Solo usé uno poque también tenía uno guardado.

Nos quedamos en silencio hasta que volví a sacar un tema de conversación.

—Estaba puliendo unas piezas cuando la pulidora se quedó quieta. Pensaba que era que ya se había dañado. Necesito terminar esa mesa, es una mesa lo que voy a hacer —aclaré.

—Qué bueno que estes volviendo a trabajar, mis papás te querían hacer unos encargos, pero como yo les comenté que no estarías trabajando por unos meses ya no fueron a hablar contigo.

—Al principio fue muy merecido mi descanso, pero luego extrañé lijar, cortar, pintar y no sé, llegue a un punto de que creo que no puedo vivir sin hacer lo que me gusta.

—Me pasa lo mismo con el de los petates.

—Yo te admiro por el temple que tienes para poder tejer.

—Digo lo mismo en tus labores.

Habíamos llegado, llámanos a los papás de Khayla para pedir permiso y no ser entrometidos.

—Buenas tardes, Farid. Buenas tardes, Rommel. Pasen.

—¿Su perro no muerde? —consulta mi amigo.

—No, ya comió. Se comió a un chico que iba pasando en una bicicleta —aclara entre seria y risueña, mientras él se palidece luego que escucha la última frase.

—Veníamos a colocar el fusible, me quedé sin poder trabajar y tengo la entrega para mañana.

Coloqué la caña continua de la caja de fusibles con el fin de tumbar el que se había dañado para luego colocar el nuevo.

La agilidad sirvió ahorrándome unos minutos.

—Gracias señora Cloris, ya nos vamos que pase bien —me despido alzando la voz ya que la señora ya no se encuentra a la vista.

—Igualmente muchachos. Saluden a sus mamás de mi parte.

Volvimos a mi casa. Rommel no quiso que lo fuera a dejar porque prefirió venir a ayudarme con la mesa.

Quisiera decir que no requiero de su ayuda, pero la necesidad implica que se lo permita.

—Farid, ¿Tienes barniz aún?

El florecer de los GuayacanesWhere stories live. Discover now