Capítulo 13

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Vale, la situación era un poco dramática.

Un poco.

La verdad es que nunca me habían detenido, no sabía cuál era el procedimiento, así que me dejé llevar la mayor parte del tiempo. Me esperaba cosas malas, eso sí. Por eso me pareció tan aburrido que me quitaran la cartera, me hicieran firmar una hoja y procedieran con dos o tres preguntas.

Mi única conclusión fue que nada de eso eso quedaría bien en mi expediente... y que mi foto criminal era muy fea.

Bueno, ya sabíamos que acabarías por este camino.

Quizá no fue tan intenso como pensé, pero sí que me pareció fue eterno. Entre una cosa y otra transcurrió lo que me pareció una vida entera, y no tenía con quien hablar. Ni siquiera volví a ver a Livvie, con quien había compartido un muy silencioso viaje en el asiento trasero del coche patrulla.

Debían ser ya las dos de la madrugada cuando por fin me metieron en una celda y me dejaron tranquilita. Estaba sola, así que me senté en el banquito del fondo y empecé a replantearme todas las decisiones que había tomado hasta ese momento.

Bueno, papá y mamá iban a matarme, eso estaba claro. La duda era cómo lo harían.

Lento y recreándose.

Y yo preocupada por lo que pudiera decir Ty de mí... Iba a ganarme el peor castigo de nuestra historia familiar. Y encima habría sido para nada, porque iba a pasar toda la noche ahí encerrada de brazos cruzados.

Pasada media hora, más o menos, me acerqué a los barrotes y me asomé como pude, en busca de algún agente. Encontré uno en la mesa del fondo, junto a la salida.

—¡Eh! —chille, agitando un brazo para llamarle la atención—. ¡Eh, tú, tú!

El policía, que estaba mirando unos papeles, suspiró y levantó la vista hacia mí con cansancio.

—Si tienes sed, haberlo pensado antes de delinquir.

—No es eso. ¿Cuándo podré hacer mi llamada?

—¿Llamada?

—Esa que se deja hacer en las películas. Alguien tendrá que pagar mi fianza, ¿no?

El señor no debía estar mucho por la labor, porque puso los ojos en blanco y volvió a lo suyo.

—¡Oye! —insistí, pero pasó de mí.

Genial.

Volví a mi banquito, ahora de brazos cruzados, y me pregunté si había visto algún teléfono de camino a la celda. Tendría que avisar a mis padres de que no solo estaba arrestada, sino que encima eran muy antipáticos conmigo.

Inadmisible.

Como no tenía el móvil encima, no sabía qué hora era. Mi única referencia era la oscuridad que se percibía tras los barrotes y el cristal tintado de las ventanas, pero no era un gran indicativo de nada. Eché la cabeza hacia atrás, moví una pierna de arriba a abajo y empecé a contar los minutos mentalmente. Duré unos dos o tres, porque luego me aburrí y volví a salir a chistarle al policía, que seguía pasando totalmente de mí.

Llevaba un rato ignorándome cuando de pronto se volvió hacia la puerta. Yo también lo hice, esperanzada, pero toda ilusión se fue en cuanto vi que traían a Livvie.

Tenía un aspecto lamentable, lo que me hizo preguntarme cómo sería el mío. Livvie tenía manchas de sangre seca bajo la nariz y por la camiseta, una marca de golpe en la mandíbula... Yo, por mi parte, solo notaba el sabor metálico de mi labio inferior y tenía un ojo que no dejaba de palpitar como si tuviera vida propia.

Las luces de febrero #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora