Capítulo 14

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Penúltimo capítulo, oremos hermanas

El vestuario se encontraba en completo silencio. Yo estaba sentada en uno de los banquillos, mirándome las manos y estirando los dedos en un gesto nervioso. A mi lado, Tad murmuraba para sí mismo como si estuviera haciendo un repaso mental de algo que nadie más entendía. Le di un pequeño codazo, a lo que inspiró con fuerza y dejó de hablar solo.

Marco era el que parecía más tranquilo de todo el grupo. Se había aposentado en el alféizar de la ventana y se estaba fumando un cigarro cuyo humo iba tirando fuera. Víctor había intentado decirle que, como sonara la alarma de incendios, nos llevaríamos una bronca. No le había preocupado demasiado.

—¿Dónde está Eddie? —preguntó Víctor, que daba vueltas por el gimnasio con los brazos cruzados.

Oscar, tumbado en otro banquillo, señaló uno de los cubiletes cerrados.

—¿Todavía? —insistió nuestro pelirrojo de confianza—. ¡Eddie! ¡Sal de una vez!

—¡Es que los nervios hacen que se me revuelva el estómago!

—Qué asco —murmuré.

Marco empezó a reírse, pero en cuanto oyó que alguien se acercaba por el pasillo, palideció y trató de apagar el cigarrillo a toda velocidad.

El árbitro se asomó al vestuario, impaciente.

—Seguimos esperando —insistió por tercera vez.

—Es que uno de nuestros compañeros está ocupado —dijo Víctor.

—¿Se puede saber qué hace?

—Está... em... indispuesto.

—¿Eh?

—Está cagando —aclaró Oscar.

El árbitro parpadeó, puso cara de asco y luego miró su reloj.

—Tenéis cinco minutos. Ni uno más.

Por suerte, Eddie salió al cabo de dos más. Decía que todavía no estaba del todo satisfecho, pero que los nervios también le estreñían y no podía controlarlo. Mi cara de asco aumentó.

No es que ese fuera precisamente un partido muy importante. De hecho, después del desastre que habíamos hecho en el anterior, ni siquiera teníamos posibilidades de ascender a la semifinal. Nuestra única oportunidad de hoy era, básicamente, ganar para no irnos de la liga con puntos negativos debajo de nuestro nombre.

El objetivo estaba claro, pero claro... una cosa era la teoría y otra muy distinta ponerla en práctica.

—¿Podemos salir de una vez? —insistió Víctor, que casi estaba tirándose de los pelos por los nervios.

—Sí, sí... ya no me sale más caca.

—Qué asco —murmuró Marco.

—Más asco da fumar y bien que lo haces.

—¿Podemos no pelearnos justo antes de entrar? —sugerí, impaciente—. O dejarlo para después, por lo menos... Así no hacemos el ridículo otra vez.

—No digas que hicimos el ridículo —pidió Tad con una mueca.

—Bueno, quizá no sea la palabra más adecuada...

—Lo es —interrumpió Oscar, encogiéndose de hombros—. Pero tampoco pasa nada. Podemos considerarlo una cura de humildad para el futuro.

—¿Esa es tu forma de dar ánimos? —murmuró Víctor.

—¿Quién ha dicho que esté intentando animaros?

Justo en ese momento, llegamos al último pasillo. El otro equipo ya estaba en la cancha con cara de aburrimiento, así que al entrar nos echaron más de una miradita de rencor. Lo único que querían era ganarnos e ir a por partidos más interesantes, supuse.

Las luces de febrero #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora