1| Flores blancas, abejas y trigo

139 12 26
                                    

Leonardo / 1980 / Italia

Observo como una abeja se posa en una margarita blanca con la intención de extraer su polen. Pero no sale como quería, lo que ella no sabe es que antes de que llegara ya había ido otra abeja a por ese polen. ¿Le han robado lo que es suyo, o se trata de la ley del más rápido? ¿No tienen un orden?

—¿Acaso no tienes trabajo?— Marco, mi compañero y mejor amigo se queja.

Meto una planta de trigo entre mis dientes intentando obviar la respuesta. Arqueo los ojos para ver cómo se mueve la planta mientras rechino la dentadura. Hoy es un día caluroso y aburrido, y aunque mi trabajo no es el más divertido, nunca antes sentí la necesidad de que pasara algo nuevo.

—Estoy en mi descanso.

—Ya lo hemos tenido hace una media hora. El jefe está a punto de llegar y tú aún no has recogido el trigo restante— se queja casi sin respirar.

—¿Te has dado cuenta de que hay una margarita blanca en mitad del campo de trigo?

El posa sus ojos en la pequeña flor Blanca que resalta entre tanto marrón. Puedo ver que arruga las cejas y eso solo puede significar una cosa, y es que su paciencia está al borde del límite y si me llego a pasar podría ser su último día de vida, o tal vez la mía. Por eso y sin más rechistar me pongo de pie y continuo con mi aburrido y doloroso trabajo aún pensando en esa margarita.

Si le dieran un premio a la persona que más sobre piensa en el mundo, ese premio sería para mi. Y aunque a veces me canso yo mismo es inevitable parar, nunca podré entender esas personas que son capaces de dejar la mente en Blanco. ¿No es imposible?

Los rayos del sol se posan en mi morena y brillante piel por el sudor. Ha pasado ya casi seis meses desde que decidí ayudar a mi mejor amigo con la cosecha del trigo. Nunca me ha gustado mucho los trabajos donde implica el ensuciarme en exceso las manos, pero lo que de verdad me apasiona no está bien visto para un hombre y menos en mi pueblo.

Limpio el sudor de mi frente con el dorso de la mano y luego hago lo mismo con mi mano con la parte trasera de mi pantalón de lana marrón. Ato mi camisa alrededor de mi cabeza para que no se meta en mis ojos y poder así aprovechar un poco de sombra, ya que todo parece que da vueltas a mi alrededor.

Intento continuar, pero ahora veo el doble de trigo del que había antes y eso es aún más sofocante que le calor. Las abejas revolotean por mi alrededor en busca de más flores que polinizar, pero solo hay una y ya está cogida.

—Necesito un descanso.

—¿Otra vez?—escucho de fondo varías voces quejándose, pero le hago caso omiso. Solo puedo pensar en una cosa, agua.

Justo al lado del campo hay una río cubierto de árboles y vegetación salvaje que solo deja pasar escasos rayos de sol. Solía ir allí de pequeño cuando ls cosas se ponían feas en casa, o cuando mi abuela me buscaba para darme una lección de como cocer bien la pasta. Ella es como mi hermana, sorprendentemente para su edad tiene una mente muy abierta, y no digo que los mayores no puedan ser más liberales, pero si que es cierto que han nacido en años difíciles y eso lo complica. Siempre dice <<si me tuviera que casar de nuevo, buscaría a un hombre que supiera cocinar. Porque ellos son los que desafían las normas y por los que valen la pena luchar>> y da la casualidad que siempre es cada vez que ve a mi padre sentado en la mesa quejándose de que su comida no está lista.

Nada más llegar puedo notar como mis pulmones recogen el aire que necesitaban, la brisa es fresca y el sonido del agua correr te relaja nada más llegar. Siempre he dicho que el sonido de la naturaleza es como un concierto de silencios que llenan el alma.
Corro hacia el río y meto la cabeza dentro sin pensarlo, y nada más hacerlo mis pezones se ponen duros al contacto del frío en comparación del calor que hace fuera, pero me encanta esa sensación. Al abrir los ojos las piedras corren unas encima de otras por la corriente del agua, pero otras se mantiene fijas, agarradas, y no hay presión que las muevas. A veces me siento así, como esas piedras que se agarran.

Saco la cabeza cuando me arden los pulmones con desesperación por respirar. Pero lo que espero ver que son solo árboles no es exactamente lo que veo, alzo la mirada aún borrosa por las gotas del agua y veo la silueta de un hombre.

—Comenzaba a preocuparme, creí que nunca ibas a salir.

Froto mis ojos y puedo ver con claridad que tiene el pelo totalmente rubio, casi blanco y unos ojos verdes como las hojas del olivo, capaces de embaucarte por minutos. Esta sin camisa y lleva unos pantalones marrones claros cortos que me deja ver sus definidas y largas piernas. Por las venas que recorren su brazo puedo deducir que acaba de terminar de trabajar, ademas también de que tiene la cara llena de harina.

—¿Te has dado cuenta de que en el campo de trigo en medio de todas ellas hay una margarita? 

El chico me clavo sus ojos en los míos con una mirada profunda y confusa a la vez. Es totalmente normal, nunca he sido bueno para socializar pero aquel caso realmente me había impresionado y no parecía que ha nadie le importará.

—Si te digo la verdad, no. Pero si se que los romanos llamaban a la flor de la margarita "solis oculus", es decir, "ojos de sol". Según decía una leyenda que mi madre me contaba, las margaritas nacen en los sitios donde están las personas que iluminan tu camino, de ahí su color blanco, reflejo de la pureza y la esperanza.

—Te lo acabas de inventar, ¿verdad?

—Solo la mitad.

El chico de pelo blanco suelta una carcajada que resuena en mis oídos y de repente todos los sonido de mi alrededor desaparecen. Me fijo en como la comisura de sus labios se alzan haciendo pequeñas arrugas a su lado y dejando entre ver un pequeño hoyuelo que de repente quiero lamer.

—Idiota.

—Ya veo que el sol se ha equivocado esta vez y ha puesto una preciosa margarita donde está el mismísimo mal en persona.

—Siento decepcionarte. Pero en el hipotético caso de que esa leyenda sea real, no tiene sentido ya que trabajamos más de veinte hombres allí. El sol podría elegir a cualquiera de ellos y no sabríamos quién es.

—Eres el único que te has fijado en ella.

—Que tontería.

Se encoge de hombros.

—Cree lo que quieras hombre de poca fe. De todas formas hay muchas historias sobre la flor pero ninguna de ellas son ciertas, o al menos nunca escuché una cierta.

—Las mujeres de la época medieval solían llevar coronas de margaritas en su cabello mientras los audaces caballeros peleaban por ellas. Antes del comienzo de los torneos, la doncella regalaba una de sus margaritas a su amado, colocándosela debajo de la armadura y cerca del corazón, como señal de amor y buena suerte.

—Una estupida señal de amor si la margarita finalmente se tiñe de rojo.

—En cierto modo tienes razón. Pero es un gesto muy bonito viendo lo que simboliza según tu leyenda. Ella tiene la esperanza de que su amado sobreviva y pueda vivir junto a ella, por eso el color blanco simboliza la esperanza y pureza. ¿No es así?

Una sonrisa de medio lado se dibuja en su rostro iluminando aún más su ojos que parecen cambiar de color a más claro cuando sonríe.

—Eres un rayo de sol chico margarita. Me ha gustado hablar contigo, pero tengo que irme.

Entonces una abeja se posa en una margarita y con su contacto un pétalo cayó al suelo. Comienza la cuenta atrás.

∘❀∘❀∘❀∘❀∘❀∘❀∘❀∘❀∘❀∘

Nuestro último pétalo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora