3 | Narciso, naranjas y limones

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Leonardo / 1980 / Italia

Al cabo de unos minutos amasando, mis brazos se querían salir del cuerpo. El dolor era cada vez más insoportable por eso me obligo a parar en varias ocasiones, si no quiero levantarme mañana con los brazos vendados por muy tentadora que me parezca la idea, así no tendría que ir a la cosecha de trigo.

Por el rabillo del ojo me aseguro de que el panadero esté bien porque su respiración me dice todo lo contrario, se ha vuelto pesado y denso de repente el aire aquí dentro y es que el fuego no ayuda. Hace demasiada calor y más haciendo esfuerzos.

—¿Soportas el calor?— lo digo casi por inercia y también porque sois incapaz de estar callado más de un minuto.

—Bastante bien, aunque odio el sudor.

—Eres muy contradictorio.

—Me lo dicen bastante, supongo que es un don que tengo.

—Nunca me has dicho tu nombre.

Siento como clava sus ojos en mi y hago todo lo posible por no girarme y mirarlo también. Se que si lo hago no podré resistir la tentación y se daría cuenta de que sus gruesos e hidratados labios son mi centro de atención. 

—Tienes razón. Pero tú me lo acabas de decir también.

—No sabía si eras de fiar.

—¿Y ahora lo sabes?

—No, hasta que no me digas tu nombre.

—Narciso.

Reprimo una sonrisa en un intento fallido. Alza una ceja y entrecierra los ojos.

—Tiene sentido.

—¿Y eso por qué?

—Eres igual que Narciso el de la mitología griega. El era tan guapo que se enamoró de su propio reflejo en el río. Podríamos decir que tienes demasiado amor propio.

—¿Me estás queriendo decir que soy guapo?

Rápidamente la sangre subió a mi cara y ya sabía como de ridículo me estaba viendo en ese mismo instante. Aunque el también me lo dejo claro cuando vi ese atisbo de diversión en sus ojos.

—N-no, yo solo digo que eres muy presumido. Además todo cuadra, por algo al Narciso le llaman la flor del egoísmo.

—Bueno, no tiene nada de malo en estar enamorado de uno mismo. Total, yo me he ganado mis músculos.

—No es malo hasta cierto punto, cuando sobrepasas esa línea llega a ser peligroso.

—Se donde están mis límites.

Sin darme cuenta mi cuerpo estaba a escasos centímetros del suyo, su peculiar aroma a pan y canela me endulza el sentido del olfato. El es un poco más alto que yo, supongamos que mi hombro cabría perfectamente bajo se axila.

—Lo dudo. Nadie está preparado para saber sus límites. Solo los idiotas dicen que lo saben y después la cruzan sin darse ni cuenta, cuando quieren retroceder es tarde.

—Supongo que siempre habrá una excepción.

—Y te aseguro que no eres tú.

Nuestros ojos se encuentras, puedo respirar el aire que expulsa de su nariz perfectamente, y eso por alguna razón me pone nervioso. Pero ninguno de los dos se mueve, solo nos miramos. Sus ojos verdes no muestran ningún sentimiento, son fríos y solo de vez en cuando muestra esa diversión que borrar rápidamente.

—Tenemos que seguir con el pan.

Me doy la vuelta rápidamente sin saber que estaba más cerca de lo que pensaba de la mesa, choco con la bandeja de madera en la que está la harina esparcida y esta sale volando en todas direcciones, aunque mi cara sea la dirección que mas le gustó. Narciso se percató de mi lucha interna por no girarme hasta el porque sabía perfectamente lo que estaba haciendo, solo podía escuchar su risa. Hasta pude ver, aunque la verdad me costaba por toda la harina de mi ojos, que estaba arrodillado en el suelo con los brazos en el estómago.

Nuestro último pétalo Where stories live. Discover now