2 | Agua, harina y pan.

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Narciso / 1980 / Italia

Me imagino la escena en mi cabeza varías veces y aún así me cuesta hacerlo. Y es que la idea de lanzarme por esta pequeña cascada y dar una voltereta mientras caigo se me hace difícil. Porque después esta la otra parte de mi subconsciente que me enseña escenas catastróficas de diferentes finales en los que muero, como si fueran cortometrajes.

Después de varios intentos por fin me lanzo y hago todo lo pensado, aunque no sale del todo perfecto. Al caer cientos de burbujas rodean mi cuerpo y se pegan en mi piel haciéndome cosquillas, abro los ojos y veo como desaparecen poco a poco hasta que el agua se calma y con ella esos pequeños peces que nadan de un lado a otro y huyen de mi como si de un tiburón me tratara.

Buceo intentando ver algún pez nuevo sin éxito así que decidí salir del agua. Dejar toda mi ropa arriba del acantilado por la que me he tirado no ha sido buena idea, ahora tengo que subir completamente desnudo. Por suerte no pasan mucha gente por aquí, y aunque pasara no creo que se asusten, no soy tan feo y mi cuerpo es parecido al de la estatua David de Miguel Ángel. Salvo que yo no la tengo tan pequeña o eso me dicen la chicas con las que he estado.

En cualquier caso, nadie saldría ni herido y mucho menos traumado por mi cuerpo. Pero tampoco quiero arriesgarme aún siendo digno de ver. Una vez llegó arriba y me pongo el pantalón me tiendo mirando hacia el trozo de cielo que me dejan ver los árboles, sus ramas ocupan casi todo. Las hojas secas del suelo se pegan en mi piel mojada y el contraste de color me parece precioso.

A lo lejos puedo escuchar el agua impactar contra ella misma, algunos pájaros piar y el mugir de las vacas que pastan cerca. Cansado de la misma postura me doy la vuelta y entonces la veo, una mariquita se posa en una margarita blanca y mi mente viaja hasta el chico de ayer.

Cuando lo vi meter la cabeza me di cuenta de que sus músculos se tensaron al contacto del frío, pero aún así siguió bajo el agua. Parecía estar muy distraído ahí dentro porque no se dio cuenta de que el pétalo de una flor blanca llegó acariciando su espalda arrastrada por el viento, y tampoco se percató de que yo estaba detrás de él. Cuando salió su cabello castaño se pegó en su frente y su ojos no se terminaron de abrir, entonces aproveché para fijarme mejor en el. Me resultaba familiar y a la vez lejano, lo que sí tenía claro es que era como un rayo de luz. La chica con la que se casará tendría la propia personificación de la alegría en su casa.

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—Mañana tienes que quedarte solo en la panadería, tengo que ir a la ciudad a por más trigo— me recuerda mi padre.

Afirmo metiéndome un trozo de pescado en la boca. Mi padre y yo nos complementamos muy bien, la gente pensó que jamas lo conseguiríamos sin mi madre, pero pasó. El siempre lo llevo con naturalidad y nunca me dejo de lado, por eso es que lo admiro tanto.

—Recuerda que tienes que levantarte a las cinco, el pan no está hecho— hace una breve pausa para masticar — y tampoco olvides que el fuego no es un juego, hazlo con cuidado y que no se queme la masa.

Afirmo con la cabeza de nuevo y esta vez doy un sorbo de mi agua. Mi padre se queda fijamente mirando mi expresión hasta el punto de que me llega a incomodar.

—¿Pasa algo hijo?

—No, solo que estoy bastante cansado. Pero te he oído, tendré cuidado mañana puedes fiarte de mi.
Abriré la panadería a las siete, ni un minuto más ni uno menos.

—Muchas gracias, Narciso.

—Papaaa.

—¿Que, ahora no puedo elogiar el trabajo de mi hijo?

Nuestro último pétalo Where stories live. Discover now