Capítulo 5:Promesa de amor II

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Él era suyo y ella le pertenecía

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Él era suyo y ella le pertenecía. 

A ella lo ataba el poder de una promesa. 

Aderyn había cumplido su parte y ahora el escocés tenía que cumplir la suya. 

Y lo esperó, esperó durante décadas, ansiando encontrarlo de nuevo, ansiando estrecharlo entre sus brazos etéreos y mágicos para envolverlo en la magia ancestral de la Isla y no dejarlo partir nunca más. No le importaba haber roto la prohibición de vincularse a un humano. Se había saltado las reglas por y para él. La magia de la isla la vinculaba a la tierra y no pudo seguirlo, cuando él partió a tierras de ultramar.

 Por otra parte, su madre le había hecho prometer que lo olvidaría y bajo esa condición ella la  había permitido vivir entre los humanos.

Pero Aderyn era tozuda y astuta. Ella haría lo que le diera la gana. Sobre el corazón su madre no tenía soberanía, era suyo y quería hacer su voluntad sin importarle las reglas impuestas por la soberana. Ya había roto numerosos tabúes y saltado las reglas. Una más, carecía de importancia.

Cuando los cuervos le susurraron el nombre de su amado, supo que él había regresado. 

"William, por fin. Has venido a  mí..." 

Su alma se regocijó pues pronto se podría cobrar su premio y conseguiría quedarse con él para siempre. Porque Aderyn  había prometido a la reina Titania que solo regresaría a su hogar bajo las colinas huecas, cuando su amado regresara de las tierras de ultramar. 

Entonces y solo entonces, se sometería y   viviría feliz con él hasta el final de los tiempos.

Era maravilloso y Aderyn se consumía de impaciencia. 

—Pronto, pronto estaremos juntos, mi amor...y esta vez, nada, ni nadie podrá interponerse entre nosotros.—Susurró el hada al viento, mientras se recolocaba los dorados cabellos con un tocado de brezo y  flores silvestres.

Ella sabía que él  estaba cerca. Podía olerlo, podía saborearlo. El poder del amor hacia aquel humano marcado por ella, la podía. La atrapaba, lo atraía hacia él, como un perfume raro y exquisito.  Lo quería para ella. Para gozarlo, para tenerlo con ella hasta el fin de los tiempos. 

—William Albert Ardlay...estoy lista para tí. Espero que no hayas olvidado tu promesa.—Susurró Aderyn sonriente, mientras enviaba un beso al aire con la esperanza de que le llegara el mensaje. 

La tía Elroy frunció el entrecejo y se cruzó de brazos, inquieta. 

—¿Lo has sentido, William? ¿Has sentido eso?  Creo que esta boda va a ser un error.—Auguró la tía Elroy sombría.

El se recolocó el  elegante  chaqué negro con chaleco de seda gris perla. También lucía una  hermosa rosa blanca en el hojal. Se sentía nervioso, ansiaba ver a la novia.  Dirigió sus azules ojos hacia su tía, el último familiar vivo que le quedaba en este mundo y sonrió. 

—Eso fue hace mucho tiempo, tía.—Dijo con voz lenta y pausada. 

Elroy no estaba de acuerdo. Estaba muy molesta por la actitud despreocupada de su sobrino. Estaban en Escocia, por Dios Santo. Corrían peligro, había sido un error celebrar la boda allí. 

—Pero para las hadas una promesa es una promesa y el tiempo no significa nada...Ya lo sabes, chiquillo.—Farfulló la bruja mientras se paseaba de un lado a otro en la habitación presa de una inmensa zozobra. 

Era una bruja blanca, el poder de los elementos fluía en ella. Pero desafiar la ira de un ser de pura energía natural la aterrorizaba. Recordaba bien lo sucedido a su sobrino tras haberlas convocado en el círculo de piedra, con el cuerpo inerte de Candy sobre el altar de piedra basáltica y a él rogando  por poder recuperarla.

Pero William no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de ser feliz al lado de la persona que amaba. 

—No se atreverá, tía. El sagrado vínculo que vamos a firmar ante Dios nos protege de las maldiciones paganas. De todos es sabido que las hadas no pisan tierra consagrada.— Respondió creyéndose muy astuto.

Pero su tía no estaba de acuerdo. Su sobrino tenía la confianza, la arrogancia de los jóvenes y la frustraba que no quisiera prestarle la debida atención.

—Eso es lo que tú te crees...— Dijo ella arrastrando las palabras furiosa.

El joven empezaba a perder la paciencia. Era el día de su boda y no quería que ella se lo estropease. Quería disfrutar de aquellos momentos y no pudo disimular su disgusto con la actitud de Elroy.

—No seas tan agorera, tía.—Murmuró molesto. 

Elroy estaba cada vez más asustada. Presentía que algo malo iba a pasar y no estaba dispuesta a que su sobrino volviera a sufrir ningún daño. 

—William, detén esta locura. Volvamos a Chicago, allí estaremos a salvo. Después de todo, no te ha ido tan mal como inmortal y tampoco has estado tan solo. Siempre he estado a tu lado...ya lo sabes. Pero creo que cometes una equivocación con este matrimonio. Eso no te va a devolver tu condición de hombre mortal.— Le aseguró tomándole del brazo.

Él se soltó y la encaró con severidad. Estaba a punto de perder la paciencia. 

—No es por eso, tía. Quiero estar con ella. No me importan las consecuencias.— Dijo mientras se ajustaba los gemelos. —¿Tienes algo más que objetar?

Ella  frunció el entrecejo molesta, tenía los ojos llorosos. No podía creer que  pudiera llegar a ser tan obstinado. 

—Tú sabrás lo que haces, sobrino...mi presencia en la Iglesia me está vedada. Solo espero que no vayas a arrepentirte después.— Farfulló frunciendo el gesto antes de desvanecerse en un orbe de luz azul intenso.

—Por favor, déjalo estar — Suspiró Albert con hastío. Sabía que la había molestado mucho pero confiaba en que se le pasaría pronto  el disgusto. 

La luz se marchó  de su lado,  dejándolo solo ante el enorme espejo de cuerpo entero de la habitación privada de la mansión familiar donde se había estado preparando para el momento que había estado esperando desde que la había encontrado. 

"Pronto estaremos juntos y ya nada podrá separarnos..." , pensó mientras sentía cómo su cuerpo empezaba a brillar, reconociendo dentro de sí una excitación creciente. 

—¡Oh diablos! pero si parezco una bombilla...— Se dijo  con aprensión tras mirarse de reojo por última vez. — ¡Qué contratiempo tan molesto!— murmuró mientras echaba un vistazo al reloj de muñeca. 

"No importa. Cuando nos casemos, esto dejará de ser un problema. Recuperaré mi mortalidad y podré llevar una vida normal. El vínculo sagrado entre dos personas que se aman, es suficiente para romper este y cualquier maleficio...Y este ya ha durado bastante..." pensó mientras montaba en el lujoso coche que le aguardaba en el porche. 



Con encanto [Parte II]Where stories live. Discover now