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La primera vez que su mejor amigo casi la había besado había sido durante la secundaria, en un desafío tonto que sus otros compañeros en la fiesta en la que estaban les habían obligado a hacer, insistiendo en que los dos se encerraran en un armario de aquella casa durante siete minutos, advirtiéndoles que sólo saldrían si se daban un beso. Milagros puede recordarlo todavía en la actualidad, tan vívidamente e incluso con el tiempo que había pasado desde entonces. El corte de tazón de Felipe, los brackets que ella usaba, y el rubor que tiñó ambas mejillas cuando los obligaron a acercarse, algo que parecería inofensivo hoy en día. Pipe había sido muy tímido en aquel entonces, su pequeño hábito de lamerse los labios era tan lindo e inocente mientras sus ojos se agrandaban y agrandaban, mirándola con miedo.
Sin embargo, él no la besó ese día y, en lo que respecta a las cosas, a la pelirrubia no le molestó. En esa época de secundaria, su mejor amigo solía ser algo asqueroso con las chicas, incluso con ella. Después de todo, era un niño todavía. Un chico que no le interesaba, un chico con el que Milagros había pasado la mayor parte del verano antes de la escuela, un chico con el que había tenido gripe en conjunto y uno con el que también se había emborrachado por primera vez. En aquel entonces, Felipe ni siquiera estaba en su radar. Era sólo otro chico tonto e inmaduro como el resto de sus compañeros de curso. No llamaría su atención de ninguna manera que no fuera platónica, hasta la secundaria.
Era su último año, para ser precisos. Un par de días antes del baile de graduación que el colegio había organizado para ellos, cuando las tensiones eran altas, los varones y chicas se apresuraban a buscar citas y comprar trajes. Felipe nunca había estado interesado en el baile de graduación hasta que ella se lo mencionó; inicialmente había planeado reunirse con su grupo de amigos ese fin de semana, pero desafortunadamente terminaron abandonándolo, por lo que no le quedó otra opción más que unirse a la pelirrubia.
Para entonces, el castaño había crecido un poco más en sus rasgos, sus mejillas aún eran algo suaves y regordetas y su sonrisa aún iluminaba su rostro cada vez que hacía algo extraño para hacerla reír. Aunque su voz nunca coincidió del todo con el resto de él, profunda y ahumada, casi tomándola por sorpresa a veces cuando le hablaba en el silencio de su habitación durante sus sesiones de estudio. No, Milagros no lo había notado hasta que eligió su esmoquin para el baile de graduación, con su madre aferrándose a él, quitándole la pelusa de los hombros mientras él se miraba en el espejo de aquel local. La pelirrubia no estaba preparada en absoluto para lo lindo que se veía su mejor amigo; casi le recordaba a un galán de una de las muchas comedias románticas que había visto a lo largo de su vida. Y hablando de eso, últimamente se había dado un atracón con algunas comedias románticas centradas en dos mejores amigos que se enamoraban, causando que tenga ese extraño presentimiento en su estómago cada vez que estaba cerca de Felipe.
