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El reloj marca las tres de la madrugada cuando ambos se encuentran en el auto, estacionados en una solitaria calle suburbana. El viento helado del invierno se cuela a través de la ventanilla ligeramente abierta, enviando escalofríos por sus espaldas. La noche está envuelta en una oscuridad profunda, apenas iluminada por la débil luz cálida de un farol de la calle que parpadea intermitentemente. El frío penetra en el interior del automóvil donde Fernando y Pamela se refugian en busca de un poco de calor y compañía. A través del parabrisas, las ramas desnudas de los árboles se mecen suavemente con el viento, como espectros danzantes.
Aquel momento se vuelve cada vez más cálido mientras ambos se entregan a un beso apasionado. Sus labios se encuentran con urgencia, con cada separación de ellos escapan pequeños gemidos y suspiros de placer, creando una sinfonía de sonidos obscenos que resonaban en aquel espacio reducido.
Esa vez habían ido a un bar en compañía de sus amigos con el objetivo de disfrutar de una noche de diversión. Y a pesar de que el pelinegro no solía beber demasiado, había decidido relajarse un poco más. Moderadamente, se había permitido el disfrutar de algunas copas, llegando a estar un poco más alegre de lo normal. Y mientras las horas avanzaban, ellos perdían la noción del tiempo, decidiendo partir al darse cuenta de lo tarde que era.
Fernando tiene ambas manos alrededor del rostro de Pamela, acariciando suavemente su pelo mientras lidera el beso con una pasión desenfrenada. Cada roce de sus labios es como una descarga eléctrica que los envía a un éxtasis compartido. Las luces del tablero del auto parpadeaban débilmente, iluminando apenas sus rostros en la penumbra. Los gemidos y suspiros se intensifican con cada instante que pasa mientras se entregan al deseo que los consume. Las manos de él exploran el contorno de su rostro, sus dedos acarician suavemente su piel, sintiendo el calor que emana de esta.
De repente, él se separa ligeramente, quedando tan cerca de la castaña que sus respiraciones logran mezclarse en el aire cargado de pasión. Sus miradas se encuentran en un silencio lleno de deseo, sus ojos brillan con una intensidad que refleja el fuego ardiente que arde dentro de ellos.
"¿Ya te dije que me encanta tu pelo?" Él, con delicadeza, pasa un dedo por un mechón de su pelo, apartándolo suavemente de su rostro. "La forma en que cae sobre tus hombros, la textura suave cuando lo toco."
"¿En serio?" Y el pelinegro asiente. Ella se siente sorprendida por su confesión, pero también algo emocionada al verlo expresarse de esa manera. Sus palabras despiertan un fuego raro en su interior y su cuerpo responde con un hormigueo de anticipación. "¿Y qué más te gusta?"
