Capítulo 2

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El tren permanecía detenido casi una hora, en su entrada a la estación. Los pasajeros sólo sabían que la policía había cortado la vía y, por lo tanto, tendrían que esperar un buen rato. En los primeros vagones la gente empezaba a comentar que, al parecer, por lo que veían por las ventanillas, alguien se había caído a las vías y que otro tren se lo había llevado por delante. 

Carlos Beltrán tenía cincuenta y nueve años, el pelo gris y un cuerpo sano, que mantenía practicando deporte periódicamente. Permanecía sentado en su asiento, viendo por la ventanilla cómo los policías buscaban con los perros entre las vías, mientras en el andén un policía tomaba declaración a los presentes y otro inspeccionaba los andenes. 

Beltrán había pertenecido a la policía de homicidios en Barcelona durante más de treinta y cinco años; su intuición le decía que allí había pasado algo más que un simple accidente. 

Desde el andén uno de los policías indicó con un ademán que el tren podía avanzar y terminar así su entrada en la estación. Al efectuar su parada, las puertas se abrieron y los pasajeros empezaron a salir apresurados, Beltrán se levantó despacio de su asiento, extendió sus brazos hacia arriba para coger del portaequipajes una pequeña maleta y una bolsa de viaje. 

Mientras Beltrán bajaba del tren, hacía su aparición un hombre de unos cuarenta y tantos, alto, moreno, con buen corte de pelo y vestido con ropa informal; era el inspector Ramón Díaz. Habían delegado a Díaz, desde Castellón, para hacerse cargo de la investigación. 

Beltrán siguió andando hacia la salida; según se acercaba, oía la conversación que el inspector tenía con uno de los agentes. 

—¿Qué saben? 

—Según los testigos, un hombre de aspecto fuerte, ellos dicen que de algún país del este, arrojó a otro a las vías —respondió el agente—. Dicen que cruzó del andén central a éste por el paso subterráneo y luego huyó por la rampa que hay en el lateral. 

—¿Cómo se fue de aquí? —preguntó el inspector. 

El agente se rascó la cabeza. 

—Al parecer cogió un taxi; están aparcados junto a la estación. 

—¿Nadie intentó cerrarle el paso? —preguntó Díaz extrañado. 

—No, señor; ninguno de los testigos se atrevió a hacerle frente —el agente tomó aire y prosiguió—. Pero estamos intentando localizar el taxi con el que huyó. 

—¿Han identificado a la víctima? —preguntó el inspector rascándose la barbilla. 

—Sí, señor —el agente le enseñó un billetero que habían encontrado con la documentación de la víctima—. Se llamaba Eusebio Martín. 

El nombre resonó en los oídos de Carlos Beltrán, cuando estaba casi al lado de los dos policías, tambaleante se dirigió a uno de los bancos, se apoyó primero con una mano en el respaldo y posteriormente se sentó, curvando el cuerpo hacia delante con los codos colocados en sus rodillas, apretó sus manos sobre su cabeza en un intento por reprimir las lagrimas. Alzó la mirada hacia Díaz, se levantó y se dirigió hacia él. 

—Perdone mi intromisión —dijo Beltrán. 

El inspector le miró. 

—¿Qué desea? 

—Yo era amigo de Eusebio —Carlos se secó las lágrimas con la mano—. Me gustaría ayudarles en su investigación. 

Díaz le miró desconcertado. 

—Si de verdad quiere ayudar, espere aquí para que un agente le tome declaración. 

—Puedo ayudarles, he pertenecido a la policía durante más de treinta y cinco años —protestó Beltrán mientras veía cómo el inspector se daba la vuelta haciéndole caso omiso. 

En ese instante un agente se presentaba ante Beltrán para tomarle declaración. 

—Dígame su nombre y su relación con la víctima —dijo el policía mientras se preparaba un pequeño bloc y un bolígrafo. 

—Mi nombre es Carlos Beltrán y era muy amigo de Eusebio Martín —mientras hablaba las lágrimas volvían a aparecer en sus ojos—. Había quedado hoy con él, tenía que venir a buscarme a la estación. 

El policía dio la impresión de querer realizar otra pregunta, pero se detuvo al sentir una mano en su espalda, se volvió y vio tras de sí a Díaz. 

—Esto es cosa mía, vaya a interrogar al resto de los testigos. 

El agente guardó su bloc y se retiró, encontrando extraño el modo de actuar de su superior, pensamiento con el que coincidía Beltrán. 

—¿Es usted Carlos Beltrán Adánez? —preguntó el inspector mirándole de arriba abajo—. ¿El famoso policía de Barcelona? 

Beltrán asintió con la cabeza. 

Carlos Beltrán había sido uno de los policías más conocidos, por la captura de un conocido asesino en serie de Barcelona, el cual tras violar a sus víctimas las degollaba, dejando su cuerpo sin vida desnudo en mitad de alguna calle. Nunca dejaba pistas, por lo que tenía a la policía desconcertada. Beltrán y su compañero, tras mucho tiempo persiguiéndole, lograron darle caza. Según la versión oficial, el asesino murió en un tiroteo con los dos policías. Después de aquello Beltrán se retiró. 

—Si lo desea, me puede acompañar en la investigación —dijo Díaz—. Observar y darme su opinión de los hechos. 

—¿A qué viene ese cambio repentino de parecer? —preguntó Beltrán. 

—He seguido todos sus casos —respondió Díaz—. Me parece usted uno de los mejores policías que ha tenido este país, me gustaría contar con la colaboración de un experto en homicidios como usted. En ese momento uno de los policías entró en la estación acompañado de otro hombre, dirigiéndose hacia el inspector. 

—Señor, hemos encontrado al taxista —dijo el policía, señalando al hombre que venía con él—. Su nombre es Joaquín González. 

—¿Señor González, subió en su taxi un hombre, sobre las diez y cinco minutos? 

—Así es —respondió el taxista. 

—¿Qué aspecto tenía? 

González se rascó la cabeza, intentando recordar. 

—Parecía de un país del este, era alto, fuerte y tenía aspecto de boxeador, por su nariz aplastada. 

—¿Dónde lo dejó? —preguntó Díaz. 

—Delante de la iglesia de Vinaròs. 

—No creo que todavía siga allí —dijo el inspector—. Ha pasado más de una hora desde entonces. 

—Señor González —intervino Beltrán—, ¿recuerda si durante el trayecto su cliente dijo o hizo algo extraño? 

—No —respondió, rectificando inmediatamente—. Bueno, ahora que lo menciona, estuvo hablando por su móvil en portugués o en italiano, no entendí bien el idioma. 

Díaz le dio las gracias al taxista por su colaboración y se alejó para hablar por su teléfono móvil; cuando terminó, se acercó hacia Beltrán. 

—Tengo que ir al centro de la ciudad, para pedir la colaboración de la policía local y facilitarles la descripción que los testigos nos han dado del hombre que andamos buscando, ¿quiere que le lleve? 

—¿Eso significa que me permite ayudarle en la investigación? 

Díaz asintió con la cabeza. 

La máscara de VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora