Capítulo 3

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La Piazza San Marco, situada en el corazón de Venecia, atrae a cientos de visitantes, venidos de todo el mundo, deseosos de conocer esta ciudad, irrepetible, donde no hay coches, y el asfalto es sustituido por el agua de sus ciento setenta canales. Una ciudad extraña, que mantiene intacta la fisonomía que lucía ya en el siglo XVI. Los turistas ven cómo las palomas van por el suelo, en busca de los granos que los visitantes les echan para comer, y los leones poseen alas, montados en las columnas desde donde observan todo lo ocurrido a través de los siglos, en este conjunto de islotes, con casas construidas sobre pilotes de madera incrustados en los terrenos inestables de la laguna. 

Las terrazas situadas alrededor de la Piazza San Marco, alojan sus veladores, sus mesas, sus sillones, y a los incontables turistas que allí se detienen para relajarse, tomar un cappuccino y deleitarse con las orquestas pertenecientes a los diferentes cafés y que contribuyen a disfrutar del espectáculo que significa la visita a esta ciudad detenida en el tiempo. 

La rutina a la que estaba acostumbrado el embaldosado mármol de la Piazza San Marcos se rompía ante los preparativos que tenían lugar, frente a la Basílica de San Marcos, unos días antes de la visita del Papa. Allí daría uno de sus multitudinarios discursos y posteriormente oficiaría una misa en el interior de la Basílica, en honor de su gran amigo el obispo Aurelio Vettore, quien falleció, a causa de un infarto, en la propia basílica hacía exactamente un año. 

En la terraza del café «Florian», Fabio Cavonne tomaba su espresso, como cada día a la misma hora. Aunque hoy era diferente; había recibido una llamada que parecía haberle dejado preocupado. El hombre que había mandado a España para recuperar un valioso objeto había fallado y, a causa de su impaciencia, había puesto en peligro sus planes. Él había realizado varias llamadas con posterioridad, sin percatarse que, en la mesa de al lado, un hombre con una grabadora estaba registrando todo lo que decía, aunque Cavonne siempre intentaba ser precavido y no decir en público nada que pudiese ser perjudicial para él. Volvió a coger su móvil, y marcó. 

—Sí, dígame —respondió en italiano una voz con cierto acento ruso, perteneciente al hombre que había llamado al principio. 

—Soy Fabio. Préstame atención. He enviado a alguien de confianza a buscar al hombre que te dijo ese tipo. Me ha llamado hace unos instantes para decirme que ya le ha localizado. Cuando descubra dónde tiene escondido lo que buscamos, ya te llamaré para darte instrucciones. 

El hombre que había al otro lado del teléfono no dijo nada, como si aceptara las ordenes simplemente sin rechistar, y Cavonne colgó el teléfono, dirigiendo su mirada hacia la Basílica, donde había una tarima desde donde el pontífice realizaría su discurso y una gran pantalla situada en lo alto de la torre del Campanille, situada frente a la Basílica, a un lado de la piazza —hacia la Piazzeta San Marco—, desde la que se retransmitiría la misa, que el Papa oficiaría en el interior, puesto que el aforo de la Basílica era limitado. 

* * * * 

A más de 530 Km. de Venecia, en la ciudad de Roma, Sofía Barletta salía de la Via delle Murate, una bocacalle que cruza desde la Via del Corso hacia la Fontana di Trevi, una de las más famosas fuentes de Roma. La cara de Sofía reflejaba desilusión y rabia. Aunque es una buena policía, llevaba casi un mes tras la pista de un asesino llamado Andrei, cada vez que se encontraba a punto de darle caza éste desaparecía. Según su investigación, Andrei vivía en una pequeña pensión de la Via delle Murate. Pero, cuando fue allí, la dueña le informó que Andrei desalojó su habitación, hacía ya tres días. Sofía maldecía que ese asesino se le hubiera vuelto a escapar. Al parecer, su captura la conduciría a un pez mucho mayor. 

Sofía se dirigió a la gran escalinata que desciende frente a la majestuosa Fontana di Trevi, en donde se hallaban sentados una gran cantidad de turistas con sus cámaras de fotos y vídeo. Algunos de los visitantes se sentaban al borde de la fuente, de espaldas, echando monedas hacia atrás, puesto que, según dice una creencia popular, si echas una moneda a la Fontana, la vuelta a Roma está asegurada. 

La agente Barletta se quedó al borde de la escalinata contemplando aquella obra barroca, mientras intentaba pensar dónde podría haber ido Andrei. De repente su teléfono móvil empezó a sonar. Miró el número registrado en la pantalla, y descolgó. 

—Dígame, comisario. 

—¡Sofía! —respondió el comisario—, hemos interceptado unas llamadas efectuadas desde España a Fabio Cavonne. Parece ser que podrían haber sido realizadas por Andrei. 

—Y quieren que vaya a comprobarlo —aclaró Sofía. ¿En qué lugar de España se encuentra Andrei? 

—En una pequeña ciudad del Mediterráneo —respondió el comisario—. La ciudad se llama Vinaròs. 

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2013 ⏰

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La máscara de VeneciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora