El presumido, la bruja y el pequeño gato negro

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El presumido, la bruja y el pequeño gato negro

El reloj digital sobre la mesita de noche junto a cama marcó las 9:00 pm.

Justo en ese instante Robert salió del baño con una toalla alrededor de su cintura y otra en la mano izquierda, con la que batía su cabello con agilidad quitando cualquier humedad restante, lanzando luego dicho paño en una silla y disponiéndose a abrir el armario por algo de ropa de salir.

Esa noche había sido invitado a una fiesta en casa de unos amigos, la tarjeta especificaba que debía ir disfrazado por ser de Halloween pero este solo pensaba que "Era de ñoños y no haría el ridículo como los demás"

― Soy Robert Murphy, demasiado atractivo y famoso para eso, por favor ―se dijo tomando una camisa de vestir negra y alzándola con aprobación― Esta será, junto con, veamos...

Se tomó una hora más peinándose y perfumándose, luego caminó con paso altivo hasta el espejo y se observó: perfecta ropa, perfectos zapatos y perfectos accesorios; cuando se disponía a tomar sus llaves sonó su celular. El indicador de llamadas mostró el nombre de David, su mejor amigo..

Hey hermano ¿ya estás listo? ―preguntó David desde el otro lado de la línea donde se podía escuchar un gran alboroto de voces y música tecno.

― Hola, voy en camino.

Genial, Tomas me dice que si le puedes traer un paquete de caramelos de menta.

― ¿Qué? ¿Tiene mal aliento? ―se carcajeo Robert.

No, pero lo tendrá si sigue comiéndose los aperitivos de ajo. ¿Te imaginas? Un vampiro comiendo ajo.

― Típico en Tomas. ―sonrió de nuevo imaginándose a su amigo vestido con colmillos y demás.

Si, típico. Bueno, te dejo, casi no te escucho con este ruido.

―Espera, ¿no sabes si Alice ya está allí? ―preguntó dudoso tratando de no parecer muy obvio. Esa noche pensaba conquistar a una chica con la que había tenido un largo chat por dos días.

Si, ya llegó.

― Perfecto, te veo en unos minutos. ―se sonrió victorioso y colgó.

Robert apagó las luces de su casa y salió de la misma colocándose una chaqueta de cuero negra, el frío esa noche era particularmente insoportable; la fiesta era a cuatro cuadras y como uno de sus autos estaba en mantenimiento y no pensaba sacar el Aston Martin por lo alocadas de esas fiestas, decidió irse a pie.

Se sorprendió al no ver niños pidiendo dulces en las casas ni a nadie en los 500 metros a la redonda.

«estarán en otro vecindario» pensó frunciendo el entrecejo, metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

Luego de pasar la primera calle desierta escuchó un maullido y al girar vio a un pequeño e indefenso gato negro en una rama que colgaba saliendo hasta la acera, a un metro de altura. Se detuvo un instante y luego se giró dispuesto a seguir su camino y dejar al gato allí. Pero además de las mujeres su otra debilidad eran los pequeños felinos con sus suaves y acolchadas patas, ojos delineados y frondoso pelaje que te hacían provocar acariciarlos.

Reacio y soltando un bufido se quitó la chaqueta, la colocó en la baranda como si de un cristal se tratara para no arrugarla y saltó para alcanzarlo pero no llegó, suspiró y se subió a la baranda, bandeando un par de veces en el aire con una mano para agarrarlo, pero al hacerlo cayó de espaldas golpeándose la cabeza.

5 cuentos de HalloweenWhere stories live. Discover now