Nine in the afternoon

426 60 69
                                    

¿Alguien quiere oír una historia? ¿Sí? En ese caso, sentaos, pues tengo una historia que merece ser contada. Sucedió hace muchos años, en un lugar...no demasiado lejano.

Es una historia de amor. ¿Qué si tiene final feliz? Oh bueno, eso tendréis que descubrirlo vosotros mismos.

Pero vayamos a ello. Atentos, porque estáis a punto de escuchar la historia de como la Luna y el Sol se enamoraron.


Londres, 1815


Era una tarde lluviosa, muy lluviosa. De hecho el nombre de lluvia se quedaba corto ante semejante tromba de agua. No es que los londinenses no estén acostumbrados a recibir agua del cielo, pero aquella tarde llovía tanto que las criadas se santiguaban dos veces antes de salir de las casas, y a penas se veía a nadie por las adoquinadas calles de la ciudad inglesa.


Como cada tarde, el joven Brendon se dirigió a su estudio para la práctica musical diaria.

-No teníamos una primavera tan lluviosa desde hace más de treinta años -murmuraba una vieja criada- y el verano que la siguió fue el más claro que jamás he visto.


"Eso espero" pensó Brendon. Tenía grandes planes para ese verano. Grandes, grandes planes. Iba a tocar por toda Gran Bretaña. Cantaría desde Gales hasta Escocia, y las gentes de aquí y allá se preguntarían por qué el joven Urie, de voz tan prodigiosa, iba a ser obligado a entrar en la escuela de contables, cuando su camino estaba en la música. Y su padre entraría al fin en razón.

O, al menos, ese era el plan.


Como de costumbre, lo primero que hizo Brendon al entrar en su estudio fue apartar las cortinas y hechar un vistazo al exterior, costumbre que había tomado de su antigua profesora de piano, Madame Geobert.


-En efecto, llueve mucho. -comentó en voz alta, y estaba a punto de cerrar de nuevo las cortinas cuando algo llamó su atención.

Un carruaje completamente negro se había estacionado frente a la casa de enfrente. Lo cual solo podía significar una cosa. Tenían nuevos vecinos.


La casa llevaba dos años desocupada, desde que su anterior propietaria, una adinerada anciana huraña, falleció de un ataque al corazón mientras le gritaba a su cochero que tomara las curvas con más suavidad.


Del oscuro carruaje (incluso ambos caballos eran del color del azabache) descendió una mujer de la edad de su madre. A Brendon se le iluminó el semblante. Con un poco de suerte tendría una hija de su edad, una hermosa muchacha que le ofrecería gustosamente su virginidad (y él la suya).


Se sentó en el sillón, emocionado.

Un amor de verano, por supuesto. Ese era el último ingrediente, la guinda que faltaba para hacer de su verano uno completamente perfecto.


Brendon se dirigió al salón a contarle las nuevas a su madre, que, como buena señora burguesa, se encargaría de tener a sus nuevos vecinos cenando en casa esa misma noche. La práctica musical podía esperar.

All Was Golden (Ryden)Where stories live. Discover now