Capítulo 2

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CAPÍTULO 2


—Es imposible...—El pensamiento se me escapó. No lograba procesar lo que estaba ocurriendo. ¿Realmente me encontraba ante otra Pituar?

—¿Es qué creías que eras la única? — Arrogante alzó una ceja, encantada de ver la confusión en mi rostro.

Caminé hasta la silla más cercana y sin dejar de mirar a la rubia me senté. En un intento de buscar mi calma interior respiré tan hondo como me fue posible.

Aquella mujer rubia, de rasgos duros a la vez que dulces, acababa de descolocar mi mundo y lo peor es que ella lo sabía y disfrutaba de ello. Miles de preguntas se fueron abriendo camino por mi mente hasta ese entonces colapsada. No me dio tiempo a realizar ninguna.

—¿Ansel? — La voz cantarina de Salvin llegó desde la tienda, haciendo que los ojos azules dejaran de mirarme para dirigirse a la puerta. Pude apreciar como su cuerpo se tensaba completamente.

—Si quieres saber la verdad, reúnete conmigo esta noche a la nueve en la isla de los patos—Se apresuró a decir, volviendo a poner su atención mi persona—. Si no aparecer, daré por sentado que prefieres vivir en una mentira.

Y en un visto y no visto desapareció por la ventana dando un salto digno de cualquier ninja.

Salvin apareció por la puerta de su despacho, nada más verme corrió hasta colocar su mano sobre mi frente, comprobando que no estuviera enferma.

—Niña, estás pálida. ¿Te encuentras bien?

Obviamente no, pero si le contaba lo ocurrido no me dejaría acudir a descubrir esa verdad que ella misma me había ocultado. Aunque ciertamente tampoco tenía claro si quería conocerla.

—Sí— Mentí, enderezando los hombros y recomponiéndome—. Simplemente es el cansancio.

—Ya, ¿las pesadillas de nuevo? —Inquirió afligida.

Desde aquella noche oscura en la que unos pasos corrían detrás de mí por las frías calles, mis sueños se habían tornado oscuros, seres alados me perseguían con sus bocas chorreando la sangre de los miles de cadáveres que dejaban detrás. Nunca antes había tenido pesadillas, mi vida era demasiado corriente, demasiado aburrida, no encontraba ningún motivo ni para temer. Hasta ahora.

—Van mejorado—. Otra mentira más, y lo cierto es que no me arrepentí de ninguna, sus mentiras eran mucho peores que las mías.

Ella asintió y se enderezó.

—Ve a casa, descansa yo me encargo de la tienda.

No me opuse, me puse en pie, comprobando que mis pies pudieran mantenerme y salí de allí tan rápido como pude, necesitaba tiempo, un tiempo que no tenía, para debatir si realmente quería la verdad o vivir enterrada en una mentira hasta que no hubiera marcha atrás.

El olor a madera dentro de la casa siempre me había reconfortado, si cerraba los ojos podía imaginarme en un bosque, lejos del mundo, lejos de todo y rodeada de vida. No obstante, desde hacía día ese olor ya no era el mismo, la madera comenzaba a desaparecer.

Subí a mi habitación y me dejé caer en la cama, quedando con los pies por el lado contrario. Coloqué las manos detrás de mi cabeza y dejé que mis parpados se cerrasen. Mi cabeza era un criadero de ideas, de preguntas y de miedos. Podía ir a aquel encuentro, podía conocer la verdad o... todo podía ser una trampa. Suspiré irritada conmigo misma y al abrir nuevamente los ojos observé el cuadro que colgaba sobre el cabecero de la cama. Las alas blancas siempre estaban ahí, recordándome de donde venía y a donde nunca podía regresar. No era un ángel, ni siquiera si mi parte buena lograba gobernar lo sería. Ellos nunca me aceptarían. Nunca dejarían que conociera a mi madre, si es que seguía con vida. Ellos me querían muerta.

IncontrolableOù les histoires vivent. Découvrez maintenant