Capítulo 3

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Capítulo 3

Mis ojos no sabían dónde detenerse, volaban de un lado al otro. Estábamos en una especie de cueva subterránea, de paredes altísimas y suelos pavimentados por el mismo cemento de las escaleras. Aquel lugar era, o al menos parecía, infinito. A los laterales se hallaban construcciones de casas medio acabadas y en el centro un centenar de personas paseaban y hablaban.

Ela me indicó que la siguiera, pero honestamente me costaba, y poco tenía que ver con toda la gente que se apartaba de nuestro camino al ver a la rubia. No podía dejar de mirar a mi alrededor, sumergida en aquel sentimiento que me decía que estaba en casa.

Anduvimos por el centro de aquella gruta, deteniéndonos frente a unas de las robustas paredes de piedra, donde en lo alto se encontraba una especie de mirador hecho de metal y cristal. Unos fornidos hombres agacharon la cabeza al vernos y se retiraron de la puerta, dándonos paso. Para mi sorpresa, el ambiente cambió totalmente. La piedra dejó de existir para dar paso a un pasillo de paredes blancas y al final, un ascensor de un brillante plata. Las puestas se abrieron y nos subimos en él. El trayecto no fue demasiado largo, lo justo para poder respirar hondamente y prepararme para lo que me esperaba. O eso pensé.

La humedad de la cueva se quedó atrás, recibiéndome una estancia amplía y acogedora. El piso era de un material brillante en un tono crema y las paredes de un reluciente blanco. El mirador era redondo, de ventanales enormes que permitía obtener una vista casi completa de cueva. A mi izquierda había unos sillones del mismo color que las paredes, junto con una mesa de té de cristal. Bajo los ventanales se encontraban mesas gigantes con ordenadores y todo tipo de botones que jamás llegaría a entender.

—Este es el centro de mando—Me explicó Ela— Desde aquí se controla toda la cueva. Y solo muy pocos tenemos acceso a ella. Ven— Me pidió y la seguí hasta la cristalera que daba a la parte trasera— Lo que ves allí es la zona de entrenamiento. Algunas veces también la utilizamos para las fiestas y celebraciones, pero eso aquí... no se da tanto.

El lugar que me señalaba era una inmensa área abierta, como un campo de fútbol profesional. Podía apreciar desde lo lejos algunas máquinas y utensilios, que, si era totalmente sincera, no tenía ni idea de para que se utilizaban.

—Vamos, te enseñaré esto mejor.

No me moví, de repente sentí como miles de preguntas se convertían en agujas y pinchaban mi cabeza.

—¿Todas esas personas son pituars? —Solté, haciendo que Ela se detuviera y me mirara.

Asintió.

—Son lo mismo que tú y que yo.

Arrastré mis pies hasta uno de los sillones blancos que tan apetecibles parecían y me senté. Estaba abrumada y confusa.

—¿Y qué hacen aquí?

La rubia torció el cuello, como si la respuesta a mi pregunta fuera clara.

—Sobrevivir— Respondió sin más—. No quiero que te tomes esto a mal, Ansel, pero no todos tuvimos la suerte de tener a alguien que nos protegiera. Algunos tuvimos que buscar otra manera.

—Salvín me mintió.

Ela se encogió de hombros y acudió a sentarse a mi lado.

—No me gusta justificar a la gente y menos a una bruja de corazón blanco, pero lo único que quería era protegerte.

—¿De qué? ¿De vosotros? — Solté con un rencor desconocido hasta ese momento.

La tristeza se dibujó en su sonrisa y fue ella esa vez la que retiró la mirada.

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