El Juego Macabro

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Tal vez Jennifer no pensaba con claridad.

Tal vez los alaridos del perro y la risa malévola de aquella panda de niños le nublaban el sentido común, pues en su interior algo le decía que no debía haber entrado al traspatio de la mansión ni haber bajado del autobús; pero, como solía decirse muchas veces... lo hecho, hecho estaba. Y la única idea que revoloteaba en su cabeza en ese momento como un ruidoso abejorro era salvar al animal antes de que le arrancarán la vida.

Así con la adrenalina inflamada por los aullidos del perro, entró sin pensárselo dos veces en la propiedad.

- ¿Hola? -saludo Jennifer. Pero nadie le contestó -. ¿Hay alguien? -insistió.

En el lugar solo retumbaban los lamentos del cachorro.

Extrañada ante la repentina soledad del lugar, barrio el sitio con la mirada.

El traspatio era un lugar que emitía un aura de abandono y desolación que no fue indiferente a Jennifer. Consistía en un recuadro más pequeño que el patio frontal y se extendía hacia la derecha formando una especie de escuadra que al parecer rodeaba el edificio. En las orillas se percibían arbustos con las ramas desnudas y yerbajos desaliñados que destellaban efímeros a la luz de luna por el rocío.

Aquel lugar tenía toda la pinta de estar abandonado. La casa parecía de principios de siglo. Su arquitectura era de altos techos de teja con cortaguas, largos ventanales aparecían en todos los flancos y muros de ladrillo al desnudo cubiertos de moho.

A pesar de que el aspecto del orfanato le erizaba los vellos de la nuca. Jennifer se armó de valor y cuidándose las espaldas, se dirigió hacia el camino que se escondía al doblar la esquina escudriñando lo que la penumbra le permitía.

Esperaba no estarse metiendo en un lío mayor del que no pudiera salir.

A la vuelta encontró un extraño dibujo en la pared. Lo vio de refilón cuando pasó; no obstante se detuvo a verlo al notar un letrero.

Era un animal extraño de ojos malvados con las fauces abiertas llenas de dientes puntiagudos de las cuales salían cosas que parecían dulces y confites.

A un lado se leía un letrero escrito con una temblorosa caligrafía.

"Leyenda del perro callejero: el perro callejero nos da caramelos"

Aquello no tenía sentido, aunque tal vez se trataba del perro guardián del orfanato, que en todo caso y por fortuna no se veía por ningún lado así que siguió su camino guiada por las risas burlonas de los chiquillos del frente hasta que llegó a una zona que parecía destinada a los animales. Tal vez gallinas y aves de corral.

No estaba muy segura, pero eso le pareció por ser amplia y con pasto. Ideal para que buscarán gusanos y corretearan de un lado a otro.

Jennifer pasó de frente sin fijarse mucho en la jaulas que estaban colocadas bajo un refugio con techo de lámina; sin embargo, notó que lo único que quedaban de ellos eran algunas bolitas de pelo. No quiso ni imaginar lo que fue de ellos.

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.

Llegó hasta una cerca de madera que le cerraba el paso y al atravesarla por fin llegó al patio delantero. Un enorme patio con un árbol deshojado de aspecto macabro y un jardín tan descuidado como lo era la fachada del viejo orfanato.

RuLe Of RoSeWhere stories live. Discover now