Nostalgias de una hora tonta

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Me colocaron en una cesta prestada, convencidos de que duraría poco por aquellos lares. Era tan mono… El propietario legítimo era una cría de Yorkshire con la mitad de mi edad y más del doble de tamaño. No hablaba mucho, malgastaba las horas muertas en suspirar y acordarse de su madre, empezaba a recordarme a mi hermano, el muy brasas. Así y todo, me empeñé en caerle simpático, debe de ser porque soy, además de pichabrava, muy cariñoso y lo llenaba de besos mientras que él, embebido en sus desgracias me ignoraba olímpicamente. Misión imposible, suele pasar.

Disculpa la intromisión sé que esta es tu casa. A ver… ha sido el muchacho de la tienda. ¿O es una muchacha? Aún no los distingo; bueno, por la voz —solté del tirón todo dicharachero. El yorki me miró con los ojillos minúsculos y empañados.

—Esta no es mi casa ni esta mi familia. A mi madre y a mis hermanos no volveré a verlos en la vida—lloriqueó incapaz de sostenerme la mirada.

Bueno, si te sirve de consuelo, tampoco ellos se verán entre sí —lo animé.

Y eso, ¿qué importancia tiene? —me cortó tenebroso.

Verás, es como… No es lo mismo que no se celebre la fiesta a que se celebre y te dejen fuera…

El mierda enano este, se me quedó mirando como si yo fuese un monstruoso alien de otro planeta en lugar de un tierno cachorrito bizco.

Lo siento, no te entiendo. —Y optó por ignorarme como de costumbre y otear el horizonte preñado de estanterías con complementos perrunos.

No estés triste, enseguida tendremos un papi y una mami maravillosos que nos mimarán y nos adorarán.

—¿Cómo lo sabes? —espetó el otro con desconfianza.

He oído charlar a las dependientas y a los clientes que vienen y se llevan a otros como nosotros a sus casas, parece una fiesta, suena a algo bueno, nadie lloriquea —silabeé con cierta mala baba.

Es imposible que yo sea feliz lejos de mi madre verdadera. —Y dale. Qué cansino.

Que vas a tener una nueva te digo, mejor, solo que menos peluda.

—Eso te ocurrirá a ti; mi vida va a ser un camino de espinas con toda seguridad.

Me arrugué , debo confesarlo. Mi pequeño cuerpo no irradiaba suficiente energía como para frenar aquel alud de pesimismo barato.

—¿Quién te ha dicho eso? —Lo juro; era mi última barca y la quemé.

La abuela, se pasaba el día contando lo de las espinas y la mala suerte. Creo que es algo genético.

Puede. Pero la abuela es la abuela y sus genes son suyos, no tuyos.

—Nuestro destino de cachorros a la venta es una mierda, una gran mierda escrita en piedra. —Suspiró una vez más.

Tío, estoy pensando tirar la toalla contigo —advertí tratando de sonar amenazador. Ya ves, si no levantaba un palmo del suelo, daba penita.

Tira lo que quieras.

Así que saqué mi cabeza en forma de manzana por el hueco de la cestilla.

—¡Socorro! ¡Sacadme de aquí! ¡Este tipo pretende matarme de una depresión!

Pero nadie me sacó. Seguí soportando la perorata aburrida del puñetero Yorkshire pesimista y gafe. Me puse a rezar para que me comprasen pronto. Entretanto, caí en una hora tonta y es por eso que me dio por recordar a la familia. Me refiero a la perruna. De algo ha servido, supongo. Sigo sin tener nombre pero ahora, al menos, conocéis mi origen.

(Fin del capítulo 1)

Una novela que es un homenaje a ellos y a lo que nos dan. Para Kindle, I-Pad, I-Phone (con aplicacion Kindle) y pc (con el programa kindle pc):

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El pequeño de la casa (primeros capítulos)Where stories live. Discover now