Mamá Elena

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2.- MAMÁ ELENA JJJJ

Aunque aquel enano peludo y llorica ponía tierra de por medio tal que si me oliese el sobaco, allí estaba yo, dispuesto a darle mi amistad, el cariño del mundo completo y un saco de besos de la mejor calidad. Pero claro, todo tiene sus límites y pasados tres días me cansé. Llorando, refugiado en un rincón de nuestra cueva de goma espuma, pasé las primeras horas de aquel día en que todo iba a cambiar.

En cuanto ella entró por la puerta deseé que se fijase en mí. Era alta y rubia, muy guapa y rumbosa. Se movía como si bailase y llevaba un niño pequeño cogido de la mano que parecía un muñeco. Pero había algo más: su perfume alcanzó mi hocico y ya no pude librarme de esas flores fabulosas por más que quise. Encima no quería. Creo que no fui el único que la deseó con frenesí porque mi amigo, alias “la alegría de la huerta”, se revolvió dentro de nuestra camita, se abalanzó hacia la puerta y la ocupó entera con su corpachón, exhibiéndose ufano, sacando pecho, tratando de seducirla. Afortunadamente, Elena sabía muy bien lo que quería.

—¿Tienen chihuachuas?

Chihuahua, la palabra mágica, los perros sagrados de los aztecas, el capricho de las millonarias. Yo. ¡Venía a por mí! ¡Voy pallá!

Quita de en medio, Gafe —me abrí paso a empujones—, tiene que verme.

—¿Por qué a ti? Yo soy mucho menos doloroso de ver.

Sé que andas un poco sordo, desgraciado, pero ha dicho chihuahua. Esa belleza busca un chi-hua-hua. Tú no lo eres. ¿A que no? ¿A que no lo eres?

En el cénit de nuestra disputa, la voz de la dependienta vino a clavárseme a la orejilla como un dardo venenoso.

—Los cachorros de chihuahua de que disponemos no están en la tienda, son demasiado delicados. Pero si está interesada podemos traérselos mañana. La propietaria del establecimiento es también la criadora, son de toda confianza.

Me puse medio histérico. A Gafe le dio la risa.

Ni siquiera se ha acordado de ti, bobalicón. Le darán prioridad a los de la dueña y hasta que todos estén vendidos, no te sacarán del agujero. Además, eres bizco y esos pelos tuyos…

¡Aparta, aparta! —Traté de escurrirme por debajo de sus patas, rozando sus partes nobles a riesgo de un repelús. Mi cabecita de calabaza asomó apenas por el agujero cuando… ¡horror, pavor! Elena ya se dirigía a la puerta.

El pequeño de la casa (primeros capítulos)Onde histórias criam vida. Descubra agora