Capítulo 3.

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El fin de semana recibí un mensaje de Matthew, donde especificaba el día y la hora en las que haríamos el proyecto juntos:

Anderson: Mañana a las dos de la tarde en mi casa. No te preocupes, mandaré a alguien por ti, pero necesito tu dirección.

Después de leer su mensaje le respondí con mi dirección y no respondió más.

Una cosa de la que me di cuenta sobre él era que le gustaba decir y hacer las cosas sin rodeos, siempre iba al grano, sin formalidades; no le gustaba perder su tiempo en cosas no lo merecían. Siempre iba con prisa.

Ese día era viernes por la tarde, así que Will y yo adelantamos la tarea del fin de semana y nos sentamos a ver un par de películas. Era como nuestro ritual.

— ¿Entonces cuándo quedaste con él?— preguntó Will con curiosidad, a la vez que se levantaba del sillón y se dirigía a la cocina para preparar unas palomitas.

— Mañana— me volteé a ver—. Le falta educación, ni un hola ni un adiós.

— No le agradas lo suficiente— me sonrió divertido.

— No intento ni quiero agradarle— me defendí.

— Todo el mundo intenta agradarle, inclusive la maestra de Filosofía.

Era cierto, desde su llegada todos en el salón y en la escuela en general intentaban a duras penas hablarle o gustarle. Porque lo veían como un dios, alguien a quien admirar.

— Cuando regreses de hacer el trabajo quiero todos los detalles, Lauren, ¿me oyes? Quiero saber todo, cómo es su casa, su habitación, su familia— a su ocurrencia yo me empecé a reír.

Will era, a veces, un poco acosador; le gustaba saber cierto tipo de cosas, también le encantaba estar al pendiente de todo tipo de chismes.

— Serás el primero en saber de qué color son sus cobijas.

•••

A la mañana siguiente el día ocurrió con normalidad. Hasta que se dieron las dos de la tarde y tuve que tomar mi mochila y bajé a la calle para esperar. Y justo cuando dio la hora acordada una camioneta negra con vidrios blindados y sumamente lujosa se estacionó al borde de la banqueta. Y después el vidrio del copiloto se bajó lentamente y se dejó ver a un señor de no más de cincuenta años con un traje elegante.

— ¿Usted es la señorita Graham?— preguntó el señor, asentí con la cabeza, torpemente— Suba, por favor, el joven Anderson mandó por usted— y sin bajarse de la camioneta abrió la puerta de atrás.

Aturdida subí a la camioneta e inmediatamente se puso en marcha. Por dentro era mucho mejor: con asientos y cojines de cuero color blanco, con quemacocos, con unos pequeños detalles de madera y un diminuto mueble bar. Era la cosa más lujosa que había visto en mi vida.

Durante todo el trayecto estuve quitándome los restos de piel de mis uñas; odiaba admitirlo, pero estaba nerviosa, lo peor, no tenía la mínima idea del por qué.

Una hora más tarde por fin llegamos a una zona apartada y residencial. Donde todo lo que alcanzabas a ver eran jardines lujosos y sumamente cuidados.

Luego de pasar por todos esos jardines llegamos a una reja negra que cubría la ostentosa casa de Matthew y en el centro de ella estaban dos letras con tipografía fina, eran una R y una A, haciendo referencia a Residencia Anderson.

Cuando la camioneta se acercó lo suficiente las dos rejas se abrieron automáticamente, dejándonos pasar.

La mansión era todo lo que podías mirar, porque era inmensa e imponente. Con una arquitectura renacentista, pero a la vez moderna.

El Estúpido Chico Nuevo (RESUBIENDO)Where stories live. Discover now