Capítulo 10

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ADVERTENCIA: este capítulo toca temas MUY fuertes, absolutamente sensibles.

Marzia Gabella se encontraba tirada sobre su cama cuando su novio regresó esa noche a casa

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Marzia Gabella se encontraba tirada sobre su cama cuando su novio regresó esa noche a casa.

—¿Hubo mucho trabajo hoy? —se interesó, tras saludarlo con un beso casto en los labios.

—No —soltó él. No era verdad, pero no había sido una mentira consciente; esa mujer embarazada que había observado en el restaurante ocupaba buena parte de sus pensamientos.

Mientras se quitaba la ropa, Leo se dio cuenta de que Marzia lo estudiaba con atención y entendió que había sido cortante pues, ¿un domingo sin comensales en el restaurante?

—No hubo demasiadas personas —siguió con su mentira con el objetivo de disimular y, a partir de ese momento, y durante toda la semana, esa mujer embarazada fue en todo lo que pudo pensar.

Deseaba no volver a verla jamás —eso significaría que no era verdadera la sensación que había tenido mientras se contemplaban uno al otro—, mientras que, en su interior... realmente deseaba conocer la verdad.

Fue peor cuando, unos pocos días más tarde, después de acudir al restaurante en que Marzia estaba laborando como ayudante de cocina —luego de meses, se dio cuenta de que no conocía el lugar en el que estaba trabajando su novia y, en esas horas en que fingía estar en la universidad, ocupó un rato para pasar fuera y conocer la fachada y el barrio—, cuando ingresó a un café para almorzar y tuvo la desgracia de escuchar a dos mujeres conversando entre sí: una le contaba a otra que, un hombre sentenciado en Oriente Medio por abuso sexual reiterado a menores, se había aprovechado de un vacío legal —putas leyes, ¡cómo odiaba a los abogados!— y se había vuelto padre de una niña a través de algo llamado «vientre de alquiler»; básicamente, el pedófilo había «contratado» a una mujer para que gestara a su hija, y Leo se preguntó de quién era el óvulo que utilizaron para tal fin, ¿de la gestante?... ¿De alguna «donadora»? —Vittoria Moro le había explicado cuál era el proceso para la donación femenina de... gametos—.

Y entonces, pensando en ello, se le ocurrió algo que le heló la sangre en las venas. Si podían adquirirse óvulos y espermatozoides con tanta facilidad —especialmente espermatozoides—, y ese hombre había sido capaz de aprovecharse de las leyes para hacerse de su propia niña... ¿qué impedía que un pedófilo hubiese comprado un óvulo, alquilado el vientre de una mujer... y comprado su semen, para hacerse de una víctima perfecta?

¡¿Qué evitaría que ese pedófilo usara y destrozara a ese niño?! ¿Quién lo buscaría después, si otros ni siquiera sabían de su existencia? ¡Y él se lo había vendido para que lo violaran!

Su respiración comenzó a volverse pesada, su frente se perló de un sudor frío, junto a las palmas de sus manos, y su estómago se revolvió tan rápido que tuvo que escapar, con zancadas largas, a los sanitarios, donde vomitó sin poder controlarse por un rato. Dios santo, ¡había vendido a un niño! ¡Había vendido a su propio hijo!

La sombra de la rosa ©Where stories live. Discover now