5. El olor de la sangre

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El irse de allí parecía una fantasía. Le dolía abandonar aquel pueblo. Le dolía en el alma abandonar a Valenia y a todo el que había conocido. Pero sentía la necesidad de irse. De saber qué había pasado ahí fuera. No sabía por qué Avryen quería que se marcharan de allí, pero tampoco le preguntó antes de que se fuera a ayudar al campamento de los mercenarios.

Lo único que sabía tras los acontecimientos de aquel día era que quería luchar. Y sabía que Avryen la ayudaría a luchar.

Las dudas apenas la dejaron dormir aquella noche. Avryen le había dicho que descansara para el día siguiente, que prometía ser difícil, y que al día siguiente le daría todas las respuestas que necesitara. Pero la chica se pasó la noche imaginando ideas sobre la vida de Avryen en aquellos últimos años tras el comienzo de la guerra.

Unas horas antes del alba se despertó, e incapaz de matar la impaciencia, decidió volver a encontrarse con Avryen.

No lo encontró en el campamento, pero escuchó un ladrido cerca de allí y vislumbró a varias figuras de pie entre los árboles, no muy lejos de allí. Caminó hasta ellos y descubrió a Avryen junto con los dos mercenarios que habían sobrevivido al conflicto de aquella noche, cavando tumbas para enterrar a los compañeros que habían perdido, cuyos cuerpos aún no estaban; Eira comprendió que no eran tan estúpidos como para entrar en el bosque a buscar los cuerpos, al menos no hasta que amaneciera.

Cuando la vio, Tenaz se levantó y fue a recibirla. El lobo no se acercó a ella como se había abalanzado sobre el mercenario horas antes, sino que más bien parecía un perro enorme recibiendo a un conocido. Avryen reparó en ella también y dejó la pala en el suelo. Miró de reojo a los mercenarios, que siguieron cavando, y avanzó hasta Eira.

—Te dije que debías descansar.

—No puedo dormir esta noche.

Avryen frunció los labios, y miró al bosque.

—Está bien —señaló al campamento—. Ven conmigo.

Eira le siguió hasta el campamento. Se tumbaron sobre las mantas, junto a una hoguera que Avryen no tardó mucho en encender. Cuando se sentó por fin, Eira se dio cuenta de que había dejado su cuchillo clavado en la tierra junto a él, como si lo preparara para usarlo cuando hiciera falta. Tenía la empuñadura de madera oscura, con una hoja larga y de un solo filo. El metal parecía extraño, con un brillo que Eira no había visto en ningún arma.

—Túmbate —le pidió Avryen, pero él se quedó sentado—. Intenta relajarte.

Eira se tumbó cerca de la hoguera. Tenaz se estiró cerca de ella, como si quisiera protegerlos. Antes de que pudieran decir nada, un grito inhumano hendió el aire desde el interior del bosque. Eira dio un salto de terror y se agarró con fuerza al antebrazo de Avryen. Tenaz también se irguió, con las orejas apuntando hacia arriba.

Eira dudó en hablar.

—Era un huargo, ¿verdad?

—Eso no es un huargo; los huargos aúllan —respondió Avryen con sequedad—. Es un sombra.

—Un sombra.

—Cazan antes del alba. Aprovechan que los animales van a beber a los arroyos para ir tras ellos —dijo él, de nuevo—. Ahora que sabéis que están ahí no les importa delatarse.

Eira había oído hablar pocas veces sobre los sombras. Sólo sabía que eran enemigos por naturaleza de los huargos, aunque no recordaba la razón.

—¿Y los huargos?

—Hay una manada al norte —le explicó él—. Huargos y sombras son enemigos desde hace siglos.

—¿Por qué?

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⏰ Last updated: Jul 16, 2018 ⏰

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Festín de AlmasWhere stories live. Discover now