Capítulo 2

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—María.

Los otros, estaban parados a mi derecha y a mis espaldas, y parecían mucho más desaliñados y brutos que los hombres frente a mí.

Aunque claro, cualquiera perdería todo su encanto al ser comparado con el altísimo hombre de ojos verdes, que no despegaba sus ojos de mí.

Me eché a temblar cuando se agachó frente a mí, y tomó mi rostro con su mano derecha.

En un impulso de pavor, giré la cabeza y le mordí la mano con fuerza.

Esperé a que me golpeara, me insultara o aunque sea gruñera de dolor. Esperé cualquier cosa menos aquello.

El hombre soltó unas suaves carcajadas, mientras se miraba las marcas que mis dientes habían dejado en su mano.

-Vaya, vaya con la fierecilla. -Susurró y me miró con un brillo pícaro en los ojos-.

-¿Le gusta, San Román? -El hombre se puso de pie, y clavó sus ojos en alguien a mi espalda-.

-Ciertamente, es hermosa, Demetrio. Pero ya te lo dije, no quiero ni necesito a ninguna de tus putas.

-¡Yo no soy una puta! -Grité, ofendida por el insulto-.

Él hombre volvió a bajar sus ojos hacía mí, con las cejas levemente arqueadas.

-Si no lo eres, lo serás muy pronto. -Sus palabras se deslizaron como hielo sobre mí, y me estremecí de pánico-.

Trata de blancas. Eso era.

¿Me drogarían y me encerrarían en una habitación para prostituirme?

Más lagrimas se deslizaron por mis mejillas ante la aterradora idea, pero me negué a sollozar frente a aquellos hombres. No les daría ese gusto.

-Vamos San Román, acéptala.

-No creo que sea lo suficientemente bonita como para valer doscientos mil dólares, Demetrio. -Eso dolió, pero sabía que era verdad. ¿Doscientos mil dólares? Por favor-.

-Sí lo es. Mírala. -Sonreí interiormente. El imbécil debería estar muy liado como para intentar venderme a aquel hombre, haciéndole creer que era así de hermosa-.

No lo era, y estaba segura de que ese idiota también lo sabía.

El hombre, que parecía responder al apellido "San Román", volvió a bajar sus implacables ojos verdes hacia mí, y me estudió con cuidado.

-Bien.

Cuando esa seca afirmación salió disparada de sus labios, el ambiente se relajó notablemente, y el que respondía al nombre de Demetrio, soltó una risita.

-Bien hecho, San Román.

El tal San Román me dirigió una última mirada antes de girar sobre sus talones y caminar hacia unos volvos negros que estaban estacionados unos metros mas allá.

Al pasar junto a un hombre alto y castaño, sacudió la cabeza en mi dirección, y el hombre asintió.

Caminó hacia mi y me tomó en brazos, pasando un brazo alrededor de mi cintura.

Comencé a gritar, de nuevo, desesperada.

-¡No! ¡No, por favor! ¡No! ¡Suélteme! ¡No! -Cesé de gritar cuando el hombre de ojos verdes, unos cuantos metros delante de mí, se giró y caminó hasta mi lugar con decisión-.

-Cierra esa maldita boca. No soporto a la gente gritona.

Su voz era dura e inflexible, y por más que me dolió en mi orgullo, no pude evitar rogarle que me soltara.

-Le juro que no le contaré a nadie, y haré como que nada de esto sucedió. Sólo déjeme aquí, y nunca mas sabrá nada más sobre mí, por favor. Por favor... -Mi voz se corto cuando en su mirada note una negativa rotunda-.

No iba a dejarme ir.

-No te irás. Y créeme cuando te digo que deberías agradecer estar conmigo y no con Demetrio. Ahora hazme el enorme favor de cerrar la boca. Y deja de llorar. -Agregó, y volvió a dirigir sus pasos hacia el grupo de volvos-.

No había dado ni dos pasos cuando comencé a chillar de nuevo.

—Esteban.

Bufé frustrado mientras cerraba la puerta del volvo con un poco más de fuerza de la necesaria.

Nunca debería haber aceptado el maldito "regalo" de Demetrio.

Volví a bufar, sintiendo los cada vez más lejanos grititos de la joven que ahora era arrastrada hacia otro de los coches.

No sé por qué la había traído conmigo. No sé si había sido la inocente y suplicante expresión de su rostro aniñado, o sus enormes y desesperados ojos color esmeralda. O las lágrimas derramadas sobre sus redondeadas mejillas.

No sabía por qué, pero al fijar mi vista en ella, había sabido que era mía.

Esa ilusión se había desvanecido en cuanto sus gritos me dieron jaqueca, y me estiré en el asiento del volvo.

¿Qué haré con ella ahora?

Espero que les haya gustado. 🌷

Suya {Adaptación}Where stories live. Discover now