—Esteban.
Bajé del coche para encontrarme a Arnoldo, uno de mis guardaespaldas, sosteniendo a la muchacha con cara de impaciencia.
La joven no paraba de retorcerse y gritar. De vez en cuando sollozaba.
-Dámela. -Arnoldo me miró con agradecimiento infinito en sus ojos, y tomé a la joven en brazos, cargándola como un saco de patatas-.
Ante el cambio de posición, comenzó a gritar con más fuerza.
-¡Por el amor de Dios! Nadie va a hacerte nada, cállate de una vez.
-¿¡Cómo puedes decirme que nadie me va a hacer nada!? ¡Me van a obligar a prostituirme! -Gritos, gritos, y más gritos-.
-¿Quién carajos te dijo que te voy a obligar a prostituirte? -Pregunté, pasmado-.
Sonreí al sentirla tomar aire desesperadamente luego de gritar durante un minuto sin pausa, y comencé a caminar hacia mi casa, ante la mirada divertida de mis empleados.
-¡Tú! ¡Te dije que no era una puta y me dijiste que si no lo era, lo sería muy pronto! ¡No voy a dejarte convertirme en una puta!
-¿Puedes parar de gritar? Gracias al cielo, los oídos todavía me funcionan, a pesar de que tú estés atentando en su contra. -La muchacha se quedó callada, pero sus gritos fueron reemplazados por pequeños sollozos, lo cual era mucho peor- Prefiero que grites... -Comenté con un suspiro-.
Los sollozos se hicieron más intensos, y sentí una repentina opresión en el pecho.
¿Qué era eso? Yo no sentía culpa, ni remordimiento, ni pena.
Esteban San Román no sentía.
-Oye, tranquila. -Intenté suavizar mi voz para no asustarla más, y abrí la puerta de mi habitación en el tercer piso- Todo va a estar bien.
-Seré una prostituta. Nada va a estar bien. -Más sollozos. Su voz sonaba ahogada, y una terrible sensación de responsabilidad me invadió-.
Deposité a la muchacha sobre mi cama, y al apartarme para mirarla sentí como si mi corazón se rompía en mil pedazos.
Sus ojos estaban bien rojos e hinchados, las mejillas bañadas en lágrimas. Sus hombros estaban caídos y sus labios lastimados de tanto mordérselos.
Me permití pasear mi vista por su cuerpo. Era tan delgada.
Casi suelto una carcajada al reparar en su pijama de Hello Kitty. A todas luces parecía no ser más que una niña, pero una niña no podía tener ese cuerpo. ¿O si?
Sin poder contenerme, me puse en cuclillas frente a ella.
-No serás una prostituta. Lo hubieras sido si te hubiera dejado con Demetrio, pero no aquí. No te obligaré a hacer nada que no quieras hacer. Por favor, deja de llorar...
Dejó de sollozar, pero lágrimas silenciosas seguían escurriendo por sus mejillas.
-Si no me obligarás a hacer nada, ¿Por qué no me dejas ir?
Suspiré, y bajé la vista.
No podía dejarla ir.
-Por que sabes demasiado.
—María.
-¿Por qué sé... demasiado? -Lo miré con los ojos entrecerrados-.
-Sí. -Se limitó a responder antes de levantarse y caminar hacia la puerta-.
-¡Pero si no sé nada! -Me paré y seguí sus pasos- ¡No sé una mierda! ¡Oye!
Se giró antes de salir por la puerta, rascándose la frente.