Capítulo 3

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Horas después de la fatídica noticia recorría los pasillos del instituto por los que tantas veces había pasado con tantas prisas que nunca me había parado a percibir cada detalle. Las risas impregnaban el ambiente, aquellos jóvenes no parecían tener ninguna preocupación importante en sus cabezas, los envidiaba. Me pregunto si alguno cada mañana se maquilla la sonrisa y se peina el corazón para que nadie note que está roto y que pone sus pocas fuerzas cada día en no caer hasta llegar a casa. ¿Cuál de aquellos estaría fingiendo? pensé mientras pasé detenidamente delante de cada uno y fruncía el ceño como si volviera a ser pequeña y creyera que puedo adivinar lo que esconden esas enredadas mentes.

Todos parecían disfrutar de unos minutos de libertad antes de volver a otra tortuosa clase. Lo observaba todo a cámara lenta como si no lo estuviera viviendo. Como si estuviera delante del televisor en una noche cualquiera en la que me adentraba en una historia para evadirme por unas horas de la mía.

Quizá ni siquiera era la protagonista de mi propia historia, cualquiera podía haberme robado el papel y haberlo interpretado mejor aunque ellos no sé si ellos hubieran sido capaces de arrastrar sus pies terriblemente cansados cada mañana tratando de fingir que estaban en perfecto estado por un camino que en mi vida estaba lleno de obstacúlos en los que de cada dos pasos, tres eran traspiés. Muchos problemas año tras año se dibujaron con tinta invisible en mi sonrisa y hasta ésta se volvió torpe, diría que los contratiempos habían torcido un poco esa mueca y que ahora hasta los golpes de suerte se me clavaban como espinas. Pero nadie parecía notarlo nunca, creían que mi risa conllevaba felicidad y no miraban más allá. Ilusos con tan sólo alzar la vista a mi mirada se habrían percatado de que algo no iba bien.

Me adentré entre el jolgorio de mi caótica clase y ví todas aquellas caras conocidas, algunas me saludaron mientras me habría paso para llegar a mi sitio. ¿Cómo ni siquiera mis amigas no se daban cuenta de que mi sonrisa era fingida y que se había apagado el brillo de mi mirada sin tener intenciones de volver a encenderse?

Agradecí que en esa asignatura me tocara sentarme al lado de la ventana, no tenía demasiadas ganas de atender aunque solía ser curiosa y atender interesada en cada nuevo conocimiento descubierto. Me fascinaba el hecho de que mi mente guardase más y más conceptos como si de un baúl viejo de recuerdos sin fondo se tratase. Y sin darme cuenta volví a evadirme mientras tomaba asiento y el profesor se adentraba con dificultad entre los alumnos de otras clases que escapaban ante el sonido de la campana.

A veces de pequeña, imaginaba mi cabeza como una biblioteca inmensa, con miles de historias archivadas por fecha en mi vida. Cubiertas de decenas de tonalidades, algunas plasmaban los colores de cada estación del año. Estoy segura de que si tratabas de abrir los libros te llenarías de aquellos olores a infancia, a felicidad. Quizá alguno de esos libros, soltaba chocolate caliente desprendiéndose de una taza en alguna tarde o nubes de azúcar de algún paseo de mañana, quizá el olor de algún familiar o simplemente tenían mi esencia. Cada libro, sería un día con un olor y sentimiento que transmitir diferente.

Todos tenemos una historia y esa nos distingue más que un simple nombre. Tenía la creencia de que si guardas bien uno de aquellos olores de mi historia en el olfato, podrías cerrar los ojos y tus pies te conducirían solos hacia aquellos brazos que compartían vivencias conmigo aunque estuvieran en la otra punta del mundo o eso me gustaba pensar a mí.

Intenté imaginar como funcionaba todo ahí arriba en mi cabeza. Estanterías y estanterías viejas talladas en madera me rodearían llenas de un fino polvo. Al fondo de la estancia un escritorio en el que descansaba sentado un anciano cuya cara me sonaba familiar, parecía uno de mis antepasados, se acunaba en una mecedora acostumbrado a ese tintineo que producía al rozar el suelo. Escribía sin notar mi presencia con una oscura pluma, sus movimientos parecían monótonos como si llevase toda la vida haciéndolo aunque sus manos estuvieran llenas de arrugas, sin parar de hacer ligeros movimientos para dejar escapar las palabras del tintero que las encarcelaba al papel que les daría vida.

Al acercarme a él sin ni siquiera hacer ruido para pestañear pude tan sólo leer un par de palabras que me hicieron sobresaltarme, ¡estaba escribiendo mi mañana! La misma que yo estaba viviendo antes de evadirme, allí plasmaba todos mis pensamientos. Y eso hacía día tras día mientras yo los vivía .De modo que al anochecer por el horizonte ese anciano, se subía a aquella desgastada escalera y recorría las estanterías hasta llegar al hueco correcto y sustituir el vacío por otro capítulo en mi vida.

Me contó entre susurros que cada vez que yo, en la realidad, deseaba desvelar un secreto a algún conocido o teletransportarme en mi mente a un recuerdo lejano tratando de revivirlo era posible por su trabajo de recopilación de momentos de mi vida. Saltaba de su sillón dejando de escribir y corría todo lo que sus cortas y enfermas piernas le dejaban para quitar el polvo de aquel capítulo que mis labios quisieran relatar y por unos instantes ese recuerdo no permanecía en el olvido de aquella vieja biblioteca. Lo revivía. Y esto no sólo pasaba en mi cabeza sino en las de todos los que me rodeaban.

De repente los gritos de mi profesor de lengua me despertaron de mis pensamientos. Algunas veces me evadía sin darme cuenta y cuando caía en la realidad me había perdido unos minutos pero el mundo que yo había creado al menos me salvaba de no volverme loca con mis problemas. Eché un vistazo general a la clase, casi todos estaban escribiendo en sus cuadernos probablemente algún ejercicio. No me importaba, no dejaba de darle vueltas a lo que me habían contado mis padres ayer y que como suponía el de la noche anterior fue el primero al que le siguieron una larga serie de insomnios que se continuaron destruyéndome un poco más.

Mi mirada se posó en el exterior desganada pues no quería estar en esa clase, me fijé en aquel parque con sus menudos árboles y su fresca hierba que cuando salía del instituto en sandalias me acariciaba los dedos de los pies haciéndome cosquillas. En como el sol ponía una mota de color a mi vida gris y como transpasaba el cristal rozándome cálidamente la piel. Visioné más allá de aquellas vallas rojizas de enfrente de la ventana, vallas que te impedían a cometer una locura y saltártelas como algunos atrevidos hacían antes de comenzar la jornada para escaparse de allí. Ese día desée haberlo hecho por primera vez, caminar entre esas piedras del otro lado clavándoseme en los pies, huyendo de aquel lugar y corriendo a la vera de aquellos férreas vías negras. A la espera de que algún tren me recogiera apiadado o de que quizá me decidiera yo a saltar cuando saliera del túnel y para que me cegara con aquella luz que apagaría mi existencia.

Cerré los ojos y moví la cabeza eliminando otra vez esos pensamientos que a veces me rondaban la mente. Me concentré en apreciar como sería viajar, algo que adoraba, muy lejos de aquí mientras escribía alguna historia en mi libreta amarilla.

No podía dejar de pensar en que podía hacer yo para que estos días no fueran tan dolorosos para todos y que quizá desgraciadamente fueran los últimos con la familia al completo.

Las lágrimas tímidas comenzaron a asomarse por mis castaños ojos y a caer al abismo sin temer perderse por mi camisa, se conocían el camino. Inconscientemente chasquéee los dedos al pasarme un pensamiento por la cabeza aunque fuera una tremenda locura.

Decidí desarrollar esa idea en un par de líneas para más tarde explicársela a mi madre, por fin había aparecido eso que llevaba tantas horas buscando. Ojalá les gustase mi sorpresa aunque temía que me observaran con esa cara que siempre he odiado, esa que parece gritarte "no dice más que tonterías ¿cuándo madurara esta cría y se dejará de ilusiones tontas?"

Esperanzada decidí no abandonarla sin haberlo intentado,puede que si pudiera sacarle una sonrisa y poner mi granito de arena aunque estuviera librando batalla contra aquel cáncer que no dejaba de correr más rápido que mis piernas arrebatándome su vida de mis brazos. Y es que como bien escuché una vez desgraciadamente la vida no se para por nada ni por nadie. Pero yo estaba decidida a no dejar que me robara también un par de planes .

Unos segundos pueden cambiar tu vidaWhere stories live. Discover now