Ocho patas me atrapan

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Un olor a sahumerio de rosas invade mis fosas nasales y termina adhiriéndose al fondo de mis pulmones, acabándome de dejar impregnada completamente de aquel aroma tan natural y poco común en mí.

Termino de toser un par de veces, con el pecho quebrado en dos y la columna quejándose de contener mi peso en una mala postura, y comienzo a abrir los ojos y observar detalladamente la habitación donde estaba parada, ya en el medio de allí, aunque sin saber muy bien cómo me había deslizado tanto desde la puerta.

Un rayo de luz cruza justo en mi vista en el momento que abro los ojos y me enceguece una centésima de segundos, lo cual me hace retorcer de dolor ante tanta luminosidad, lo que de seguro me hace ver como una estúpida en una situación poco favorable.

Abro los ojos, finalmente, y casi muero ante lo que estaba frente a mí.

Para ser francos, era mejor que un hotel de lujo. Además, lo mejor de todo, es que esto es todo gratis. Eso hace que se cruce una sonrisa por mi rostro y quiera gritar de emoción como una niña encerrada en una juguetería.

Las paredes, color salmón claro estaban decoradas de imitaciones de pinturas famosas, además de poseer un espejo con marco dorado en la pared de junto y un armario de madera oscura detrás de mí. La cama, frente a mis ojos, era de al menos tres plazas y media, tendida con una manta de hilos dorados y rosados delicadamente, el cual estaba tapado con almohadones de distintos tamaños y colores que daban a la habitación un toque de alegría dentro de lo elegante que había allí.

Me lanzo a la cama y me golpeo la cabeza contra el duro colchón, lo que hace que emita un aullido ahogado de dolor.

Me paro y me dirijo hacia Luce, la cual estaba dormida, cuándo no. Le abro la puertecita de metal y ella se estira vagamente y observa todo con cuidado. Sale colocando una pata y luego la otra con demasiada delicadeza, como si lo que estuviera viendo no fuera digno de sus patas.

— ¡Sal de una vez! —grito con exasperación.

La gata me mira y mira a su alrededor, aún dentro de su jaula. Y luego sale pegando un brinco en la enorme cama, donde se queda para lamerse las patas.

—Que delicada que estás hoy.

La gata me mira y sigue lamiéndose.

Ruedo los ojos y me dirijo hacia las valijas, donde comienzo a rebuscar entre la ropa mal ordenada algo cómodo. Es decir, cualquier cosa que tuviera ya que me vestía como una anciana de ochenta años con problemas en las rodillas.

Me termino de convencer cuando observo un short de jean azul claro, mis zapatillas de deporte —que me había comprado para ir al gimnasio pero al final fui una sola vez y terminé con pulmotor en un hospital por seis horas, por lo que decidí no volver a hacer y me quedaron las zapatillas—, y una remera lisa color celeste, de algodón. Por supuesto, no pudieron faltar mis bragas de anciana y mi cabello mal sujetado en una coleta que parecía ser la cola de un caballo espantando las moscas.

— ¿Estás lista?

La voz del despreciable Bradley se hizo presente por detrás de la puerta de madera.

—No —contesto secamente mientras daba saltos para poder aguantarme de no ir y patearle su linda cara de modelo salido de una revista.

—Apúrate que estamos por irnos.

—Ya voy —contesto y giro los ojos.

Doy un paso y doy otro detrás.

Me acerco lentamente hacia la puerta de la habitación y tomo el pomo con la mano derecha. Lo giro y abro completamente la puerta, observando a Bradley con su equipo extraño de guía turístico.

Zapatos & Sandías [Pausada hasta Diciembre] ©Where stories live. Discover now