Miradas y braguetas

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Una blusa a medio ajustar de color blanco. Los botones que están más cerca de mi cuello se encuentran sin abrochar. Se distinguía por entre la tela casi transparente mi sostén de color negro remarcado a fuego. Tomo una falda azul de tubo, no tenía nada mejor para ponerme en una cena familiar donde todos los invitados tenían de setenta años en adelante. Poco me interesaba el único soltero que estaba allí, Bradley.

El detestable y odioso Bradley.

—Ya deja de mirarme así, no tengo nada más que ponerme.

La gata mira mis pasos con antelación, como si supiera cada cosa que haría o dejaría de hacer. No sería extraño el encontrarme con que, de repente, la gata pudiera hablar. Era más humana que cualquier otro ser que hubiera jamás conocido y eso era demasiado.

Me pongo zapatos con tacón, pocas veces usaba unos, de hecho prefería las zapatillas o algo que no llamara la atención ni marcara mis curvas, de hecho me vestía bastante mal, pero estaba cómoda con ello.

Exaspero mientras miro a mi gata, la cual me observa con su cola, dominante encima de la cama enorme.

—Deberías dejar de hacer eso. Terminaras desquiciándome.

Ladea la cabeza como si fuera un perro al cual le das una orden y no entiende qué quieres decir. Me acerco para abrazarla, sentándome junto a ella, pero huye como si tuviera resortes en las cuatro patas.

—Maldita gata. —Me paro de la cama, humillada por mi propia mascota absorta de cariño.

Me maquillo despacio, apenas un brillo labial junto con un delineador de ojos color negro. El cabello me lo dejo suelto, no era necesario nada especial.

Salgo con la cabeza en alto, las luces de toda la casona están prendidas, se escucha un rumor extenso de voces inquietas provenientes de abajo donde se encuentran todos esperando, seguramente a que la pareja baje haciendo su entrada triunfal.

Las escaleras me dan la bienvenida, bajo despacio. Estoy en la mitad de ellas cuando comienza a sonar una música de entrada. Los violines se alzan retumbando en mis oídos, es una música suave. Todos giran su cabeza a verme, los miro a ellos. Miro hacia atrás. Tabitha y su prometido comienzan a bajar, casi pisándome los talones.

Mierda.

Bajo apurada, casi tropiezo unas cuatro veces. Mis mejillas se encienden al notar cuarenta pares de ojos mirando cómo la estúpida prima de la prometida está equivocándose y bajando justo cuando la pareja debía hacerlo sola.

Una mano se coloca extendida casi encima de mi rostro. Alzo la vista: Bradley, quién más.

—¿Qué haces aquí? —pregunto sin abrir la boca.

—Tratando de salvarte de la humillación —sonríe.

Acepto la mano tendiéndole encima la mía. Eso era lo único que no quería hacer en toda mi vida: tenderle la mano a Bradley. Me mira con los ojos muy abiertos, el cabello casi le llega al ojo por lo que se lo aparta educadamente con la mano libre. Me sonríe, me dirige hacia el centro de la sala donde todos estaban solo mirando ahora a la pareja que terminaba de bajar, sin que una loca entrometida les cortara la entrada especial frente a toda la familia y amigos.

Nos escabullimos entre la multitud de ojos sorprendidos ante el vestido celeste con luces de mi prima.

—Supongo que debería agradecerte —susurro, haciendo que él me mire a los ojos.

—No es necesario —contesta con una sonrisa.

—Mejor, porque no planeaba hacerlo —miro hacia donde todos observan.

La pareja había terminado de bajar, ahora saludan a todos con una sonrisa de suficiencia, como si pudieran decirles perfectamente ‘somos mejores que ustedes, par de escoria, y lo sabemos’. Era una sonrisa que mi prima siempre había tenido, desde que jugábamos de pequeñas a la mamá y el papá, donde ella tenía que ser la princesa y yo el lacayo.

Las horas en la reunión pasan sin mucha emoción. Ya había tomado dos copas de champagne, por lo que empezaba a sentirme un poco mareada.

Las personas comienzan a acercarse con prudencia hacia mí, como si fuera una enfermedad tóxica. ¿Qué había de malo? Todos me miran como si hubiera algo detallado a lo cual debían alejarse. Comienzo a mirarme detenidamente, no encontraba nada de lo que pudiera arreglarme, pero sus ojos aún estaban clavados en mi cuerpo, como si fuera algo fuera de lugar.

Se me acerca de atrás alguien, siento todo su cuerpo pegado al mío. Trato de girarme pero sus grandes brazos me retienen en una pose casi esculturalmente tiesa.

—¿Pero qué…? —Siento que sus manos bajan a la cremallera de mi falda, que estaba bajo, mostrando la mitad de mi muslo derecho.

El rubor se extiende por todas las partes de mi cuerpo, ni siquiera mi rostro… sino todo mi cuerpo.

—Gracias —Sonrío al extraño desconocido que se aleja para verme el rostro con una sonrisa de lado excéntricamente detestable—. Imaginé que serías tú.

—Me alegro que me imagines. Luego debes decirme con detalles lo que hago en tu imaginación.

Ruedo los ojos. Me alejo por entre las personas, buscando a mi tía para agradecerle por el viaje, después de todo, me compró los pasajes del avión al igual que a toda esa gente.

Así de condenadamente rica es, sí.

Comienzo a buscarla, tratando de relajarme, haciendo que el rubor se vaya, respirando unas cuantas veces con tranquilidad. Realmente esa noche no era una de las mejores que había pasado en público aunque siempre, pero siempre, podría ser peor.

La encuentro encorvada, casi tocando el suelo con su nariz de gancho mal operada.

¡Ciel! No seas así con tu tía.

Estúpida conciencia que me hace ser buena persona.

—¡Tía! —Saludo mientras comienzo a agacharme para saludarla en su ya tan marchita y arrugada piel, como un pergamino de la época de Hatshepsut.

La pobre anciana se gira despacio, casi catatónica empieza a mirarme a los ojos. El vestido violeta que lleva puesto estaba arrastrándose en el suelo. Me mira por varios segundos incómodos. La miro con una sonrisa que cada vez va desapareciendo por una mueca de terror, odiaba que me mirasen así: intensa pero sorprendidamente, como si no me reconociera.

—¡Hermana! Te he extrañado mucho.

Y en ese momento fue en el que decidí que todo, al menos por un momento, cambiaría.

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⏰ Last updated: Feb 08, 2015 ⏰

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