Nunca pasa de moda

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Este post se sale del tono que he intentado mantener en este blogs precioso de dios, pero está dedicado a todos/as que dicen que soy fría, chula, inaccesible y demás cosas que no son verdad. Un poquito de mí en las siguientes líneas en las que hablo de lo bonito que es ser mujer. Te puedes hacer coletas, vestir con colores lindos, reírte como una gilipollas sin motivo y sonreír a los niños que salen del cole sin que nadie te llame pervertida. :)

    Ayer me levanté pensando que el día sería como cualquier otro, con sus cosas buenas, malas y regulares, pero me equivocaba. La jornada acabó por ser un cúmulo de pequeños despropósitos, que por separado no parecerían nada del otro mundo, una pequeña piedra en el camino a sortear como tantas otras, pero que todos juntos dieron por resultado lo que uno suele denominar: Un día de femineidad.

Pero estoy adelantando acontecimientos y, aunque estoy segura de que todos me entendéis, creo que lo más apropiado sería empezar por el principio.

A las ocho y media sonó el despertador, yo me levanté con esa energía y presteza que me caracteriza por las mañanas (esto es una ironía, para aquellos que no me conozcáis,  yo odio madrugar más que nada en este mundo, y hasta que no me tomo el primer café, a veces hasta el segundo, no soy una persona sino más bien algo parecido a una ameba) me dirigí al baño y con sorpresa descubrí que mi amiga la Roja se había dignado a visitarme como cada mes. La saludé con desgana pero sin demasiados miramientos (que a esta como la des cancha se te coge hasta el brazo), me duché con agua, digamos, tibia (a mí me gusta para escalfar cangrejos) y me tomé mi primer café de la mañana (o lo que conseguí que saliera de la cafetera, porque resulta que estas tienen unas gomitas que se rompen y hacen que, por un lado la cocina se te ponga perdida y por otro, que lo que quede en el recipiente sea un culito de aguachirle denso de color oscuro con sabor original). Entonces para entretenerme mientras paladeaba mi exótico brebaje me dije: Voy a ver un poco la tele para que la pobre sienta que tiene algún sentido su existencia. 

Bueno pues empecé a pasar los canales y terminé viendo las noticias (¿existe algo mejor para subir el ánimo al personal?) con lo cual acabé por ceder terreno a los caprichos de la Roja(sniff).  Me soné el moco y ya ,sintiéndome mucho más mujer, me dispuse a pasar por el taller de chapa y pintura para que los duendecillos que viven en los botes de cosméticos hicieran su magia y pudiera pasar del modo Cara de Culo de Mono, al de Nena Bonita, que ha dormido todo lo que ha querido y se ha despertado sintiendo  las caricias y los mimos de un macizo cariñoso, en vez de los lametones  de la lengua rugosa del gato de mi madre, que se ha ido de vacaciones y me lo ha dejado en guardia y custodia .

Por fin, entre pitos y flautas, salí a las diez de casa, rumbo al despacho (no fui al gimnasio, que estaba malita), en siete minutos justos andando,  llegué (diréis:” ¡Qué perraaaaaaaaa!” Joder, alguna vez tenía que tocar, que la media  para llegar a cualquier parte durante toda mi vida ha sido de una hora, eso contando con que el super estaba cerca y rebajaba en mucho el resultado final).En la recepción había una chica nueva, que estaba haciendo una suplencia de verano. No me conocía (natural, voy de higos a peras al despacho. Aguantaos el  “¡Qué perraaaaaaaaaaa!” es que yo suelo trabajar desde casa, hago lo mismo y me administro mejor el tiempo).  

El caso, me dirigí a la suplente y después de presentarme y darle los buenos días (ejem, no había sido por mi culpa que estos empezaran un poco tardíos) le pido el correo y las llaves del despacho y claro, esta, al no conocerme pues no sabía qué hacer. Yo, en un intento por ser amable, le expliqué que existe una lista con los nombres y DNI de toda la gente del edificio para evitar problemas, pero ella no creía tener constancia de la existencia de dicho documento. No sabía si con las prisas por irse a la playa Iveth (la jefa de recepcionistas) no se lo había explicado, o ella, por los nervios de causar buena impresión (pobre, tiene veinte años y es su primer trabajo) no se había enterado. Cogió el teléfono y se puso a marcar de forma indiscriminada el primer número de su agenda de posibles contactos para tales efectos. Nadie contestó (normal, era la hora del segundo café). La pobre muchacha se puso a mover todos los papeles que encontró, bloqueada por la situación.  Yo, (con las hormonas en una montaña rusa  en su punto álgido) utilicé un tono un pelín (lo prometo) más brusco de lo necesario para que reaccionara. La chica lo hizo (ya te digo que sí), pero echándose a llorar. Me dijo que lo sentía mucho, que había sido un descuido y que necesitaba el trabajo, que estaba un poco “atontá” porque su chico la traía loca con el tuuning…(¡Aiiiiiiing¡ iniciamos el brusco descenso!) La miré y un hondo sentimiento de culpa me invadió. Rompí en llanto yo también y le pedí disculpas mientras buscaba en el bolso clínex para las dos. Le dije que no se preocupara y, en señal de arrepentimiento, le invité a un postre trufa, que ambas devoramos con ansia entre lágrima y lágrima.

Total, me volví para mi casa, y  de camino llamé a mi jefe el malo (para quien no lo sepa, tengo dos jefes: el bueno, denominado así porque nunca dice nada, todo le parece maravilloso; y el malo, este en realidad solo es malo en contraposición con el primero pero se ha quedado el mote y le hace gracia). Se lo conté todo y el pobre intentó bronquearme por pava (iniciamos la ascensión), a mí me entró la risa, sabía que no era gracioso, pero no podía evitarlo.  El otro empezó a enfadarse de verdad, intenté reprimir las carcajadas y lo único que conseguí que saliera de mi garganta, fue un gorjeo. Antes de cortar la comunicación, le prometí que tendría acabadas las tareas que me reclamaba para la noche.

 Ya en mi hogar, lo saludé (aiiiiiiiiiiiin mi casita que poco me he alejado de ti y cuanto te he echado de menos), me senté en mi silla, con mi pc (son de confianza, con ellos puedo relajarme) y durante casi todo el resto del día (bueno, excepto la pausa para comer, la del café, la del ibuprofeno y alguna que otra visita al tocador) me dediqué a hacer cosas productivas, lo conseguí,  sintiéndome muy  orgullosa. Bien comienza lo que bien acaba (¿no se llama así una obra de Shakespeare? Sí, eso creo) y, cuando el final de la jornada, parecía que esta había dado un cambio y me sentía confiada ¡zas en “toa” la boca!  Sonó el telefonillo, me levanté a contestar  y, muy ufana, cerré el documento con el que llevaba dos horas trabajando  y que ya daba por finalizado. Respondí, pero se habían equivocado, buscaban a una tal Mary Juana. Cuando volví al escritorio me di cuenta con desesperación, de que no había guardado el archivo. Desolada, miré a Pequeño (bauticé al sobremesa con ese nombre porque hace ya bastantes años, cuando lo compre, parecía pequeño en comparación con los que había entonces. Ahora es enorme y está lleno de cables y partes de distintos colores por las modificaciones que mi hermano le ha hecho) y le pregunté: “¿Pero cómo has podido hacerme esto?” Él no respondió, claro está, y yo terminé por situar el día dentro de la clasificación de “Un día de femineidad”, es todo un clásico, algo que pase el tiempo que pase, siempre estará de moda. 

From my blonde mindWhere stories live. Discover now