El placer de ser mirada

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Las mujeres tenemos una gran subjetividad interna, un sentido de autocrítica muy fastidiado y además aleatorio. Yo no sé si es por la fuerza de las hormonas, los anuncios de la Vogue o simplemente que estamos mal hechas.    

Hay días en los que necesitas  un extra de autoestima y esta se puede encontrar de dos maneras. Una es con la comida, las endorfinas son muy buenas y reaccionan la mar de bien ante las grasas saturadas y los azúcares artificiales, lo que pasa es que somos seres racionales y aunque  tu cerebro esté feliz por el enlace que tiene con el estómago que está lleno de pizza y de helado de doble chocolate con sirope de chocolate y trozos de chocolate, pues te sientes culpable porque sabes que eso no va bien para tu imagen ni para las cartucheras, así que las endorfinas se van a la mierda y te sientes mal otra vez.  

  La segunda forma de sentirte bien se basa más en una misma y varía según el sujeto de estudio. Las mujeres somos hedonistas, mucho. Nuestras horas eternas encerradas en el baño no son solamente una sesión de abluciones. No, son también un complejo ritual de autosatisfacción que comienza con  un largo periodo en remojo garbancero y que termina con el peinado y maquillaje, tras haber pasado por la depilación, la exfoliación y otro montón de cosas terminadas en “ón” que nos han vendido como necesarias. De hecho, tan bien nos las han vendido que las encontramos placenteras.    

El caso es que una nena con su paleta de colores de Loreal, el secador y la plancha del pelo, puede conseguir sentirse como una diosa en un ratito y por poco dinero. La magia del maquillaje puede hacerte pasar de “Hoy me siento un trapejo y nadie me quiere” a “Voy a comerme el mundo dejando en cada bocado marcas de carmín”.    

Vivimos en una sociedad esclava de la imagen, tan esclava y subyugada que nuestro estado de ánimo interior depende muchísimo de nuestra imagen exterior. Escucho muchas veces las críticas de los hombres ante nuestra afición por la compra de zapatos y bolsos. Estos complementos son los preferidos, según estadísticas, por las mujeres para superar baches emocionales. Esto se debe a tres motivos:    

Primero, que te quita el ansia este consumista asqueroso que impera y que te crees que eres alguien por comprarte un Bimba & Lola.      

 Segundo, piensas que estás mejorando tu imagen externa (y por lo tanto la interna) al adquirir un Longchamp .                                      

 Tercero, que estos objetos son para ti, demuestran tu estilo que es una prolongación de tu forma de ver la vida, y lo mejor de todo es que unos stilettos  o una bandolera no son de jodidos como unos vaqueros, que te pueden sacar un culo enorme que te hunde en la miseria, no, estos siempre, siempre quedan bien.        

Con lo cual, puedes irte encantada con tus tacones de quince centímetros que además te dejan hacer gala de tu pedicura a tres colores, sin hacer caso de la celulitis galopante que se expande desde la rodilla a la cadera.     A las nenas nos gusta lucirnos, necesitamos lucirnos, tal vez sea por atavismo de plumas de colorines o melenas leoninas, pero es así. Jugamos con ser el reclamo visual para los hombres, que  son muy visuales en sus apetitos. Luego, claro, tienes la contradicción de sentirte como un trozo de carne pero, normalmente, es porque quien se fija en ti no es el que te gusta. Después, hay otras que tienen que torcer el morro ya casi por costumbre cuando reciben miradas hacia unos escotes que son de expositor de carnicería.  

  En este verano que termina he podido observar lo que se llama “pret a porter” y yo llamo “moda de acera”. Esto es, lo que nos ponemos todas para salir a la calle.      

Yo he acabado muy frustrada por no haber encontrado ese vestido de gasa naranja que me quedase como quería, pero mi frustración más grande ha venido de ver a niñas monísimas, jóvenes estupendas y maduritas envidiables al lado de sus homólogos masculinos que no valían ni para hacerles sombra.    

En una sociedad en la que la mujer no se puede permitir envejecer, el hombre goza de una bula que le deja pasar la treintena con unas tripas que son de vergüenza y unas cabezas mondas y lirondas que parecen faros.    

No lo entiendo. Lo veo como un señor vestido de pastor cabrero de las míticas Hurdes de Alfonso XIII conduciendo un Ferrari último modelo con tapicería de cuero y pintura cereza.      

Queda ridículo ¿no?    

Es cierto que los artificios, trucos y tretas femeninas son inimaginables y que el ceñidor de Afrodita es difícil de llevar si eres un homo virilis, pero ,coño, que los hijos de la ciudad de las siete colinas se cincelaban sobre las corazas los abdominales, algo habrá para que los hombres queden lustrosos hoy por hoy.    

Os invito ,nenes, a descubrir el placer de ser mirado. Yo lo suelo cultivar. Tiro de zapatos de tacón que me suben por encima de la media, utilizo pantys con dibujos que alargan mis piernas y están decorados con motivos sugerentes. Visto faldas y vestidos que llegan a incomodar a morales rígidas y suelo colocarme mis pinturas de guerra. Gusto y me gusta.

From my blonde mindWhere stories live. Discover now