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Sarah entró a la torre y se detuvo en la entrada. Ésta estaba vacía, limpia de los desastres de la noche anterior, y la luz se colaba tímidamente a través de las estrechas ventanas.

Se puso una mano en el abdomen y tomó aire. Ese que acababa de ver debía ser el hombre-monstruo del que había hablado Sue esta mañana. Era horrible.

No pienses así. Eres una dama.

Se preguntaba si era rugoso al tacto, si aún dolía.

No pienses en eso, se volvió a reprender. Pero su mano estaba cerrada en un puño, como si la mera idea de tocarlo para saber cómo se sentía le causara repulsión.

Era sólo un hombre, uno como todos los demás, sólo que con una espantosa cicatriz que arruinaba la mitad de su cara.

—Sarah —oyó que la llamaban. Era su madre, que bajaba por la escalinata que llevaba al segundo piso, donde estaban las habitaciones—. Debes alejarte de los caballeros de lord Russel.

—Sólo estaba... entregándole un pañuelo a lord Fred. Y no fui sola, me acompañaba lady Clare—. Annette la miró elevando una ceja, y Sarah se apresuró a acercarse a ella—. ¿Es verdad... que quieren llevarme con ellos a Pembroke?

—¿Quién te lo dijo?

—Lord Fred. ¿Es verdad? —Annette dejó salir el aire.

—Lo discutí con tu padre anoche. Me opongo a que te vayas con ellos, pero al parecer, no hay nada que hacer contra eso.

—A mí no me molesta irme —le contestó Sarah—. Es decir... ese será mi nuevo hogar cuando me case con lord Fred, y... es bueno que me vaya acostumbrando.

—¿Estás segura? —Sarah hizo una mueca. Anoche había sufrido un desliz en su comportamiento, y se lo reprochaba, pero eso lo solucionaría manteniendo siempre cerca una carabina, fuera alguna de las damas, o a Sue, su doncella. Ya había comprobado que lord Fred era ardoroso en su amor, ella sólo debía mantener la distancia y la prudencia entre los dos.

—Amo a lord Fred —sonrió Sarah—. Estaré feliz de estar a su lado.

—Hija, sólo has tratado con él unas pocas horas...

—Pero ya sé que le amo. Seré una buena esposa, y una buena condesa. No dejes que papá se oponga a mi viaje a Pembroke.

—Soy yo la que se opone a que te vayas.

—Pero estaré bien. Me has criado bien, me portaré a la altura—. Annette le tomó las manos con una sonrisa triste en el rostro.

—No dudo que lo harás bien.

—¿Entonces?

—¿Acaso no tengo derecho a desear que mi hija se quede conmigo todo el tiempo que sea posible? Preferiría que te quedaras conmigo para siempre, pero no será así, así que... ¿por qué no desear unos pocos años más juntas? —Sarah sonrió conmovida. Ciertamente, ella también extrañaría a su madre, pero la expectativa de vivir bajo el mismo techo que Frederick le había hecho olvidar ese pequeño detalle.


—No es un conejo lo que estamos cazando, sino un jabalí —protestó Frederick cuando vio a su tío ensartar en la flecha que acababa de disparar un pequeño conejo gris. Sombra se acercó hasta el pequeño animal, y sin bajarse, Wulfric reclamó su presa.

—Llevamos horas esperando la presencia del temido jabalí, y es mejor cazar presas pequeñas que ninguna.

—Os conformáis con muy poco, tío. Pero claro, ¿acaso tendréis más en la vida? —se burló Frederick, pero Wulfric no le prestó atención y unió el pequeño conejo a los otros tres que ya llevaba en la parte trasera de su montura.

Un verdadero CaballeroOnde as histórias ganham vida. Descobre agora