LIE

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El amanecer se aproximaba y se podía notar por la poca luz que comenzaba a verse en la habitación del rubio. El chico ya se encontraba profundamente dormido sobre el brazo derecho de Zero, después de haberse confesado y unido en espíritu durante toda la noche, terminaron exhaustos.

El pelinegro debía retirarse antes de que alguien más dentro de la casa despierte, se quiso apresurar a levantarse hasta que se dio cuenta que el peso del cuerpo de Kiyo estaba recargado por completo en la manga derecha de su ropa, sabía que si hacía cualquier movimiento para deslizar la tela y liberarse haría que lo despierte. Con un suspiro tomó una decisión que no le importó demasiado mientras su amado permaneciera dormido, cortó aquel pedazo de tela.

Una vez libre le dejó un suave beso sobre su mejilla, para después retirarse de la habitación en completo silencio y con pasos apresurados se dirigió a su propia habitación para cambiarse de ropa y esconder aquella que había mutilado, posteriormente comenzó a realizar sus actividades cotidianas.

Kiyo se sintió un poco decepcionado al despertar una hora más tarde y no ver a su lado al pelinegro, después de unos segundos reaccionó y comenzó a pensar que probablemente era lo mejor, de cualquier manera era seguro que no debía mostrarse como alguien amoroso dentro del hogar, y mucho menos si Satsuki se atrevía a entrar con la mejor intención de desearles buenos días y los veía ahí abrazados como un matrimonio.

Entonces el rubio no se quejó, comenzó a prepararse para salir al comedor antes de que el castaño llegara a avisarle que la comida está lista, notó aquel pedazo de tela que pertenecía al pelinegro y con sigilo la guardó muy en el fondo de sus pertenencias, parecía que ambos habían hecho un pacto mentalmente acerca de guardar como un oscuro secreto lo que sucedió anoche.

-Kiyo, buenos días. -Se asomó Satsuki por la puerta y con una sonrisa veía al rubio, éste sólo asintió levemente. -El desayuno está listo; el señor Zero me indicó que usted va a volver a su práctica cotidiana, por lo que después le estará esperando en la sala de entrenamiento. -Le dio las órdenes y se retiró en completa calma.

Justo como lo tenía previsto, el entrenamiento transcurrió con total normalidad, lo suficientemente duro y cansado como para mejorar mañana en su rutina pero completamente suave sin Zero diciéndole que es un inútil.

El uso de su espada había mejorado bastante durante los últimos meses, podía cortar casi con perfección los objetivos de bambú que su maestro solía ponerle enfrente para que practique, parecería incluso que estaba listo para convertirse en un digno heredero del trono, probablemente se acercaba el tiempo de que abandone aquel hogar para retirarse a su palacio.

Pasaron cuatro días desde aquel encuentro especial, donde ambos escondían con esmero lo que había sucedido. De vez en cuando por las noches el pelinegro se escabullía hasta la habitación del más pequeño solo para robarle un beso y desearle las buenas noches, otras veces con más frecuencia sucedía que Zero rozaba las manos de Kiyo con delicadeza, sólo porque no soportaba el hecho de tenerlo lejos y necesitaba cualquier contacto físico. Ambos se atraían con la mirada y sentían algo que no se podía describir con palabras.

Kiyo se encontraba en uno de esos días de práctica usando una katana completamente afilada, cortando rollos de bambú, estaba fuertemente concentrado en los golpes que no se dió cuenta cuando Zero se acercó por detrás a abrazarle, el rubio dejó de tensar su cuerpo por completo y relajó los músculos al sentir sus brazos rodeándole, no le cuestionó nada. El más alto suspiró y se acercó más para tomar al rubio de la barbilla y robarle un cálido beso, sabía que nadie los estaba observando y por ello no se negaban a demostrarse sólo un poco de amor.

El encanto terminó cuando Zero le proporcionó un golpe leve pero bien marcado con su arma de madera en una pierna del menor, éste se quejó y le vio confundido.

El 18 prohibidoWhere stories live. Discover now