Raoul

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Raoul ha sacado dos chalecos de una de las guanteras y los dos, con ellos puestos, se han ocupado de colocar los "triangulitos reflectantes", como los llama Agoney. El rubio ha llamado ya tres veces al servicio en carretera para decirles más o menos dónde están y pedir por favor que se den prisa.

La verdad es que hace un frío que pela, y el coche de Raoul en su estado no puede encender la calefacción. Al canario le sorprende que no esté más enfadado; él ni siquiera tiene coche propio, pero pone la mano en el fuego por que su reacción habría sido con muchas, muchas más palabrotas.

La radio, por supuesto, también se ha ido al garete, así que lo único que pueden hacer es lo que más tiempo lleva evitando Agoney: hablar.

—¿Y bien?

—¿Hm?

El rubio se sopla un mechón del tupé caído para apartárselo de la cara, lo que el canario encuentra tremendamente sexy.

—Agoney —aclara—. Es canario, ¿no?

—Guanche, sí. 

—¿Tú eres de Canarias?

Esta vez, el chico sólo asiente, lo que provoca que Raoul frunza la nariz con un gesto de lo más mono del que Agoney tampoco piensa decir nada. 

Le gusta, o eso cree. No le ha gustado nadie en tanto tiempo que ya no recuerda cómo le hacía sentir, pero cada vez que el chico de oro le mira los labios al hablar, siente un cosquilleo en la punta de la lengua, y está convencido de que eso significa algo. A lo mejor es que su boca echa de menos besarlo.

—Estás menos hablador desde que ha acabado esa canción, ¿eh?

Agoney se siente un poco incómodo ahora; no quería hacérselo notar al chico, pero esto, como todo lo que ha intentado esta noche por primera vez desde hace años, le ha salido mal.

—No me gusta mucho hablar de mí —determina.

Raoul asiente con la cabeza, dando a entender que le parece bien. Mira entonces a su alrededor; lo cierto es que la noche de Halloween no le parece el mejor momento para quedarse tirado con un desconocido en la carretera sin más iluminación que el parpadeo de los cuatro focos de su coche averiado.

Desde luego, no cree que pueda pasar demasiado tiempo sin hablar. Si no se muere de frío, se va a morir de aburrimiento. Así que se le ocurre algo.

—¿Quieres que juguemos a un juego? —propone.

El canario no sabe exactamente si preocuparse o empezar a quitarse la ropa, aunque no está acostumbrado a esta clase de juegos, conque no va a prometer nada. Además, hace bastante frío.

—¿A qué quieres que juguemos?

—A ti no te gusta hablar de ti y yo no puedo quedarme callado, así que podemos jugar a que somos otras personas. 

El interés de Agoney crece de inmediato y le dedica una sonrisa cómplice, que no le pasa desapercibida al rubio. 

—¿Por ejemplo? —pregunta.

—Por ejemplo... —A Raoul le lleva apenas unos segundos pensar en algo que decir—. Hola, soy Pablo Casado y he perdido cinco elecciones en un año.

Agoney rompe a reír y Raoul siente que la garganta se le encoge por un momento. A él también le gusta el chico, al menos todo lo que puede gustarle alguien a quien acaba de conocer y que sonríe como lo hace él. Pero es que es guapísimo.

Esta vez es el canario quien empieza a pensar en algo que decir. Nunca se ha creído gracioso ni espontáneo, así que ni siquiera lo está intentando. Le lleva un poco más de tiempo que a Raoul, pero, por fin, parece que tiene algo.

one night standWhere stories live. Discover now