El chico calabaza

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Agoney acaba de ponerse el disfraz de esqueleto que compró justo ayer, porque no tenía nada claro que fuera a irse hoy de fiesta. De hecho, lleva el día entero replanteándose sus razones, y todas las veces ha llegado a la conclusión de que necesita hacer esto, que va a ser lo mejor para él.

La cara la lleva sólo un poco pintada de nariz para arriba; ha decidido que maquillarse la boca es un desperdicio de maquillaje, porque piensa liarse con el primer tío que no conozca de nada.

Abre una de las cajas de cartón que le ha dejado Gema y saca un abrigo. Le da un par de vueltas y, finalmente, se lo pone. Sabe que va a quitárselo en cuanto ponga un pie en la casa de Brad, pero hace demasiado frío en la calle ahora mismo; prefiere cargarlo o incluso perderlo antes que pasar frío en el camino a la fiesta.

Antes de salir de su provisional habitación, se echa un último vistazo en su provisional espejo, echándose el abrigo hacia atrás. Desde luego, cualquiera que lo viese pensaría que, efectivamente, ha salido para arrasar.

Va al baño y mira el teléfono, que guarda varias notificaciones de mensajes en los que le preguntan si está bien hoy, los cuales ha estado ignorando deliberadamente. Se le hace raro no tener que estar hablando con Álex ni con ninguno de sus amigos justo antes de salir de fiesta, pero no le da más vueltas, porque sabe que si lo hace puede llegar a arrepentirse.

Y esta noche lo tiene claro, más claro que nunca: va a follar.

Sale del baño y se repasa los bolsillos antes de dirigirse a la puerta para confirmar que lleva encima el móvil y la cartera. Cuando está atravesando el salón, la voz de su hermana lo hace dar un respingo.

—¿Adónde vas a estas horas?

Agoney, con una mano en el pecho, se gira para mirarla. Su hermana está ya en pijama. No es tan tarde; de hecho, apenas han dado las once del viernes, pero la niña acaba de quedarse dormida y la mujer tiene que aprovechar las dos horas de paz que le han sido concedidas. También lleva toda la tarde con la cara larga porque los críos no dejan de llamar a su puerta.

—Qué susto, por dios.

—Ago...

Y la niña no sólo consume leche y horas de sueño, sino también paciencia. Es fácil de ver si uno se fija en la ceja alzada de la hermana mayor de Agoney, que ansía una respuesta que la satisfaga.

—Voy a una fiesta, Gema —confiesa, y se señala la cara y el disfraz, mostrándole que es más que evidente.

Para quitar el foco de atención al tema de la fiesta, él abre la boca con intención de hacer cualquier otro comentario, pero su hermana no se lo va a permitir.

—¿Y eso quién te lo ha dicho?

Un segundo de silencio por parte de un sorprendido Agoney.

—¿Es que tengo que pedirte permiso para salir un viernes?

—Mientras vivas en mi casa, sí —declara.

Agoney lleva sólo cinco días viviendo en casa de Gema, pero, a juzgar por cómo ella se empeña en echárselo en cara cada vez que tiene la oportunidad, parece que hayan pasado ya meses. Y lo último que el chico necesita en estos momentos es sentir que su hermana también se ha cansado de él.

—Tranquila, no pienso quedarme aquí mucho tiempo.

—Ya veremos.

Agoney, con el ceño fruncido fruto de la confusión por la repentina actitud de su hermana, abre la puerta de la casa.

—Pues para empezar no pienso volver aquí esta noche —declara—. No sé cómo se me ocurriría que mi hermana mayor pudiera hacerme un favor.

Está controlándose sobremanera para no chillar y aún más para no dar un portazo en cuanto sale al rellano. «No estoy para que me toquen los huevos», piensa mientras baja los peldaños a paso rápido.

one night standWhere stories live. Discover now