˚。⋆🧸┊Chapter 01

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Había insistido urgentemente en tomar el teléfono y marcarle a Ned como si mi vida dependiese de ello -y desgraciadamente sí que lo hacía-. Encerrado ahí, en el propio baño de mi propia casa con el teléfono golpeando mi mejilla e oído, las manos me sudaban frío, leves gotitas de sudor me recorrían la espalda con desagrado; el pulso acelerado y un tic nervioso en el pie que me sacaba de quicio mientras descansaba impaciente sobre la tasa del baño.

El timbre al fin sonó y no tuve miedo está vez de salir corriendo y pasar la sala donde aquella cosa me miraba con los dientes afuera y los ojos mieles enojados, como siempre juraba que estaban.

Giré el picaporte y jalé la puerta hacia mí viendo las expresiones estresadas y confundidas de Ned y Jimin. Me lancé sobre la primera con desesperación, abrazándola y luego, escondiéndome tras la espalda de Jimin quien me miraba con una ceja alzada. El aliento se me salía hasta por las orejas.

—¿Dónde está? —Ned me preguntó aún viendo mi ridiculez de estarme cubriendo tras el delgado cuerpo de Jimin.

—En la sala, mirando la tele, supongo.

Ned entró y detrás Jimin me arrastró con molestia. Cerré la puerta y los vi acercarse al salón, donde se supone que estaría, o mejor dicho, donde yo lo había dejado.

Un cabello color miel deslumbraba por todo aquel lugar, los mechones dorados con betas blancas hacían un bonito contraste con aquel encuentro de ojos también de un tono miel, tan castaño claro y profundos que penetraban la mirada; la piel tostada, cremosa y sin embargo con algunas leves marcas tenues que había logrado ver bajo la colcha verde revuelta en el sofá. Su mirada aburrida nos escaneó en todas las direcciones hasta que se fijó en Jimin y sus canicas miel brillaron con intensidad.

—Jiminie~ —un tono poco agudo chilló antes de alzar los brazos como un bebé esperando el abrazo.

Jimin sonrió enternecido a la vez que la sorpresa aún resguardaba en sus ojos antes de acercarse y abrazar el cuerpo de aquel ser que se había hecho por primera vez presencia.

—¡Kookie eres tú! —Jimin se dejó caer sobre el suelo en cuanto el cuerpo ajeno se lanzó sobre él, haciendo que cayeran en un enredo de colcha de invierno.

Miré la escena atónito. Hace unos segundos me despreciaba, incluso al extremo de hacerme esconder en el baño, y ahora, es un amor con Jimin.

Mordí mi mejilla interna con preocupación. Algo había pasado aquí.

Jimin siguió tendido en el suelo con el muchacho de cabellos castaños sobre él posesivamente, abrazándolo como si fuese un koala. Le acarició los rulos con suavidad sintiendo una especie de ronroneo y sonriendo por eso.

En ese momento Ned se aclara la garganta intentando llamar mi atención:

—¿Y entonces... ese en Kookie? —Asentí tratando de asimilarlo nuevamente yo mismo.

Sí, mi mascota Kookie se había convertido en un humano.

Recordar que solo hacía unas horas había deambulado por la casa buscando a aquel cachorro de tono blanco, y Kookie no era de estarse escondiendo. Al contrario, era como un vil enemigo con forma de perro que dominaba cada parte de mi casa a pesar de ser un diminuto animal de si acaso veinticinco centímetros y muy peludo. Los últimos días había notado que se me escondía en los últimos lugares de la casa que lograría pensar en buscarlo: el armario, bajo la meseta de la cocina, entre cazuelas y hasta tras la lavadora, donde una vez se había quedado atascado.

Lo había llevado al veterinario y habían checado que todo estaba en orden, tal vez estaba siendo una mala indigestión o que no dormía bien. Pero no, Kookie por lo general comía comida para perros y su afición a la pizza había pasado a tener posibilidad dos veces a la semana; y no hablemos de dormir cuando se la pasaba en el centro de mi cama sin dejarme mover las colchas al menos para acostarme, o en el sofá. Me gruñía con más constancia y siempre intentaba huir de mí.

Me sentía algo paranoico. Si se sentía mal no lo entendía y no sabía que más hacer, mi última posibilidad de hoy se limitó a encargar pizza y ofrecerle un pedazo, sin embargo, solo la mordió y se llevó el pedazo más grande que su propio cuerpo bajo la cama, arrastrándolo como pudo.

Al menos estaba seguro que seguía cambiándome por la pizza.

Lo dejé un rato descansar y luego lo fui a buscar, arrastrándolo de debajo de la cama y presionándolo a mi pecho para llevármelo a la sala. Se resistió tratado de bajar de mi regazo hasta que lo agarré por el torso y lo acerqué a mi rostro pegando su hocico a mi nariz, tratando de que intercambiara miradas conmigo, que sus ojitos claros solo me mirasen a mí.

—¿Kookie qué ocurre? Muestrame que sientes —Y solo quedó ahí, con sus ojitos cansados mirándome.

Suspiré y lo acosté en mi regazo sobre la colcha como muy pocas veces había visto que tomara posición y me limité a mirar la televisión mientras acariciaba su esponjoso y blanco pelo hasta quedarme dormido.

Juraba que había sido una pesca, una simple pesquita y mis piernas pesaron adormiladas, un peso que jamás Kookie podría haber tenido.

Abrí los ojos aturdidos encontrándome con otros más grandes, con tonos mieles que hacían juego con su cabello entrometido de mechitas blancas. El mundo se me vino abajo tratando de mover mis piernas cuando caí que esos ojos eran pertenecientes a una persona que estaba sentada a horcajadas sobre mí. Y finalmente grité como nenaza empujando el cuerpo que cayó junto al mío al suelo, sus manos sujetando mi polera como último medio de agarre.

Caí sobre él y su fruncido ceño de dolor. Mi lengua en ese momento dejó de saber pronunciar palabras a dejar que balbuceos se interpusieran entre mi medio de comunicación.

—¿Ko-Kookie? —tartamudeé nervioso.

—Sí Jung HoSeok soy Kookie —gruñó.

Y solo bastó eso para que saliera corriendo al baño y encerrarme ahí.

Y solo bastó eso para que saliera corriendo al baño y encerrarme ahí

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