Complicidad

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El aire cada minuto se hacía más denso, las cobijas estorbaban incluso los simples blusones que nos cubrían.
Mis movimientos eran torpes, pero por primera vez no tenía miedo. Me di la oportunidad de acariciar sus brazos, sus piernas y cualquier trozo de piel que llevara descubierto, con ello descubrí como le pone a Victoria la iniciativa. Sus movimientos eran feroces.

Cascabelea en mis entrañas una necesidad que aún no conozco del todo, pero me agita el cuadro completo. Ya no es una llovizna languido de estímulos o emociones, parece que me ha caído un diluvio enfurecido y la condenada cercanía de ella lo empeora todo.
A partir de aquí era imposible parar. Mi mente está desconectada, me he convertido en un explosivo impulso cegado de deseo y excitacion.

–Dayan- cinco letras bastan para arrebatarme de otra dimensión arrastrandome directo al infierno, donde los demonios se burlan de lo inconcluso y los labios arden. Algo aturdida clavo mis ojos en los suyos, lucen más indescifrables que nunca.
Ni siquiera intento hablar porque estoy segura que no me saldrían ni dos palabras de la garganta, atino a mirarla confundida, parece ser suficiente.

–Ya es hora de dormir, tenemos trabajo temprano-  dice despacio mientras me soba el brazo con su mano, mi cara seguro se mostraba perpleja, no estaba tan segura pero casi creo haber escuchado un estruendo que me dejó aturdida únicamente a mí.

Victoria se recompuso, en menos de un minuto ya estaba cubierta de nuevo con mi manta.
No podía hablar, eso hice, permanecí en silencio. Me recosté dándome la vuelta y enrollandome en la cobija. Necesitaba asimilar lo que acababa de pasar.
Por fin me había armado de valor, aunque no estaba segura a que quería llegar tampoco esperaba este corte tan abrupto ¿Hice algo mal? De un momento a otro ya no era Victoria mi preocupación. Mi cabeza estaba haciéndose mil preguntas que no podía responder en estos momentos, la única certeza que me acompañaba es que esto es una locura, la demencia abriendo el telón con la danza más erotica que había podido imaginar, pero soy un público inexperto y en su función no soy actriz ni clown, ni nada. Victoria tiene de sobra lo que nunca he sentido bajo mi poder, los años, la seguridad, el conocimiento, una elocuencia, un carácter impresionantes. Pero todo ese conjunto amanece al lado de otra persona y la llevará al altar tarde o temprano.
Una presión sofocante apacigua mis pensamientos con solo una orden, no puedo recordar ese detalle sin sentir que me ahogo un poco.
Es decir, un suicidio. He decidido caminar a mi propia horca cargando la soga en mis manos. Se nubló mi visión, de pronto mi único objetivo era la Señora Beltrán, la mujer más firme y centrada que había conocido derrochando algo de sensibilidad y humanismo entre mis brazos. Era un deleite que me lleva con los ojos vendados, aunque no sé más que su nombre me dejo llevar que mas da si esa caminata me arroja por un acantilado. No podré culparla, porque fue por gusto propio.
Cuanto drama para una sola noche, dice de pronto mi subconsciente. Pero Victoria manda a callar mi despertar.

–Descanse señorita castellanos mañana debe reservar los vuelos- susurra en mi oído y deja un corto beso detrás de él. Se quedó ahí, cerca. A un lado del caos.
Sentí un pinchazo de morfina mi cuerpo entero se relajó por completo. Me pesan tanto los ojos que ya no puedo seguir pensando.

Un sonido irritante que identificaba de memoria me ayuda a regresar de nuevo, dormí como nunca. Pestañeé poco a poco acostumbrandome a la luz que ya había entrado sin permiso por la ventana. En menos de un minuto mi cerebro se encargo de recordarme lo que había pasado anoche. Mis ojos se abrieron de golpe y mi cuerpo se tensó, por un momento olvidé que Victoria estaba aquí. Al quererla encontrar a mi lado me lleve la sorpresa de que no había nadie en mi cama, yo y solamente yo. Sin rastros de Victoria. Fue demasiado lúcido para haber sido un sueño. Ya será momento de declararme totalmente fuera de mis cabales. Pasé del no me atrae nadie al no paro de pensar en ti, que pena daría a poetas que han dedicado letras al amor por su vida entera y en la queja de Alfonsina Storni sería una náusea sin sentido o un punto coma que brincó de prisa.
¿Qué más da? No puedo seguir cobijadome con nostalgias o disyuntivas. Mi reloj cambia más de prisa por las mañanas y resignada a mi demencia me limitó a saltar de la cama para correr a la ducha.
Victoria se fue sin decir adiós. No pude haberlo imaginado todo, me sentí algo desilusionada.
Arranque de una el bluson de mi cuerpo y algo distraída camine al baño. Al girar la manija se estampó en mi cara el vapor que deja una ducha caliente. Ahí estaba. Envuelta en una toalla, con su cabello negro y largo húmedo. Mi garganta se secó, me frené de golpe como si hubieran construido un muro frente a una autopista. Estaba parada como idiota mirándola descaradamente. Victoria clavó sus ojos verdes en mí me sentí descubierta, su mirada analítica no me dio tiempo de confesarme por mí propia cuenta; supo todos mis pecados sin necesidad de que me arrodillé ante ella. Es ver a la mismísima afrodita entre las olas, no veía nada que no haya visto ya, porque la toalla blanca impedía a mis ojos conquistar nuevas islas. Con un gesto algo burlón, cínico y como si me coqueteara a la vez me hizo reaccionar, recordé mi cuerpo semidesnudo e inmediatamente sentí la sangre subir a mis mejillas como pude me tapé con el bluson que aún tenía en las manos.

Plácida condena Where stories live. Discover now