𝟏𝟏| 𝙽𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚊𝚜 𝚊𝚕𝚊𝚜

436 73 68
                                    

Ella pasaba a su lado, fingiendo que no lo conocía, sus bellos ojos no lo miraban ni un solo segundo más, y él trataba de hacerse el rudo con el corazón bien respaldado de cualquier sentimiento que pudiera herirlo

—¿Vas a seguir con esta tontería?—Pregunto Bill
—No es una tontería, esto a terminado—

—¿Terminado?—Añadió Tom mientras observaba a Gustav quien se encontraba sentado con Micaela—Como va terminar algo que nunca empezó—

Ella se quedó en silencio, con la mirada en el pizarrón tal vez atenta a los argumentos del profesor, o tal vez pensando en las palabras que el rubio le había dicho. Se animó a mirarlo un segundo pero aquellos ojos de avellana estaban centrados en el rostro de Micaela, mirándola con ternura o quizás fingiendo ternura. Ella se levantó tomando sus cosas para salir del aula

—¿Qué haces? Aún no termina la clase—Le susurro Bill
—Me voy Bill—

—¿Perdona?—Habló el profesor cuando vio a su alumna con intenciones de retirarse—¿Señorita Stoepel?—

No hizo caso, caminó a pasos grandes hacia la puerta, saliendo y cerrando de un portón dejando el aula en un silencio incómodo, podía verse a través de los ventanales salir de la facultad. Gustav no se sentía bien con aquello, pero su orgullo era demasiado que no podía caminar tras ella.

Al anochecer el rubio había llegado a casa, de pie se encontraba frente a la ventana de Jane, indeciso, frustrado con la mirada en el cristal, esperando a que encendiera las luces y dejará ver su rostro por las cortinas, no fue así. La luces jamás se encendieron, las cortinas seguían intactos, cubriendo todo lo que había detrás de ellas. Pero ella estaba allí, en la soledad y en la oscuridad de su habitación, frente a la pantalla de su ordenador, un poco ida y moribunda, con la mente desorientada.

—¿Jane?—Llamó su madre después de haber tocado—¿No vienes a cenar?—

—No tengo hambre...—

—¿De nuevo?—Al no obtener respuesta abrió la puerta y entró sin más, encendió las luces y entonces vio a su hija sentada, con el pelo revuelto y los ojos hinchados, con la manta sobre sus hombros—¿Que pasa contigo Jane?—Le preguntó su madre—Has llegado del cole y no has salido de aquí, deberías salir a buscar a Karamela, hace un buen rato que no la veo por aquí—

Mintió, sabía que la bola de pelos estaba en casa de los Schafër, trataba de intentar que su hija saliera a despejar la mente fuera de esas cuatro paredes

—Te dejaré la cena al microondas, por si te animas a darle una probada—Su madre le dió un beso en la frente y salió de su habitación

—¿Debería ir a golpearle?—Indago el señor Stoepel, su esposa negó con la cabeza
—Seguro solo fue una pequeña discusión, a si son los novios, no te acuerdas como éramos ¿Nosotros?—

—¿Novios? Desde cuándo mi pequeña anda con ese vecinito—.—Cariño, jamás deje que durmieras llorando, y mi hija tampoco lo va hacer, deberías darme permiso de traer a ese muchachito y hacerle saber que con mi Jane no se puede meter—

—Mejor deberías arreglar la tubería del baño, anda, anda—

Padre Refunfuño, a los pocos segundos después de haberse asegurado que Karamela no estaba en casa, decidió salir a buscarla. Busco por detrás de la casa, entre los callejones que solía meterse pero nada. La bola de pelos se encontraba muy cómoda en el regazo de Gustav quien desde su ordenador miraba por las orillas de las cortinas la ventana de Jane, la luces seguían apagadas, como si nadie habitará dentro

𝗠𝘆 𝗡𝗲𝘄 𝗡𝗲𝗶𝗴𝗵𝗯𝗼𝗿; Gustav SchaeferWhere stories live. Discover now