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Todos en Creta pensarán que duermo hasta tarde, desayuno en mi cama y que la única preocupación que tengo, es elegir con cuál de mis pretendientes me casaré.

Se llevarían una gran sorpresa al enterarse que duermo en un cuarto tan pequeño como el de los esclavos del Palacio. Despierto con Helios. Tengo que trabajar y mi única, y más grande, preocupación es que mi hermana me liquide mientras duermo.

Así es, la Princesa Ariadna trabaja como cualquier esclava. Limpió, cocinó y lavó. No me permiten salir, no puedo contraer matrimonio y mucho menos decirle a nadie los tratos que recibo.

Todo esto por casí revelar la verdad...

—¡¿Ariadna?! —me llamó Igna, sacándome de mis pensamientos. —¡Por los dioses, muchacha! ¡Se está quemando la sopa y tú estás ahí parada, pensando en no sé qué!.

Rápidamente retiré la olla del fogón.

«Eso explicaba el olor a verduras quemadas».

—Parece que te gustan los insultos de Minos —habló la anciana enojada.

—No se quemó tanto —traté de tranquilizarla.

Igna tomó un cucharón y revolvió el fondo de la sopa con dificultad. Probablemente las verduras se pegaron en la olla.

«Mala señal».

—Perdón —me disculpé con ella. Minos nos daría a ella y a mí el insulto más grande y personal del año, acompañado con una fuerte cachetada.

La anciana negó, algo decepcionada.

—Siempre es lo mismo, Aria —reprochó la mujer sin mucho ánimo—. Debes prestar más atención o vas a hacer que tú padre nos decapité un día de estos.

Agaché la mirada con pena.

Igna tenía razón, necesitaba concentrarme. No era justo que ella también recibiera palizas por mis descuidos.

—No te aflijas por eso. Todavía podemos salvar algo —dijo con suavidad, mientras levantaba mi barbilla con su huesudo dedo.

Traté de esbozar una sonrisa.

No debía perder la esperanza. Si los dioses estaban a mi favor, quizás el rey no notaría que la comida se quemó.

Servimos tres tazones de sopa que las esclavas llevaron hasta el comedor. Mientras mi familia comía, yo me estrujaba las manos con una mezcla de angustia y ansiedad.

Pero no pasó nada. Las esclavas recogieron la mesa, Freda y Pasifae se retiraron. Minos pidió que le sirvieran más vino. Lo normal, no hubo gritos del rey, ni críticas de mi hermana.

Justo en ese momento me iba a retirar para comer junto con Igna y las demás. Sin embargo no fue posible.

—Ariadna, ven —me exigió Minos, sin su hostilidad de siempre.

Lo cual me asustó. El nunca me había tratado con cariño. Nunca hizo un esfuerzo por llevarse bien conmigo.

Esa amabilidad fingida tenía otra intención. Y no una buena.

—Ariadna —volvió a llamar.

—Enseguida voy, padre.

Ten cuidado —me advirtió esa voz en mi cabeza.

En cuanto llegue al comedor. Pude notar que el tazón de sopa seguía intacto sobre la mesa.

No demuestres vulnerabilidad —pidió la voz.

—Dime Ariadna, ¿Intentas matarme? —cuestionó con falsa tranquilidad.

Negué con la cabeza agachada.

—¡Mentirosa! —rugió colérico —. ¡No sirves ni siquiera para cocinar!

Arrojó su copa hacía mí. Gracias a los dioses chocó contra la pared, emitiendo un ruido seco.

Una lágrima traicionera resbaló por mí mejilla, en cuanto pensé el daño que me pudo provocar.

De un solo golpe se levantó de la mesa y se dirigió hacía mí. Una de las cosas que Minos más odiaba eran las lágrimas, sobre todo las mías.

—¿No te cansas de llorar? —preguntó iracundo, presionando con fuerza su mano sobre mi cuello.

Sentía que me ahogaba. Que el aire no me llegaba a los pulmones. Traté con todas mis fuerzas que me soltará, pero mis intentos eran en vano. Justo cuando me estaba quedando sin fuerzas. Me soltó y me arrojó a un lado para después irse.

Tomé todo el aire que pude hasta que me normalice un poco.

¡¿Qué clase de mounstro era Minos?! ¡¿Cómo podía hacerme eso a mí, a su propia hija?!.

—¡Por los dioses, Aria! —bramó asustada Igna—. ¿Estás bien?

Asentí débilmente.

La anciana llamó a las demás esclavas para que me llevarán a mi habitación, ya que estaba muy débil.

Agradecí infinitamente ese gesto que tuvieron conmigo.

Al estar sola en la intimidad de mi habitación, lloré. Lloré porque casi muero y a mi padre no le fuera quitado el sueño. Lloré por el abandono del innombrable y por las promesas que nunca cumplió.

Nunca te abandoné. Estoy contigo —susurró la maldita voz.

—¡Entonces ¿Por qué no me defendiste?! —grité desgarrada.

Baja la voz, te escucharán —me advirtió.

—¡No me importa si me escuchan o no! ¡Quiero que te vayas de mi cabeza! ¡Déjame en paz!

Ariadna no hagas esto, solo te estás lastimando.

—¡Cállate! —rugí—. ¡Vete!

De pronto la puerta se abrió y entraron Fedra y Minos, mirándome con lastima.

—Te lo dije, padre. Ariadna está loca —habló con desdén.

Sin previo aviso, una mano impacto contra mi cara, apagando las luces.

Un molesto rayo de Sol se coló por mi ventana, provocando que me despertará.

Me dolía cada parte del cuerpo. Sobre todo el cuello, en cuanto lo toque, vinieron a mi recuerdos de lo ocurrido en la noche.

—Toma —Igna me extendió un vaso con agua—. Lo necesitas.

Lo ingerí despacio, ya que me dolía demasiado la garganta.

—Te traje el desayuno.

—Gracias —dijé con voz pastosa.

—No me agradezcas, solo comé.

Pasé todo el día encerrada en mi habitación. Quería dormir hasta el final de los tiempos. Desafortunadamente, no fue posible.

La puerta se abrió y por ella pasó el peor de mis tormentas y enemiga número uno: Fedra.

—¿Cómo está mi loquita favorita? —me paso una mano por el cabello, desarreglandolo más de lo que estaba.

—Muerete.

—No te escucho. Habla más fuerte loquita.

La empuje con fuerza, haciendo que callera sentada. Ella se levantó rápidamente y me tomó del cabello para que la mirará.

—Abre bien los oídos y presta atención a lo que te voy a decir —dijo a pocos centímetros de mi cara con un genuino desprecio—. Eres un maldito parásito, Ariadna y si padre no te mata, te juro por Hera que yo misma lo haré.

Le dí un golpe con mi rodilla en el estómago. La pobre infeliz calló al suelo adolorida y aproveché para ponerme encima de ella.

Ahora era mi turno.

—Escuchamé tú a mí infeliz. Si no me dejás en paz, juró por Hades, que te voy a destripar como pescado y le daré de comer tus restos a Minos.

Alguien me empujó y caí a un lado de Fedra.

—Mamá, Ariadna está loca. Me dijo cosas horribles —lloró mi hermana, mientras abrazaba a Pasifae, quien me miraba como si fuera la peor escoria del mundo.

















Laberinto de mentiras || Amores sempiternosWhere stories live. Discover now