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Según lo que escuché, ése día llegarían los tributos y el príncipe de Atenas vendría con ellos.

Minos le ordenó a toda la servidumbre limpiar hasta debajo de las piedras y preparar un banquete gigantesco. Pero lo que más me sorprendió fue que exigió que, yo, no participará en absolutamente nada.

Creí que no me necesitaban para que todo saliera bien, pero en cuanto Pasifae llevo un vestido color violeta a mí aposento, me descoloque por completo.

¿Tan horrible está mí vestimenta que ahora me regalaba sus vestidos viejos?.

—Arréglate —ordenó Pasifae, tomando asiento en el lecho.

¡¿Qué?!

Debió notar mi cara de desconcierto, porque añadió.

—Minos necesita que recibamos al príncipe como la familia que "somos".

Una risa sin gracia se me escapó.

Llevamos la misma sangre, pero no somos ninguna "familia". Desde hace mucho olvidamos el significado de esa palabra.

La mujer que me dió a luz frunció el ceño ante la reacción que le dí.

—Es en serio Ariadna, necesito que te arregles —habló seria—. Suficientes problemas tienes ya para buscar más—el tono maternal que utilizó me revolvió el estómago.

Que hipocresía la suya. Primero le daba mí cabeza en bandeja de plata al rey, y luego se preocupaba por lo que me pudiera pasar.

Sin decir nada, me dirigí al baño para tomar una ducha. En el reflejo del agua se dibujo la imagen de una chica de ojos y cabello negro, idénticos a los de Minos.

Odiaba ser idéntica a él. Y sabía que al rey tampoco le gustaba compartir sus  rasgos conmigo.

Al salir del baño encontré a mi madre, aún sentada en mi cama, mirando un punto fijo de la pared, perdida en sus pensamientos.

—Sal —le exigí de forma seca.

Ella me miró con nostalgia.

¿A qué se debía esa mirada? ¿Ahora le afectaba la forma en que le hablaba?

Agité varias veces mí dedo índice en mi muslo. Esperando que se marchará, pero nada.

¿Acaso no me oyó?

Noté que no se iría, así que tomé el vestido de mala gana y regresé al baño para vestirme con tranquilidad.

En cuanto salí busque un peine para arreglar el desastre que tenía por cabello.

Mi madre se levantó y fue a ayudarme a alisarlo, al principio me resistí, pero luego la dejé hacer lo que quisiera.

Me peinaba con dulzura y cuidado, igual que cuando estaba pequeña.
Como habían cambiado las cosas desde ése entonces.

Peinó mi cabello como quiso y lo acomodó con distintos broches que había traído. El toqué final, fue restregar por mis brazos y cuello una especie de fragancia aceitosa —muy dulce para mí gusto.

Al finalizar, me contempló como la obra más hermosa que hubiera creado.

—Te vez hermosa —murmuró y unas lágrimas traicioneras se le escaparon.

Me acerque rápidamente a ella y, con mis pulgares, las limpié. Tomó un momento para recomponerse y sonrió.

—Recuerda sonreír, Ariadna. Ese es el mejor accesorio de una mujer —me recordó, aún con voz temblorosa.

Puse los ojos en blanco con hastío y esbocé una sonrisa demasiado grande y falsa. Ella me reprendió con la mirada y se marchó.

—Luces hermosa —habló una suave y desenfadada voz, trás de mí—.Si Afrodita te viera se pondría verde de envidia —comentó jocoso.

Laberinto de mentiras || Amores sempiternosWhere stories live. Discover now