001. El hilo roto

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Capítulo 1: "El Hilo Invisible"

El quiosco de la secundaria era un rincón tranquilo, apartado del bullicio de los pasillos. Allí, entre las estanterías de chicles y revistas, Dana y yo compartíamos secretos y risas. Dana, con su cabello rubio y su sonrisa luminosa, siempre tenía algo interesante que contar. Yo, en cambio, prefería observarla y escucharla, aunque no siempre prestaba atención.

Ese día, Dana estaba absorta en un libro sobre mitología. Sus ojos brillaban mientras me hablaba del  hilo rojo del destino, esa leyenda que unía a las almas destinadas a encontrarse. A mí no me interesaban las leyendas, pero amaba ver el brillo en los ojos de Dana cuando hablaba sobre eso. Era como si el hilo invisible también nos conectara a nosotras.

La conversación se interrumpió cuando una pelota de fútbol voló hacia nosotras. Dana se levantó para devolverla, y yo la seguí con indiferencia. Pero entonces él apareció: Alex, uno de los chicos del equipo de fútbol. Dana se mostró curiosa, sus ojos azules siguiendo cada movimiento de Alex. Y él, con su sonrisa descarada, se acercó a ella.

Yo no estaba feliz con esa situación. No me importaba Alex ni su interés en Dana. Pero cuando vi cómo Dana sonreía y se sonrojaba ante sus palabras, algo se retorció en mi interior. ¿Qué le veía a ese idiota? ¿Por qué Dana no notaba mi presencia, mi silencioso amor?

—Dana, ¿Cierto?— una sonrisa que no llegaba a sus ojos se dibujo en su rostro, este mostraba ganas de entablar una conversación con dana.

—Dana asintió con una pequeña sonrisa, y correspondio a su pregunta haciendo lo mismo.

No sabia ni podia disimular mi cara de disgusto al observar la situación, y mis pequeños intentos de que el chico se largará de ahi terminaron con el detalle que faltaba.

Alex invitando a Dana a salir. Ella aceptó con una pequeña sonrisa, y yo sentí que algo se rompía dentro de mí. Intenté que se fuera, que nos dejara en paz, pero Dana estaba encantada.

—Fue muy lindo de su parte.— hablo al momento que el chico se fue sin antes darle otra sonrisa.

¿Porque sonreia tanto?

Dana sonrió un poco sin notar el rosado en sus mejillas, y sin notar mi molestia hacia ello.




































En el salón de clases, Dana seguía radiante. Yo, con los brazos cruzados, observaba desde mi asiento. ¿Por qué me afectaba tanto? ¿Por qué no podía ignorarlo como siempre? Dana no me prestaba atención, y eso me enfurecía. ¿Acaso no veía que Alex no era bueno para ella?

Cuando Alex pasó junto a nuestra ventana, mi mirada se cruzó con la suya. Por un instante, sentí que el hilo invisible se tensaba. Sin decir nada me levante de mi asiento

—Maestra, ¿puedo ir al baño?— pedi, esta asintio indicandome que si.

pedí permiso a la maestra para ir al baño. Pero no tenía intenciones de ir al baño. Salí del salón y busqué con la mirada a Alex. No sabía qué haría, pero algo dentro de mí había cambiado. El hilo rojo nos unía, y yo estaba dispuesta a luchar por Dana, aunque eso significara enfrentarme al destino mismo.





El jardín de la escuela se sumía en la penumbra, las sombras alargándose entre las flores y las hojas. El aire estaba cargado de electricidad, como si el destino mismo se retorciera en anticipación. Yo, Luna, sostenía el cuchillo en mi mano, gracias a la pequeña actividad que teníamos hoy, ibamos a comer, pero porsupuesto, sugeri traer el cuchillo para cortar los ingredientes. su frío acero prometiendo liberarme de las cadenas invisibles que me ataban.

Alex estaba allí, junto a las rocas, ajeno a su inminente destino. Su sonrisa descarada se desvanecería pronto, reemplazada por el horror. Dana, mi amiga, mi alma entrelazada, esperaba en el café, ajena a todo. No podía permitir que Alex se interpusiera entre nosotras. No podía permitir que rompiera el hilo invisible que nos unía.

El jardín de la escuela se sumía en la penumbra, las sombras alargándose entre las flores y las hojas. El aire estaba cargado de electricidad, como si el destino mismo se retorciera en anticipación. Yo, Luna, sostenía el cuchillo en mi mano, su frío acero prometiendo liberarme de las cadenas invisibles que me ataban.

Alex estaba allí, junto a las rocas, ajeno a su inminente destino. Su sonrisa descarada se desvanecería pronto, reemplazada por el horror. Dana, mi amiga, mi alma entrelazada, esperaba en el café, ajena a todo. No podía permitir que Alex se interpusiera entre nosotras. No podía permitir que rompiera el hilo invisible que nos unía.

Me acerqué a él con pasos silenciosos, mis ojos fijos en su espalda. La sangre latía en mis sienes, un tambor frenético que ahogaba cualquier duda. El cuchillo se volvía más pesado con cada paso, su filo ansioso por cumplir su propósito.

Alex se giró al escuchar mi voz. —Hey, tú —dije, sin emoción alguna. Su confusión se reflejó en sus ojos, pero luego sonrió al reconocerme. —¿Eres tú la chica que estaba con Dana, cierto? —preguntó. Asentí, sin apartar la mirada de sus ojos.

—Te aconsejo que te alejes de Dana —continué, mi voz firme—. No eres bueno para ella. Claro que no vas a hacerlo, ¿verdad? —rió sarcásticamente—. Eres un idiota. Y estoy segura de que Dana jamás podría ver a alguien como tú.

Alex no sabía que yo era capaz de todo por Dana. No sabía que el hilo invisible que nos unía se tensaba peligrosamente. No sabía que mi paciencia había llegado a su fin.

—Obligarme, ¿eh? —dijo Alex, desafiante—. ¿Y quién eres tú para decirme qué hacer? ¿Acaso estás celosa? —sus palabras me hicieron apretar los puños. —Para que sepas, no eres mi tipo, muerta viviente.

La ira me inundó. Sin pensarlo, saqué el cuchillo y lo clavé en su costado. Alex soltó un grito ahogado, su expresión de sorpresa mezclándose con el dolor. La sangre brotó, caliente y viscosa, chorreando por su camisa. Sus piernas cedieron, y él cayó al suelo, inmóvil.

Mis manos temblaban al darme cuenta de lo que había hecho. El corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho. Miré mis manos, manchadas de sangre.

No había tiempo para remordimientos. Arrastré el cuerpo de Alex detrás de las rocas, ocultándolo entre las sombras. Las hojas y la tierra lo cubrieron, como si la naturaleza misma quisiera borrar su existencia.

Mis manos temblaban al darme cuenta de lo que había hecho. El corazón latía con fuerza, como si quisiera escapar de mi pecho. La sangre de Alex manchaba mis dedos, caliente y viscosa. Pero no sentía ni una pizca de remordimiento. Solo una extraña satisfacción, una certeza de que había hecho lo correcto.

Una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. Estaba loca, sí. Pero no por la sangre que ahora manchaba mis manos. Estaba loca por Dana, por protegerla a toda costa. Porque el hilo invisible que nos unía era más fuerte que cualquier leyenda o destino.

Me limpié con hojas y tierra, borrando las pruebas de mi crimen. Alex yacía oculto, su cuerpo inerte bajo la naturaleza que parecía aceptar mi sacrificio. No había tiempo para dudar. No había espacio para la culpa.

Regresé al salón de clases, mi expresión neutral. Dana me observó con alegría. —¡Lunitaaa! —exclamó, usando el apodo que solo ella usaba. Sonreí un poco, mi corazón latiendo con fuerza. —¿Qué pasa? —pregunté, intentando ocultar mi ansiedad.

Dana estaba emocionada. Hablaba de como será su  cita con Alex, y su voz era un torrente de palabras. — será increíble, Luna. Tal vez iremos al cine,  y lugeo a cenar. Hablaremos sobre todo. Creo que le gusto. —Sus ojos brillaban, y yo oculté una sonrisa. —Eso es genial, Dana —dije, mi voz tranquila. —¿Y tú? ¿Cómo estuvo tu día?

Dana siguió hablando, ajena a mi pequeña revelación. Yo la escuché, mi mente maquinando. Alex nunca llegaría a esa cita. No había lugar para él en nuestro mundo. Pero Dana... Dana era diferente. Dana era mi futuro, mi esperanza.

Así, en el salón de clases, el hilo invisible se retorcía. Y yo, loca y enamorada, seguía tejiendo nuestro destino.

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Hilos invisibles Where stories live. Discover now