Capítulo 2 - El Palacio de los cielos.

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-¿Dónde estoy?

Lo último que recordaba el chico era ser capturado por unos hombres de apariencia extraña. Sea por el susto o algún artificio de sus secuestradores, no alcanzó a resistirse por mucho tiempo antes de perder la conciencia.

La habitación en la que se encontraba podría llegar a ser más grande que la casa en la que vivía, y la cama sobre la que descansaba era tan cómoda, como si estuviera hecho de mullidas nubes.

Se abrió paso entre los doseles de seda y abandonó el amplio lecho. Observaba con asombro los lujosos muebles decorados a tono, dignos de la realeza. ¿Quién tendría con tales comodidades a su prisionero? ¿Quién? Además se trataba tan solo del hijo de una humilde familia de campesinos.

Se sorprendió al ver que sus prendas habían sido reemplazadas por una túnica de lino, tejida delicadamente con hebras dorados. Notando la ligereza sobre sus hombros, llevó las manos hasta su cuello, reparando con pena en que le habían despojado el primer obsequio de su madre; su preciada bufanda.

Buscando con la mirada una manera de escapar, se topó con unas enormes puertas talladas, al parecer, en marfil. Se dirigió con prisa, aliviado por poder abrirla al girar las perillas, cruzó el pórtico encontrándose tras él con un amplio jardín de flores.

Las gardenias eran protagonistas con su belleza y fragancia característica, como si abriesen sus pétalos ante la presencia del joven, dándole la bienvenida. El chico de piel de oro elevó la vista con asombro ante el imponente palacio, el cual se erguía más allá de las nubes. Un lugar al que solo las aves podían llegar.

Exploraba los extensos corredores de la mansión, tratando de dilucidar dónde se hallaba y cómo podría retornar a su hogar desde la cumbre de las montañas.

Sus pasos se detuvieron de golpe cuando notó a escasos metros de él a los hombres alados que lo habían sometido en el bosque. Caminaban en dirección al chico, que estaba demasiado asustado para notar el desinterés de los extraños, hasta que lo cruzaron sin siquiera verlo.

Petrificado y todavía temblando por ello, necesitó unos minutos para reaccionar. Comenzando a sospechar que aquel palacio era una prisión sin rejas, en el que sus captores tenían tal confianza para mantenerlo retenido que no había necesidad de vigilarlo.

Su madre siempre le narraba la fantástica historia de su nacimiento, de cómo los espíritus del bosque bajaban de la montaña para ver al pequeño y del maravilloso futuro que le habían predicho.

De haber sabido que aquel futuro brillante se vería trucado de esa forma, nunca se habría adentrado al bosque en busca de moras. Se reprochaba aquel pedido por su cumpleaños y se culpaba por la desolación que sus padres estarían sintiendo.

Caminó por un par de minutos hasta llegar a los límites del palacio. Abriéndose paso entre cortinas de helechos, descubrió un escenario muy distinto a las demás áreas del jardín flotante. En ese lugar el mismo sol brillaba con rayos de plata, como si fuese una eterna noche de luna llena.

Allí, rodeado de pensamientos, se encontraba un joven de baja estatura y complexión delgada. El blanco de su tez contrastaba con el carmín en sus lacios cabellos, y el negro en sus vestiduras.

El joven se encontraba de pie, con los ojos cerrados y los brazos extendidos, movía los dedos de sus manos como si disfrutara de una brisa inexistente y al fijarse en su rostro, los gruesos labios en forma de corazón dibujaban en él la más bella de las sonrisas.

Poco después el pelirrojo guió una de sus manos hacia el cielo y recibió en ella a un cuervo de tres patas y ojos de fuego quien camino por su brazo y descansó calmo sobre uno de sus hombros.

El Prometido del Príncipe Cuervo #InfiniteChallengeWhere stories live. Discover now