Capítulo 6

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Ya casi había anochecido, cuando volvieron a encontrarse los cuatro chicos

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Ya casi había anochecido, cuando volvieron a encontrarse los cuatro chicos. Todos estaban escondidos en un hueco en la tierra, que solía usarse en los entrenamientos con armas de fuego. El lugar era lo bastante alto y ancho como para que cupieran parados y nadie los viera por error.

—¿Lo consiguieron? —preguntó Adofo, muy entusiasmado.

—Sí, aquí está —contestó Zalika, sacando el enorme tomo de un morral negro.

Ambos niños, se acercaron y exclamaron de asombro. La encuadernación era muy llamativa, además de que estaba tan bien cuidada que daba cierto temor tocarlo. Jibani lo tomó de inmediato y comenzó a hojearlo, silbando por lo bajo ante el fuerte olor a nuevo que desprendía.

—Creo que ni siquiera lo leyó.

—¿Por qué?

—Las páginas están muy limpias —contesto distraído, revisando su contenido. 

—¿Les costó mucho encontrarlo? —Preguntó Adofo, sentándose en la tierra, ignorando el hecho de que se iba a ensuciar el uniforme negro.

Ambas chicas se miraron antes de negar con la cabeza. Ninguna tenía ganas de hablar del episodio en la oficina del teniente Mskoi, pues aún no comprendían del todo la situación. Zalika, en especial, se había quedado congelada del asombro. No se movió de su lugar hasta que Hatier le sacó de ahí.

En un instante, la oficina se había bañado de luz, llenando todo de los deslumbrantes y brillantes rayos del sol. Tal fue la intensidad, que el teniente y sus guardaespaldas salieron veloces de ahí, maldiciendo en el proceso y frotándose los ojos.

Uno de ellos volvió para cerrar la puerta a toda prisa, ocasionando que los vidrios de las ventanas vibraran con fuerza. Todo se quedó calmo, en completo silencio. La luz se desvaneció muy lento, regresando todo a la normalidad.

Una vez pasado el peligro, Zalika bajó los brazos, que había doblado en una extraña posición, como si ella hubiera desviado la luz hacia otro lado. Con el corazón a punto de salírseles del pecho, ambas huyeron por la ventana lo más rápido que sus piernas, y el libro, les permitieron.

—¿Qué quieres saber del teniente Atyen? —preguntó Jibani, observándola muy fijo con sus preciosos ojos dorados.

—Todo. Nombre, edad, cómo se hizo teniente.

—¿No te gusta, verdad? —inquirió Adofo, sonriendo de forma burlona.

Los colores se le subieron muy deprisa a la cara a Zalika, que solo atinó a negar veloz con la cabeza. Sus ojos, por lo regular muy claros, se oscurecieron de la vergüenza. Los dos niños rieron y chocaron los puños, satisfechos con la reacción de la niña.

—Es broma, pero según mi mamá es muy guapo —comentó Adofo, risueño.

—Sí —añadió Jibani—. Mi hermana sueña con casarse con él.

La hija del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora