Capítulo 16

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Durante los últimos meses se habían vuelto normales las constantes ausencias del teniente Atyen en Maatkarat. Razón por la que Zalika pasaba la mayor parte del tiempo entrenando sola en un área restringida, de modo que no existieran más percances como el del auditorio, tras el cual casi había sido expulsada. Cada poco iba Adofo y un par de alumnos pequeños que deseaban aprender de ella, con lo cual se sentía acompañada. Sin embargo, por las noches la ausencia de todos era muy notable al quedarse a cenar sola en la cabaña.

Esa noche en particular se sentía más sola que nunca. Era el cumpleaños de su padre. Deseaba felicitarlo con un beso y un abrazo o cuando menos con una vídeo llamada, pero en ese preciso momento se hallaba enfermo y por órdenes expresas del médico tenía que guardar riguroso reposo.

Sentía la necesidad de ir a donde él y cuidarlo una noche, con lo cual se sentiría satisfecha, pero la ausencia de su tutor le negaba las libertades a las que ya estaba acostumbrada. Si el teniente estuviera ahí con ella en Maatkarat, habría sido posible la salida, la cual habrían justificado con una excursión. Gruñó disgustada. Se retiró de la mesa, sintiendo el amargo sabor de la bilis en la lengua.

Con paso decidido, salió de la cabaña y se encaminó al terreno baldío que se hallaba al lado de este. Sin dilación se tiró al suelo, suspirando al sentir lo último del calor del día manar de la arena. Cerró los ojos, esforzándose por no llorar. Estaba harta, hastiada de estar encerrada en ese lugar. Lo más duro de formar parte del Maatkarat, y en especial del programa EFOSEE, no eran las palizas que se conseguían con los entrenamientos, sino la ausencia de tus seres queridos y de amor en general. Ahí no se festejaban cumpleaños, no habían días de visita, nada de regalos o de compañía en general. Solo tenías que sobrevivir.

Escuchó un aleteo a lo lejos, lo cual la desorientó. Era sumamente extraño encontrar un solo animal en cualquier parte de Egyptes. La dinastía Atyen había prohibido desde su primer reinado todo tipo de vida salvaje que no fueran plantas, lo cual hacía inusual ese tipo de situaciones.

Se enderezó con lentitud, buscando el ave. Tenía que encontrar la forma de sacarla de ahí antes de que la mataran. Sin embargo, debido a lo oscuro que estaba resultó imposible dar con ella. Negando con la cabeza, dio un giro, cuando de pronto sintió un escalofrío bajar por su columna vertebral.

Dio media vuelta, agrandando los ojos al ver una figura dorada moverse por el cielo. El asombro se convirtió en temor cuando esta bajó en picada en dirección hacia donde ella estaba. Quiso gritar, pero no tuvo oportunidad cuando las patas de un ave la tomaron con fuerza de los hombros y la elevaron en el aire.

-¿Qué? -gritó y se aferró con las manos a las patas del ave.

En un instante estaba en lo alto del cielo, volando por encima de Maatkarat en dirección al desierto. Pronto vislumbró un enorme aro muy luminoso entre la arena, lo cual atrajo su atención. No era como nada que hubiera visto antes. Se veía muy místico y fantasioso, casi paranormal. Sintió temor de caer ahí, así que se aferró al ave. Pero parecía que está tenía otros planes, para lo cual el aire contribuyó, pues percibió como su cuerpo era succionado en dirección al agujero.

-¡Suéltame! -exigió, intentando quitarse las garras de encima.

Ahogó un grito cuando el ave bajó en picada. Sintió una extraña descarga eléctrica cuando atravesaron el agujero, que resultó ser un portal y llegaron a una zona oscura. Sacó una daga del cinturón de su traje y, aún a oscuras, apuñaló una ala del ave, la cual protestó soltándola sin miramientos. Golpeó contra un poste, gruñendo por el dolor, sin embargo se aferró al instante a la madera y se deslizó hasta golpear de nuevo el suelo. Aguardó durante un tiempo tumbada de espaldas, con los ojos cerrados y confundida. Cuando decidió que era suficiente, sacudió la cabeza y se levantó.

La hija del SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora