◈| Capítulo 2 |◈

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¿Para qué mantener la esperanza en algo que, simplemente, va a desvanecerse?


          Odón estaba casado, sí. Pero, como algo típico en esa época, todo fue arreglado y por pura conveniencia. La muchacha era jóven y hermosa. Su personalidad, en cambio, era todo lo contrario a lo que su apariencia hablaba.

Odón tenía una hija, sí. Pero la pequeña había sido malcriada siempre en su ausencia y, a pesar de tener una belleza similar a la de su madre, no lo quería como una hija quiere a su padre. Ella era caprichosa.

Entonces, rodeado de riquezas y una hermosa familia, llevó a cargo un viaje para conocer lo que nunca conocería si se mantenía prisionero de sus obligaciones. Por supuesto también estaba su ascenso social, pero a eso no le tomó mucha importancia luego de conocer a Qori.

Siempre, siempre esos ojos eran lo primero que acaparaban su atención. Fueron esos luceros lo que impidieron que Qori simplemente se desvaneciera en su memoria y fue ese peculiar color en sus iris que lo hicieron recordarlo de manera inmediata cuando otra vez lo tuvo en frente.

Era casi increíble lo que el destino hacía. Si es que a eso podía llamársele destino.

Destino...

Algo demasiado complejo como muchas otras cosas que parecen simples de explicar pero resultan ser más extensas y misteriosas para definirlas con una sola oración. El destino, la tristeza, el pensamiento, la ética, la soledad y el amor.

Amor...

También desconocía de haber experimentado aquel sentimiento. Y siempre que pensaba en el amor, de algún modo lo relacionaba con la soledad.

«Sentir amor te hace sentir tan solitario». Eran sus pensamientos que, por cierto, eran erróneos. Quizás alguien con una vida tan monótona como la de Odón lo era capaz de confundir dos sentimientos tan diferentes.

«Será también que estar casado con alguien que no amas es lo que te hace sentir solitario». Serían las palabras que Qori le dedicaría casi de forma inconsciente. Y aun así, quedarían grabadas por siempre en la mente de Odón.

Porque él no tenía ninguna mujer que amaba. Tampoco una familia cariñosa a quien amar. Ni siquiera podía conformarse con el amor paternal ya que ni siquiera lo había podido experimentar.

Pero si tenía a un hombre que lo hacía sentir de esa forma y él no se percataba. No del todo.

Tantos problemas había en una sola época que ya era algo natural en la cabeza de Odón que lo que sea que sentía por el jóven Qori era pecado. Alguien tan religioso como Odón comprendía eso más que cualquier otro humano. Sin embargo, la religión no le fue impedimento para que dejara de estar de brazos cruzados. Trataría de obtener, de algún modo, los sentimientos del pequeño indígena a pesar de los conflictos que ocasionaría, a pesar de lo doloroso en lo que en un futuro se convertiría.

A pesar de los dos años perdidos en los que había tenido la oportunidad de hacer suyo al moreno. Para muchos, el fin de la encomienda fue como un milagro cumplido. Volverían a su vida habitual, dichosos y ciegos de lo que les depararía.

Los intentos de Odón no terminaban allí.

—Qori... —Había murmurado cierto día casi al borde de la desesperación—. ¿Qué opinas de venir conmigo?

Era bastante obvia la reacción de una persona prisionera por dos años en un lugar con un sujeto con la ambición por las nubes. Un sujeto que a pesar de sus pensamientos, siempre resaltaba en ellos un jovencito que, aun cuando su edad decía lo contrario, su rostro seguía siendo el de un indio de tan sólo diecinueve.

Pero la suerte estuvo de su lado ese día. Qori miró a todos lados, como si de un valioso secreto tuviese entre sus manos y respondió con un simple «Sí». Su piel morena destacaba aún más con el rojo cubriendo sus mejillas, sumado de sus ojos llenos de esperanza. Esa esperanza de que Odón no era alguien malo.

Que cómo es que semejante extrañeza surgiera dentro del pecho de Qori es un misterio que quedara sólo a tu criterio. Lo importante es que sucedió.

Y que también fue el detonante de una explosión de sentimientos que, mas que encontrados, fueron sacados a la luz. Todo esto con un poco de confianza, conocimiento y tiempo. Dos semanas para ser exactos.

Catorce días en los que un, ahora sirviente, muchacho proveniente de la India (para muchos españoles) y un conquistador con el corazón lleno de sangre y vacío de sentimientos hacia el projimo, pudieron conocerse como la palma de su mano.

Es que, es demasiado difícil de creer que un montón de sucesos sucedieron en tan sólo dos años y dos semanas entre seres tan diferentes como lo eran Odón y Qori. Pero no queda otra cosa que creer; creer en que algo tan complejo como el amor haya surgido en ellos.

El tiempo había transcurrido con una velocidad increíble. Ningún conflicto sucedió a causa de la repentina petición de Odón sobre llevar a uno de los indígenas encomendados para colaborar en sus trabajos dentro de casa.

Qori parecía ya no estar triste. Incluso con el paso de los años, todavía no comprendía la situación en la que estaba. Sólo que esta vez era diferente. Algo mucho más...¿sentimental? Que era incluso capaz de sobrepasar con el amor que sentía por su verdadera familia. Lo que comenzó con una curiosidad, pasó de ser esperanza, a convertirse en amor.

Esa cosa tan extensa llamado amor era lo que su cuerpo y mente estaban experimentado. No tenía miedo sin embargo. A diferencia de Odón.

—Te anhelo mucho...quiero que permanezcas conmigo toda tu vida —susurro el español sin desvanecer el abrazo otorgado a su amante.

La esposa de Odón, Carmen, no tenía idea de la relación entre su sirviente y su marido. Ella odiaba a los indígenas y cuando la noticia de Odón sobre traer como empleado a uno lo hizo sentirme más que satisfecha. «Así es como deben ser las cosas», pensaba con firmeza.

Qori había llevado a servirle el desayuno a Odón. Fue allí donde, luego de ubicar las cosas en una mesita de luz, la necesidad del castaño de abrazar el delicado cuerpo de su waynay se cumplió. Entonces, ambos, acostados y sumidos en las cariñosas palabras que se dedicaban entre sí, construían otro más de los recuerdos futuros. Todo mientras Carmen cosía y Merced jugaba con sus muñecas.

—Mi waynay... —pronunció de nuevo la nueva palabra aprendida, haciendo sonrojar hasta las orejas al pobre Qori.

Quizás parecía que el amerindio no soltaba palabra alguna hacia el español, como lo hacía en un principio. Pero ahora más que por un sentimiento de traición a su lengua, temor o inferioridad, no hablaba porque ya no sabía qué era lo que los oídos de su amor querían escuchar. Aún así fue él quien le enseñó que waynay significaba mi amado.

Empujó con delicadeza del pecho de Odón y se reincorporó con lentitud. Su cabeza gacha ocultaba una realidad próxima a ser revelada.

—Las dos semanas terminan mañana, Odón.

Entonces habló. Por fin lo había hecho. Una de las pocas palabras que Odón guardaría en su cabeza hasta el día de su muerte.

Palabras de despedida. Tan llenas de dolor, empatía y un orgullo oculto.

El dolor de la empatía y del orgulloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora