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   Sonó Start Me Up en el celular a las 7:30 y Ricardo no podía creer cómo todavía tenía puesto el tema de los Stone para despertarse. Después de dos semanas odiaba esa canción. La resaca que tenía de la fiesta de fin de año de la empresa hacía que la cabeza le pulsara como un mecanismo de relojería a punto de estallar, 'esto de pendejo no me pasaba, me estoy poniendo viejo a los treinta'. Decidió tomarse unos minutos y hacer algo que siempre lo ayudaba a escapar del dolor y conseguir un poco de gratificación para empezar el día. Agarró un pañuelo de la mesita de luz. En su mente era más o menos siempre la misma secuencia, el mismo ritual, un desfile de los mejores momentos de sus encuentros sexuales, aunque la mayoría imaginarios y distorsionados. Sobre el final siempre aparecía Constanza, la secretaría de la oficina, exuberante, provocadora, buena onda con todos menos con él. 'Acá sos mía, puedo hacer lo que quiera con vos', pensaba mientras recorría cada una de las escenas con ella hasta derramarle, con un gemido ahogado, su simiente sobre los pechos.

   En el subte, camino al trabajo, un sonido de campanas salió de su celular con un recordatorio que decía 'Reality Check'. Se tocó varias veces con el dedo índice de la mano derecha la palma de la mano izquierda como si intentara perforarla, hasta que notó que la chica sentada a su derecha lo miraba. En la estación siguiente el asiento de al lado se desocupó y la chica se corrió. Estaba acostumbrado a este tipo de desprecios y sabía que su comportamiento extraño había llamado la atención, pero tenía bien en claro que si hubiese sido un hombre esbelto de saco y camisa, con olor a futuro promisorio, seguramente no se hubiese cambiado de lugar. Si bien era algo que tenía bastante asimilado no por eso dejaba de serle doloroso. De chico había encontrado refugio en las computadoras, era un mundo perfecto para él. Jugaba a ser Dios. Desde algo tan burdo como un mouse y un teclado dirigía ejércitos de electrones para que hicieran lo que él quisiese. En ese mundo la belleza no valía nada, en ese mundo la moneda de cambio era el intelecto y de a poco fue aprendiendo a construir sus propios reinos.

   Cuando llegó a la consultora saludó a la administrativa y después a Constanza. La notó más distante de lo habitual. Tenía puesta una musculosa blanca, escotada y ceñida al cuerpo. Ricardo sabía que incluiría esa imagen en sus prácticas matutinas, se sirvió café y se fue a su escritorio. Escuchó risitas de la recepción y prendió el sniffer, un programa que había desarrollado para ver el tráfico de la red y leer los chats de sus compañeros.

—No te puedo creer que el talibán te haya querido besar, boluda —le decía la administrativa a Constanza. Ricardo lo había olvidado: la había acompañado hasta el auto al final de la fiesta y había intentado besarla. Su único acto de valentía en el mundo real con las mujeres había sido etílicamente borrado de sus recuerdos y la tecnología se lo devolvía como un karma del que no podía escapar. Sólo lo consolaba pensar que dentro de pocos días se iba de vacaciones, que estaría en la playa lejos por un tiempo y que cuando volviese las cosas ya se habrían diluido. Sonó el alerta de las campanas en su celular con el mensaje de 'Reality Check', miró para los costados y discretamente se apretó varias veces la palma de una mano con el índice de la otra. "Ya va a pasar cuando tenga la máscara terminada", se dijo a sí mismo y siguió programando.

   Todos los días, después de la oficina, Ricardo caminaba hasta su casa escuchando música mientras analizaba los pasos a seguir. A veces se ponía a pensar quién le hubiese gustado ser si hubiese podido elegir, y si bien su vida no era nada fuera de lo común, más bien todo lo contrario, tenía bien claro que no la cambiaría por la vida de nadie. Llegar a esa conclusión lo reconfortaba. Sin embargo había alguien por quien sí hubiese cambiado su vida, y aunque ahora ya era un anciano se preguntaba si así y todo cambiaría su juventud por unos pocos años de ser él, de ser Mick Jagger. ¿Cómo se sentiría ser un Rolling Stone, desde joven haber sido un ídolo de todas las generaciones, haber llenado estadios, ser un número uno, haber vivido mil vidas en una, seguir vivo y en actividad, ser un rockstar con todas las letras? 'Se habrá cansado de garchar', pensó. Cuando llegaba a su casa se internaba hasta la madrugada en su taller, trabajando en la máscara de los sueños. Esa noche era especial, había estado analizando los datos que había recopilado la máscara durante un mes mientras él dormía, y había ajustado el algoritmo para que emitiera los flashes de luz y el sonido de las campanas en el momento justo en el que estaba soñando. Conectó el cable usb a la computadora y le cargó el último programa que acaba de escribir. Se puso la máscara, ajustó las bandas con velcro por los laterales de la cabeza y después de unos segundos empezó a mover los ojos simulando estar soñando en fase REM. Los sensores infrarrojos situados a la altura de los ojos detectaron las pequeñas variaciones de distancia hasta sus globos oculares, y unas luces rojas dentro de la máscara empezaron a parpadear acompañadas del mismo sonido del alerta de 'Reality Check' de su celular. Ricardo festejó alzando los brazos en su taller a media noche, solo, en plena oscuridad, con una máscara de la que salían destellos de luz roja y campanadas.

   Esa noche se levantó a las cinco de la madrugada, el momento en que las fases del ciclo REM y los sueños son más prolongados. Tenía media hora para activar el hemisferio cerebral izquierdo, incubar un sueño y volver a dormirse. Activar esa parte del cerebro correspondiente a la lógica y a la razón le permitirían identificar con mayor facilidad que estaba soñando.

   Sentado en la penumbra de la cocina, iluminado por el reflejo del monitor, miró las fotos de Constanza de las redes sociales. Sus vacaciones en la playa, los fines de semana en la quinta, sus cumpleaños, las selfies en el ascensor, en su habitación y las salidas con amigas. Con estas imágenes en mente volvió a la cama, se puso la máscara de los sueños y mientras se dormía fantaseó una vez más con la idea de estar con ella.

   Tirado sobre una lona en la arena de una playa contemplaba el atardecer, no había nadie más y se había empezado a nublar. Agarró sus cosas, las guardó en la mochila y empezó a caminar por la orilla del mar. Se escucharon unos truenos, había empezado a relampaguear. Ricardo se paró a mirar, los relámpagos eran de color rojo, le pareció raro; pero a pesar de que no era un especialista en meteorología, más le llamaba la atención que aparecieran a un ritmo intermitente predecible: uno, dos, tres, nada, uno, dos, tres, nada. Después de algunas iteraciones se detuvieron y se oyó el sonido omnipresente de unas campanas. Su primera reacción fue buscar el celular, pero sabía que no lo traía encima. En ese momento entendió qué estaba pasando y sólo para asegurarse decidió hacer el 'Reality Check': se llevó el dedo índice de su mano derecha hacia la palma de su mano izquierda y al presionar la atravesó como si fuese un fantasma. Un onda expansiva se extendió a su alrededor y los colores se hicieron más nítidos y brillantes. Lo había conseguido, había alcanzado la lucidez onírica, sabía que estaba soñando. Saltó de la alegría y su descenso fue lento y pausado, como si no hubiese gravedad, como si estuviese en la luna. Tomó envión y se abalanzó hacia adelante con los brazos extendidos, los movió como un nadador de estilo pecho y empezó a desplazarse por el aire hacia el mar: estaba volando. Probó volar al estilo Superman con los puños al frente. También con los brazos desplegados como un avión y batiendo los brazos como un ave. Esta última posición fue la que más le gustó. El gozo fue total, estaba completamente consciente dentro de su sueño en un mundo tan real como su vida cotidiana.

   Desde el aire vio un cardumen de peces de colores y bajó hasta la superficie del mar para verlos mejor. De a poco se fue sumergiendo, podía respirar debajo del agua y la visión era perfecta. Comenzó a bucear entre los peces, con los brazos a los costados, ondulando su cuerpo para desplazarse. La física debajo del agua era levemente distinta y podía moverse con velocidad. Arriba, en la superficie, vio unos destellos rojos seguidos nuevamente por el sonido envolvente de las campanas. Era la máscara descargando flashes de luz para que no se durmiera, él mismo lo había programado así. Decidió salir. Todavía tenía algo que hacer.

   Vio su mochila en la arena a la distancia, pero decidió dejarla, '¿qué sentido tiene seguir cargándola en un mundo ilusorio?', se preguntó, y para hacer la prueba volvió a acercarse a la orilla. Al hacer contacto con el agua extendió sus brazos a los costados, respiró hondo, cerró los ojos por un instante y dio el siguiente paso con determinación, se tambaleó, recuperó el equilibrio con los brazos, sonrió y continuó, dio otro paso, otro más y continuó caminando sobre la superficie del mar. A los poco metros, dio la vuelta bajó los brazos y volvió corriendo hacia la costa. 'Es fácil cuando sabés que todo es un sueño', se dijo a sí mismo.

   Caminó por la playa, mirando para todos lados. No veía a nadie. La recorrió de punta a punta, pero no pudo encontrar ninguna señal de ella. Se detuvo, quedó pensativo unos instantes, cerró los ojos y así permaneció por unos segundos. Cuando los abrió se dio vuelta y ahora había una puerta parada en la arena. La reconoció al instante: tenía el clavo en el triángulo que formaba la letra A en su parte superior, del adorno que había colgado la última Navidad. La abrió y del otro lado estaba el comedor de su departamento. Entró sigilosamente, era una réplica exacta de su comedor: la manera en la que entraba el sol por la ventana, los bocinazos de la calle, la textura de la mesa, los colores de los sillones, el olor a lustramuebles. A pesar de saber que se encontraba consciente dentro de un sueño, no podía encontrar diferencias con el mundo real. Escuchó conversaciones que venían de su cuarto y vio por el pasillo el resplandor de un televisor encendido. Se acercó hasta el umbral de la puerta y la vio a Constanza, tirada en su cama, en ropa interior y musculosa blanca, con el control remoto en la mano. Al verlo se incorporó de un salto. Quedó de rodillas sobre el borde.

—Hola, Richie, qué bueno que llegaste, me estaba aburriendo —le dijo mientras apagaba la tele y tiraba el control remoto al piso.

   La excitación hizo que se le acelerara el corazón. El sueño se empezó a desmoronar en un torbellino grisáceo y borroso que lo devolvió al estado de vigilia.

0N1R1C0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora