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   Ricardo se despertó con una erección a medias, manchado de semen y con gran excitación. Le llevó unos instantes distinguir si lo que había vivido había sido real o no. Se acordó de lo que le había dicho Daniel acerca de que la realidad es ahí donde está su conciencia. Había tenido sexo con Costanza y había sido increíble. ¿Sería así realmente en la intimidad o sería una proyección de sus deseos?, se preguntó. Tendría que averiguarlo.

   Era su último día en México y tenía planeada una excursión por la ciudad. A las nueve y veinte de la mañana, una camioneta destartalada, con varias filas de asientos, lo pasó a buscar por la puerta del hotel. Al subirse, el guía, de aspecto nativo, le preguntó su nombre, lo saludo por el micrófono y le dijo que se sentara donde quisiera. 'Ahora sí, ya estamos todos', se escuchó por los parlantes con ruido a fritura. Comenzaron el recorrido. El guía fue relatando la historia de cada edificio, monumento e iglesia por la que pasaban, pero Ricardo estaba abstraído mirando por la ventanilla. 'No tendría que haber venido', pensó, 'me aburro, ya quiero estar en casa'. Intentó conectar con las palabras del relato, que en esos momentos contaba acerca de las culturas precolombinas y la conquista española. —Ahorita —les dijo el guía—, vamos a visitar un pueblito originario que casi no tiene contacto con el mundo moderno. Les pido por favor que por respeto no saquen fotos. Hacia el final de la visita nos van a ofrecer artesanías que pueden comprar para colaborar con su comunidad.

   Después de un recorrido por caminos áridos y pedregosos, llegaron a un pueblo en donde fueron recibidos con entusiasmo por varios niños descalzos y semidesnudos que los acompañaron a lo largo de todo el recorrido. El guía les contó que eran completamente autónomos, a excepción de algunas herramientas y semillas que compraban de vez en cuando en la ciudad; que criaban sus propios animales, cultivaban la escasa verdura y fruta que crecía en la región y se proveían de agua del rio y de las lluvias; un grupo de ancianos tomaba las decisiones importantes y tenían un chamán que se encargaba de la medicina tanto física como espiritual.

   Ricardo escuchó un canto débil, un susurro llevado por el viento. Como si se tratase del canto de una sirena, lo fue siguiendo hasta llegar a una casita precaria construida de adobe y techo de paja. En la puerta había una cortina de esterilla levantada. Adentro pudo distinguir la figura de un hombre sentado que le resultó familiar.

—Sentate, hermanito, te estaba esperando —le dijo el hombre con una sonrisa amplia y serena, mientras le señalaba un almohadón frente a él.

   Al acercarse pudo ver su cara, dio un paso abrupto hacia atrás y se llevó rápido el dedo índice a la palma de la otra mano para saber si estaba soñando, pero no pudo atravesarla.

—Daniel, ¿qué hacés acá, estamos en un sueño? —le dijo todavía agitado.

   Daniel se rio sonoramente, como si supiera que eso iba a pasar.

—Vení, sentate. No, no estamos soñando. Al menos no nuestro sueño.

—Pero ¿vos sos el mismo de mi sueño?, ¿cómo es posible?

—En ese momento era parte de tu sueño. Ahora somos parte de un sueño más grande, de otra creación.

—Pero entonces, ¿vos no sos real?

—Soy tan real como vos, solo que ya desperté en este mundo.

—¿Y cómo hago yo para despertar?, siento que esto ya te lo pregunté.

—Para eso estás acá, ¿o vos crees que estás en mi casa por una casualidad?

—No sé —dijo Ricardo confundido—, yo vine en un tour.

—No, no estás acá por casualidad, vos pediste despertar y yo te puedo ayudar. Pero necesito que sepas que después de esto ya no vas a ser el mismo. Vas a pisar este mundo de una manera distinta, vas a tener un brillo especial en los ojos y los problemas no van a tener en vos de dónde aferrarse, porque vas a saber que esto es un sueño, como cuando supiste que yo no era un reo y que ibas a despertar en la seguridad y el confort de tu hogar.

—¿Y por qué me hacés esta advertencia? ¿Qué podría tener eso de malo?

—A muchas personas les molesta que ya no seas parte de sus dramas cotidianos. Las vas a perder, y puede que con el tiempo te vuelvas a perder en el sueño.

—¿Y qué puedo hacer para que eso no pase, lo de volver a dormirme?

—Simplemente, mantené vivo el recuerdo de lo que estás por vivir ahora, si es que estás dispuesto a continuar.

—Claro que estoy dispuesto, ¿qué tengo que hacer?

   Daniel agarró una pipa de vidrio de una mesita al lado suyo, en la que había una foto de un sapo con expresión seria y profundidad en su mirada.

—Vení, acercate —le dijo—, cuando yo te diga vas a inhalar todo lo que puedas y vas a aguantarlo unos segundos. Después soltalo, acostate y cerrá los ojos.

   Daniel acercó un encendedor prendido debajo de la pipa y un humo gris se arremolinó por dentro.

—¡Ahora! —le dijo.

   Ricardo lo inhaló y lo contuvo unos segundos antes de exhalarlo y desvanecerse suavemente en el suelo. Sintió la aceleración como si hubiese sido lanzado por una catapulta. Su consciencia fue expulsada de su cuerpo a una velocidad vertiginosa. Destellos de luz, de colores de neón, formaron un túnel que parecía no tener fin. Las imágenes se sucedieron a tal velocidad que ya no podía procesarlas y se volvieron ingobernables. Sintió que se avecinaba una muerte inminente. Decidió soltar el control y lanzarse al vacío con sus brazos extendidos. El Big Bang estalló de dentro de sí y se expandió hasta volverse infinito. Un sentimiento oceánico lo inundó de paz.

—Soy la gota y el mar, soy eterno e infinito, soy uno con El Todo, somos uno —vibró—. Gracias por revelarte ante mí en el momento exacto, gracias por cada experiencia que me ha conducido hasta este instante. Ahora todo cobra sentido. Mi búsqueda ha terminado.

0N1R1C0Donde viven las historias. Descúbrelo ahora